La capitalina calle Isla de Flores fue la alfombra perfecta, imantada, para que ayer volvieran a tronar los tambores y los pies danzantes. A pleno sol de media tarde, el público desafiaba el calor y comenzaba a acomodarse de a poco en los recovecos de sombra. Como siempre, cada uno lo hacía a su manera: asomados a los balcones, sentados en el cordón de la vereda o en reposeras, con termo y mate, cerveza, vino, sidra, agua, refrescos, comiendo tortafritas o choripán. Salvo la venta de caretas, estaba casi todo el despliegue que puede verse en febrero.

Desde Medio Mundo a Ansina desfilaron 42 comparsas. El motivo no era menor: hoy se festeja el Día Nacional del Candombe, la Cultura Afrouruguaya y la Equidad Racial. Sí, ese largo nombre para festejar todo lo que el candombe y los afrodescendientes han aportado a la identidad nacional y para recordar, también, que nuestra sociedad todavía tiene cuentas pendientes.

La fecha se conmemora a partir de la Ley 18.059 de noviembre de 2006. Desde 2010 el festejo es organizado por la Casa de la Cultura Afrouruguaya, que montó un escenario sobre el que ocho grupos de candombe cerraron el desfile. Hoy, en esa sede, ubicada en Isla de Flores y Minas, se hará el acto oficial, con la anunciada presencia del presidente José Mujica, y el cierre, nuevamente, con un espectáculo artístico. En la otra punta del país, en Artigas, también habrá fiesta, convocada por el Instituto Raíces.

Medio lleno y medio vacío

En diálogo con la diaria Elizabeth Suárez, referente de la Casa de la Cultura Afrouruguaya, evaluó que “el candombe ha tenido una especie de explosión hace unos 15 años”, lo que demuestra que “la sociedad uruguaya ha abrazado al candombe como cultura nacional y propia”.

Pero el reconocimiento no ha avanzado de manera pareja en todos los planos. “Se está trabajando, pero todavía falta mucho para la equidad”, dijeron las diferentes personas consultadas a lo largo de Isla de Flores. Suárez resumió: “La población afrodescendiente es uno de los sectores más vulnerables y de mayor pobreza. La deserción educativa, sobre todo en secundaria, es una de las dificultades mayores y, a partir de esa deserción, los trabajos, en líneas generales, son poco calificados y muchas veces informales. Es como un círculo vicioso que sigue generando esta disparidad”.

Ángela, danzarina de Afrogama, ejemplificó que la discriminación se siente “en un montón de cosas, en cualquier parte, todos los días: en un centro de estudios, en un centro de salud. Está bueno encontrar gente afro que sea docente, que sea médico, que sea profesional, porque sentís el apoyo desde ahí”. Tanto ella como Suárez hicieron hincapié en la importancia de que se apruebe el proyecto de ley de “acciones afirmativas” que prevé dar becas educativas y reservar 8% de las vacantes públicas para afrodescendientes, que desde mediados de octubre tiene media sanción.

Milton, otro joven afrodescendiente, consideró que “tiene que estar parte del colectivo afro en la política para poder plantear situaciones reales que son de los afrodescendientes y no sólo poner alguno que otro en la política. Tiene que haber más participación, más directa. Si bien el tema de la equidad está, no es tangible todavía”.

La alegría va por barrios

La fiesta se vivía tanto desde la calle como desde la vereda. Se presentó como Marisa, con “28 años de carnaval”. Contó que pasó “por todos los rubros” y que actualmente es mama vieja. “El candombe es un sentimiento, no basta una cara bonita, simplemente hay que saberlo bailar. Por nuestra tierra pasaron enormes vedettes bailarinas con la humildad de los grandes, te hablo de una Rosa Luna, de una Martha Gularte, de una Negra Johnson. Estoy erizada, es muy emocionante sentir las lonjas de mi país sonar de esta manera y que no haya competitividad entre la comparsa. Miro la vereda y digo cuántas veces y cuántos zapatos hemos gastado acá por demostrar nuestra cultura”. Ayer había preferido la vereda: “Estoy disfrutando de lo que hace la gente, lo que es la llamada, un espectáculo maravilloso”, dijo con simpleza.

Otra señora, Julia, sí bailaba de mama vieja, con Kalima. No podía más de calor, pero había llegado de la ciudad canaria de La Paz para “dar una mano”. Dio cuenta del esparcimiento del ritmo fuera de Montevideo: “El interior es maravilloso, yo no cambio el interior por acá. La llamada de acá es muy linda, te mostrás y todo, pero en el interior la gente es más cálida, te recibe de otra manera”. Pero remató: “El candombe es candombe, donde sea”.

César Pintos, director responsable de Sarabanda, había acompañado a su comparsa y con sus 78 años veía pasar al resto. Se remontó a sus orígenes, en el conventillo Gaboto, del barrio montevideano Cordón. “Desde que gateaba ya andaba con la latita de aceite, después con las barriquitas de yerba y después hicimos tambores”; se remitió también a su hermano, director de Zumbaé. Iniciaron las llamadas por el barrio en 1951/52 rememoró: “A los siete, ocho años, andábamos todos los negritos del conventillo por el barrio, sacábamos los tambores, salíamos por Pocitos, Buceo, una energía tremenda”. Esos fueron parte de los orígenes que concretaron la primera llamada oficial en 1956.

Respecto de la equidad racial dijo: “Es una conquista muy pequeña para lo que hicieron, porque hicieron mucho daño a nuestra colectividad negra. Yo no tengo literatura ni historia, no creo que la haya. Del tráfico de esclavos no veo libros, nunca los vi, por algo es, pero tuve la biblioteca viviente que me transmitieron”. Pero las palabras no alcanzan: “Hablar es poco, fíjese que estamos trasplantados nosotros, nosotros no vinimos por voluntad, nos trasplantaron. Y aquí estamos, y alegramos y alegramos”, repitió merecidamente.