Estás caliente. Enojado con la crónica roja de ciertos informativos televisivos. Te recalienta que, jugando a informar, se regodeen en la desgracia ajena, amplifiquen los llamados a la mano dura, estigmaticen a los pobres o a muchachos que usan gorra de beisbolista, campera con capucha y championes Nike. Que al exhibirlos eleven su prestigio frente a sus compinches. Que les enseñen a los chorros nuevas maneras de afanar o que les marquen cuáles son los comercios o los barrios más vulnerables. O porque el morbo y la sangre te descomponen.

Sí, estás caliente con los canales privados. Porque les interesa poco producir programas nacionales y pasan algunos a horas impotables. O porque cuando los hacen son una copia de éxitos extranjeros, hasta los periodísticos. Porque achican costos comprando paquetes de afuera y asignan el horario central a verdaderos cursos de maldad y estupidez impartidos por gente cuyos únicos atributos son una apariencia atractiva de acuerdo con el canon más convencional y la pura gana de que los vean por la tele.

Te calientan (mal) las telenovelas que sostienen estereotipos negativos de mujeres, de minorías étnicas y sexuales y de pobres. Que también se compran afuera, mientras actores, creadores y técnicos uruguayos postergan sus vocaciones ganándose la vida en otra cosa. O que las anuncien en la tanda de programas infantiles, que, a su vez, parecen en sí mismos una larga tanda de juguetes, cosméticos y snacks indigestos.

Te calienta que emisoras de radio y de televisión, usufructuando un bien que le pertenece a toda la sociedad y que les fue asignado por el Estado en tu nombre, facturen en carretilla arrendando espacios al llame ya, al chat prostibulario trucho o a supuestas instituciones religiosas que perpetúan prejuicios funestos y que son, en realidad, bandas dedicadas a la estafa masiva de desesperados en busca de salud, amor o un ingreso decente.

Y te calienta que por la radio pasen poca de la música que te gusta y demasiada de la que detestás. O porque muchos conductores, locutores e informativistas hablan con faltas de ortografía, dicen pavadas y groserías. Te caen mal.

Estás caliente, muy caliente con los medios de comunicación en general. Estás recaliente porque, de acuerdo con tus cálculos, les dan demasiado espacio a los partidos que no votaste y muy poco al que votaste. Porque sos opositor y creés que le dan para adelante al gobierno o porque sos oficialista y te parece que juegan para la contra. O porque no le dan bola a tu cuadro. Estás caliente con la diaria. Estás caliente con esta columna.

Por eso, te ponés contento cuando algún dirigente político se dice dispuesto a regular la actividad de los medios. O a ponerle más impuestos a los que te disgustan o sacárselos a los que te gustan.

Y cuando el Presidente de la República pregunta “qué pasa si se reduce la publicidad oficial un mes” para castigarlos, sacás las cañitas voladoras y descorchás el champán que reservabas para fin de año.

Pero vos no sos legislador. Ni director de un ente autónomo, de una empresa pública ni jerarca de algún organismo estatal que contrate espacios publicitarios. Y menos Presidente de la República, que hay uno solo.

Entonces, creés que lo único que se puede hacer es no comprar los diarios y revistas, no sintonizar las emisoras de radio ni mirar los programas de televisión que te dan tirria. Por suerte, te salva el cable... que pagás todos los meses a una empresa que pertenece al mismo grupo económico que alguno de los canales privados.

Y de vez en cuando mirás ese programa argentino, o aquel informativo, sólo para calentarte. O para sentirte mejor persona que quienes aparecen ahí. Tenés derecho, ¿o no?

En realidad, podés hacer algo. Tomá nota.

No, esto no es un dictado. Lo que podés hacer vos es tomar nota. Vas a tener que ver o escuchar una o dos veces ese programa horroroso o pedirle prestado a un conocido ese diario o aquella revista, y anotar para qué productos y servicios se contrata publicidad en esos espacios. Después, no pagues por ellos. No los consumas. Comprá otra marca de detergente, caminá unas cuadras más hasta otro supermercado, cambiá los neumáticos en otra gomería. Capaz que tenés que aguantarte de comer los fideos que más te gustan, o descubrís ignotas marcas de polenta y de cocoa que no hacen grumos.

Si estás muy, muy caliente podés fotocopiar la lista y repartirla por la calle. Pegarla en los muros. Engraparla en los árboles. Mandársela por correo postal o electrónico a tus amigos. Volantearla por tu red social favorita. Apelá a la misma libertad de expresión que dicen defender los medios. ¿O para vos no vale?

Al fin y al cabo, la culpa no la tiene el chancho sino quien le rasca el lomo. Las agencias de publicidad rascan. Los anunciantes rascan. Si estás tan caliente, no rasques. En una de ésas tomarte la molestia no servirá para que los medios se adapten a tu gusto, pero al menos no vas a ser cómplice por la mugre del chiquero.