En el departamento de Tacuarembó, 40 kilómetros al sur de la capital, se encuentra, sobre la ruta 5, la entrada a Cerro del Arbolito. El camino -que se llama también Cerro del Arbolito y que une la ruta 5 con Ansina- es de balasto y piedra, desparejo y desolado; luego de transitar 20 kilómetros al este, se llega al poblado. Las casas no están concentradas, sino dispersas a lo largo de varios kilómetros, algunas se ubican al borde del camino y otras están campo adentro. No hay manzanas diseñadas, no hay plaza, centro comunal ni capilla, y el destacamento policial no tiene un agente en funciones. Hay una policlínica y tres almacenes que venden las cosas imprescindibles y, por supuesto, alguna que otra copa.

La escuela rural Nº 92 funciona también como centro de reunión. El viernes, a las 14.50, pese a estar diez minutos antes de la hora de la salida, reinaba el silencio. Las cortinas de la puerta de entrada estaban cerradas, pero por una ventana podía verse un puñado de niños frente a la televisión, sentados sobre una alfombra. Tras recibirnos, Mayra Reyes, la directora, explicó que los viernes durante la última hora de clase se prende el motor (a nafta) para extraer agua del pozo y llenar el tanque, y la energía se aprovecha para mirar televisión, algo que no es muy común por aquellos lados. Eso amerita, incluso, que concurran ex alumnos a recibir su dosis de película o de dibujitos en DVD, puesto que por aire se ve un solo canal.

No hubo necesidad de tocar la campana; cuando las maestras lo indicaron, los chicos fueron a recoger sus pertenencias. Antes de salir desconectaron sus computadoras XO, que se cargan durante la última hora del viernes. La laptop suele quedar en la escuela y la utilizan en el aula los miércoles para lectoescritura, trazados y juegos, pero no para internet, porque no hay conexión; eso fue, justamente, lo que una niña mencionó que le gustaría que tuviera el poblado.

A la escuela asisten 31 alumnos que llegan incluso de zonas lejanas. Entre ellos está Rodrigo, que recorre a caballo varios kilómetros desde la estancia donde trabajan sus padres, y también Lucrecia, de 11 años, que transita diariamente en moto los 20 kilómetros del desparejo camino, hasta llegar a las proximidades de la ruta 5. Otros, con un esfuerzo similar, caminan cerca de una hora y llegan un buen rato antes de las 10.00 para disfrutar de los juegos de madera que están en el patio.

Pese al calor, Eva, la auxiliar de servicio de la escuela, tenía prendida la cocina a leña, allí se las ingenia diariamente para cocinar con una partida de diez pesos por niño. Cada tanto, los vecinos y padres organizan beneficios para comprar cosas esenciales para la escuela, como la nafta para el motor, una garrafa mensual, a lo que se le suman artículos extra como los adquiridos en los últimos meses: la pintura para las paredes, la tela para las cortinas (la confección la hacen las madres), las cerámicas para el patio interno, y ahora crearán una biblioteca. Reciben también apoyo de la comunidad: de BIO Uruguay, una ONG de Tacuarembó, que ha organizado cursos y talleres de huertas con los padres, y de Forestal Oriental, radicada en la zona, con la que acuerdan el mantenimiento del predio y que donó el invernáculo, aún en construcción.

Agua, luz y algo más

Hay coincidencia al afirmar que el agua es la principal necesidad en Cerro del Arbolito. Los vecinos contaron que una parte del pueblo que antes tenía agua en los pozos de sus casas ya no la tiene porque se secaron las vertientes. En las proximidades de la escuela hay una canilla que funciona con una bomba manual, y los vecinos del entorno se trasladan varias veces al día para sacar agua que transportan en recipientes de 20 litros a ambos lados y que usan “para todo”: para tomar y cocinar, para el baño, para lavar la ropa y la casa. A unos kilómetros de allí, la Intendencia de Tacuarembó instaló, hace algunos años, un molino de viento en una zona alta, que distribuye agua hacia las viviendas cercanas y tiene un tanque con una canilla pública. El problema es que el sistema deja de funcionar cuando no hay viento, y ahí la mayoría recurre a la bomba manual. Varios vecinos se abastecen de una cachimba, y no hay quien no junte el agua de la lluvia en aljibes y tanques. Algunos sí pueden sacar agua de los pozos de sus casas; otros podrían hacerlo, pero descartan esta posibilidad porque las vertientes de agua están próximas a los pozos negros.

En diciembre del año pasado OSE aprobó un proyecto de convenio con los vecinos de Cerro del Arbolito, y los lugareños aguardan que esta semana comiencen las perforaciones. Se trata del Programa de Abastecimiento de Agua Potable a Pequeñas Localidades y Escuelas Rurales que es financiado por OSE y por el Banco Interamericano de Desarrollo. Según la resolución, se harán en la escuela dos perforaciones, se instalará un tanque de distribución y se hará un tendido de tubería de 3.450 metros.

Los vecinos trabajan en el proyecto desde hace cerca de cinco años y durante 2011 organizaron rifas y beneficios para contribuir con el aporte económico que les corresponde. Marina Sosa, una de las lugareñas que ha se ha dedicado a estas tareas, destacó el apoyo del Centro Latinoamericano de Economía Humana (CLAEH), que fue quien promovió el proyecto ante la oficina de OSE en Tacuarembó.

En el pueblo viven cerca de 250 personas; 21 familias participarán de la red de agua, puesto que el resto está muy lejos de la escuela, pero, según explicaron, tienen agua en sus pozos. “Lo que se precisa más es el agua, pero la luz también es muy necesaria. Uno se da cuenta de que con una cierta cantidad de dinero tenés todo: con la luz podés tener una heladera, ver más la televisión, tenés más posibilidades de tener cosas”, opinó Marina.

La mayoría de las casas cuenta con panel solar, y con ello pueden encender hasta cuatro lamparillas, durante algunas horas ver la televisión, prender la radio y hacer la recarga de los celulares; todo esto si hay sol, pero luego de un par de días nublados suelen recurrir a los faroles a mantilla y a las velas. No hay artefactos eléctricos tan comunes para la mayoría, como calefón, lavarropas, ventilador, computadora, microondas, entre otros. Por otra parte, tal como decía Sosa, la ecuación económica resultaría mejor si estuvieran conectados a la red eléctrica, puesto que las heladeras funcionan a gas y consumen dos garrafas de 13 kilos por mes.

UTE proyecta llevar energía eléctrica a la zona para este año, y para ello se inscribieron 54 familias, esto es, casi todo el pueblo; para ello, la comunidad tiene que costear cerca de 80.000 dólares, cantidad que está próxima a ser alcanzada por los aportes significativos de algunos estancieros. La maestra explicó que con luz podrían generarse más fuentes laborales, dado que permitiría instalar una peluquería, una panadería, alguna carnicería, entre otros comercios.

José Carlos González y Celerina, su esposa, que tienen un almacén, opinaron -como otros- que era un pueblo pobre. Pero ante los anuncios de disponer de luz y agua, opinó: “Con eso ya no nos vamos del pueblo, si no hacen eso la gente se va pa’ la ciudad, qué se va a hacer en la campaña, los sueldos son pocos, estancias quedan pocas y la forestación, con toda esa maquinaria que hay, tendrá a dos trabajando”.

Varios contaron que muchas familias han emigrado con sus hijos a las ciudades, porque allí no tienen posibilidades de seguir estudiando. El liceo más cercano queda en Curtinas, a 30 kilómetros, y tiene solamente hasta 4º año, luego deben ir a Tacuarembó, que queda a 60 kilómetros. Este aspecto se ha revertido parcialmente en los últimos cuatro años, cuando comenzó a circular un micro que lleva a los liceales hasta Curtinas; va de mañana y regresa de tarde y es aprovechado por todo el pueblo, puesto que es el único medio de transporte colectivo.

Los pobladores observan a todo conocido o desconocido que transita y acostumbran conocer los horarios y las vueltas de todos los locatarios; suelen ser muy cordiales y reciben con agrado a los foráneos: ofrecen algo de tomar, asiento y charla sin apuro. Así fue que conocimos la cachimba, guiados de la mano de tres niñas que habíamos visto en la escuela, que luego nos presentaron a su padre y nos mostraron todo lo que tenían a su alcance. Fue con ellas que vimos, de una distancia relativamente cerca, el Cerro del Arbolito, que tiene en la cima una anacahuita, que da el nombre a la localidad.

De regreso, paramos en el almacén de Hugo, que al caer la tarde tomaba una cerveza sentado en el frente de su casa. También compartió la velada su esposa, y con la noche cayendo, redondearon cuentos del lugar, que no cambiaban por la ciudad.

Mirada interesada

“Ah, ustedes vienen por lo del petróleo”, reprocharon discretamente algunos vecinos, que agregaban: “Antes ni se nombraba Pepe Núñez, ahora sí se nombra”. Se trata de un paraje ubicado en el sureste del departamento de Salto, que tiene más vínculo con la ciudad de Tacuarembó, que queda a 80 kilómetros, puesto que la capital salteña está a 180 kilómetros. No hay ómnibus que pase por allí, para ir a cualquiera de esas dos ciudades los locatarios deben atravesar 19 kilómetros por el camino vecinal de balasto y piedra para llegar a la ruta 31, sobre la que transita un ómnibus tres veces por semana.

Los vecinos que se quejaron de la reciente atracción nacional hacia Pepe Núñez tienen razón, porque es una hermosa localidad donde los habitantes pasan un enorme sacrificio para resolver cotidianidades y, al igual que sucede con otros parajes, sus vivencias merecerían ser más contempladas.

Pepe Núñez no cuenta con servicio de OSE, pero el agua para el consumo hogareño no resulta un problema, como en Cerro del Arbolito, porque hay un sistema de distribución que funciona satisfactoriamente, a partir de una bomba colocada por la Intendencia de Salto en la escuela rural. La falta de energía eléctrica sí hace que vivan situaciones similares a las descriptas para el otro poblado. La mayoría usa paneles solares y afirmaron que “la luz está cerquita”, puesto que hace poco se electrificó el pueblo Quintana, ubicado a 11 kilómetros (ver http://ladiaria.com.uy/articulo/2010/11/la-indomita-luz/ ); no obstante, saben que el número de habitantes y la distancia no hace posible costear el tendido eléctrico, y por eso esperan que se cree un núcleo de viviendas de Mevir, que pueda sumar a la causa.

Dentro de sus límites se visualizan entre 30 y 40 viviendas y hay muchas taperas, construcciones de piedra a medio demoler, dispersas. Se estima que viven cien y pocas personas; la escuela abre sus puertas para menos de 20 niños. Un dato compartido por los adultos refleja también el proceso de despoblamiento del área rural en todo el país: en la década de 1970 eran 60 alumnos, y a comienzos del siglo XX se estimaban en “cien y pico”.

“Pasamos mucho trabajo acá, tenemos todo lo necesario, pero con mucho sacrificio, si tenemos una heladera pagamos un costo horrible por el gas, todos los caminos están en mal estado y por eso no entra un ómnibus. La gente se va por la falta de trabajo, por la falta de liceo para los hijos y el pueblo está quedando vacío, todo por el lugar en que estamos, por la falta de comodidades que tenemos. Todo se dificulta, pero ya estamos acostumbrados nosotros, si salgo lo extraño al pueblo”, describió Lelia Rodríguez, la almacenera.

Las comunicaciones mejoraron a partir de noviembre del año pasado, cuando desde todas las casas se agarra la señal de Ancel (única línea de telefonía móvil en la zona), puesto que antes había que trasladarse a determinados lugares; la conexión a internet sigue siendo imposible.

Entre las construcciones se cuenta una iglesia que fue costeada hace 60 años por una bisnieta de Aparicio Saravia; el cura está asignado para toda la zona, por lo que llega allí alguna vez al mes. Hay una policlínica con una auxiliar de servicio y un médico que asiste cada 15 días; igual que Cerro del Arbolito, tiene un destacamento policial sin efectivo asignado. Hay un espacio de juegos infantiles en el predio de la escuela y un salón comunal que fue construido en 2011. El almacén de Lelia y el boliche de Juan Arezo -que tiene casín- son sus únicos comercios; la falta de carnicería es fácilmente solucionada, puesto que las actividades productivas del lugar son la cría de ganado ovino y vacuno. De manera casera suelen resolver también el abastecimiento de leche (y la producción de manteca, hasta dulce de leche), huevos, frutas y verduras, aunque se les complica un poco más sustituir la galleta de campaña, preferida por todos, pero que llega cada 15 días.

Tiene también un cementerio muy particular, ya que está ubicado en la cima de un cerro; hasta una parte se accede en vehículo, pero la más elevada tiene que hacerse caminando, y así cargan los féretros, que entierran en parcelas divididas por piedras. Las tumbas suelen visitarse cada 2 de noviembre y luego van cada tanto “los dolientes”, explicaron.

Oro negro

Desde hace algunos meses se están haciendo trabajos de prospección geológica para determinar la presencia de hidrocarburos en los departamentos de Salto, Paysandú, Tacuarembó y Durazno. En febrero las autoridades de ANCAP anunciaron que, en convenio con empresas privadas, comenzarán a hacer perforaciones en Pepe Núñez para extraer muestras de rocas que serán analizadas. El ente espera que la Dirección Nacional de Minería y Geología (Dinamige) autorice la solicitud, y se calcula que en mayo iniciarán las perforaciones.

Uno de los tres puntos del que ex-traerán muestras está en un predio de la familia Gutiérrez, frente a la iglesia; otro estará cerca del pueblo Quintana y el tercero en el cerro Charrúa, unos pocos kilómetros más al oeste del área más poblada de Pepe Núñez (que antes se llamaba pueblo Charrúa).

Meses atrás, la familia Gutiérrez firmó un compromiso con ANCAP autorizando las perforaciones, pero salvo conocer de cerca a quienes han hecho hasta ahora el relevamiento geológico, es muy poca la información que tienen, incluso desconocen cuál será el porcentaje que podrían recibir si se encontraran hidrocarburos en el subsuelo. “Sería muy beneficioso para el país, yo pienso que perjudicarnos no nos va a perjudicar, ¿usted qué dice?”, devuelve la pregunta Nelson Gutiérrez, dueño de casa y padre de tres varones que también están radicados allí, algunos con sus propias familias. Hasta el momento nada ha cambiado en su casa y siguen dedicándose al pastoreo de las 3.000 ovejas.

Al igual que ellos, el resto de los pobladores está enterado de los planes por los anuncios en la prensa, pero son precavidos y dicen que “los diarios a veces dicen cosas que no son”. “Nunca nadie vino a decirnos ‘van a venir máquinas, va a pasar esto con el pueblo’, nadie nunca nos dijo nada”, reclaman. “¿Encontrarán?”, se preguntan todos, algunos se responden que podría ser, mientras que otros desconfían un poco más.

“Puede ser que nos arreglen un poco los caminos con el asunto este del petróleo”, especula un vecino en el almacén. Otro le comenta con tono de pregunta: “Dicen que sale ahora en seguida eso” y, tras una pausa de esperanza, agrega: “Puede ser una fuente más de trabajo”. Le contestan que “para eso vendrá gente de otros lados”, y el de la esperanza con tono pausado insiste: “Y sí, vendrán expertos, pero a alguno de la zona agarrarán”.

Exceptuando las mejoras que piden sus habitantes, poco más le falta al pueblo, que tiene la invalorable hospitalidad de sus esmerados habitantes que eligen no cambiar por nada aquel maravilloso lugar, al margen del ruido citadino.