La muerte de un trabajador de La Pasiva baleado por un adolescente en la madrugada del domingo fue “inexplicable”, según repitieron hasta el cansancio unos cuantos periodistas y el mismísimo ministro del Interior, Eduardo Bonomi. Pero tiene sus explicaciones. La más notoria es que una ex empleada incitó a la banda a asesinar al encargado, quien se salvó porque el matador lo confundió con el planchero. El video registrado por las cámaras de seguridad, también repetido hasta el cansancio por informativos, brinda otra explicación posible: luego del disparo, los compañeros del asesinado, temiendo por sus vidas, ayudaron a los ladrones a recoger el dinero para que se fueran de ahí lo más pronto posible. Se trata de un método de gran eficacia, medida de acuerdo con la lógica de los chorros más violentos y más desalmados. Otros rapiñeros debieron haber tomado nota de eso y, si no se avivaron, los avivó la televisión con replays hasta en cámara lenta: si matás primero, te vas rápido y con la plata. Después de que los atraparon, quedó claro que, además, conviene buscar la manera de que no los reconozcan.

Sin embargo, algunas consecuencias del caso sí son inexplicables. La primera es la constatación de que algunos medios de comunicación, aquéllos que en general piden “mano dura” contra el crimen, funcionan como una verdadera y obscena “tv educativa” para los delincuentes. Del mismo modo que a los ladrones, señalan a los comercios más vulnerables al entrevistar a los comerciantes que, incautos, arriesgan sus patrimonios y sus vidas para lamentarse ante las cámaras de haber sido asaltados equis cantidad de veces. Y mientras les enseñan a los chorros, multiplican el sufrimiento de quienes están doliendo a las víctimas.

Igual de inexplicable es la atribución de responsabilidades. Esa muerte respondió al ánimo asesino de un rapiñero, y una mayor vigilancia en el lugar tal vez habría impedido el robo, pero al costo de más sangre y, tal vez, de más vidas. De todos modos, a alguien hay que echarle la culpa, y el ministro Bonomi es cartón ligador.

También son inexplicables las soluciones que ofrece la oposición, a la que debe sumarse los convocantes y participantes de la manifestación del lunes frente a la sede de Presidencia, quienes insistieron con el reclamo de mayores castigos, un mecanismo que este país ya probó y que sólo sirvió para hacinar las cárceles sin reducir la criminalidad. Algunos hasta subieron la apuesta al proponer la instauración de la cadena perpetua y la pena de muerte.

Es inexplicable que los más afectados por las rapiñas, los baristas y almaceneros, sufran unas 15 rapiñas diarias que no se denuncian “para evitar contratiempos”, según admitió en declaraciones a El País el vicepresidente de Cambadu, Daniel Fernández. Porque esa actitud alienta a los rapiñeros.

Inexplicable es que el gobierno fije, desde hace ya algún tiempo, su política de seguridad ciudadana, corrida a ponchazos por la oposición. Como si no hubiera hecho ya suficientes concesiones (el mantenimiento del registro de antecedentes de los menores infractores cuando llegan a la mayoría de edad, los “megaoperativos” y el anuncio de cacheos “aleatorios”, es decir, arbitrarios o por portación de cara o de vestimenta), el oficialismo llegó a considerar su asistencia a la protesta del lunes. Algunos de sus miembros participaron.

Ese mismo día, el presidente del gobernante Frente Amplio, Jorge Brovetto, dijo, tras una reunión de la dirigencia con Bonomi, que esa fuerza izquierdista “apoya la filosofía y la orientación” del Ministerio del Interior. Y las definió con dos palabras sin precedentes en esa coalición: “mano dura”. Claro que complementada con un “trabajo sobre los temas básicos” y “la convivencia ciudadana”. En medio de la cocoa de esta semana, ese pelo pasó inadvertido. El Frente Amplio reivindica la “mano dura”. Inédito. Inaudito. E inexplicable.

Tan inexplicable como el hecho de que el presidente José Mujica, en un diálogo informal con los periodistas, les pidiera el lunes “datos” y “chismes” sobre el asesinato del trabajador de La Pasiva. Él tiene a quién solicitarle información precisa, si le interesa, empezando por el propio Bonomi y siguiendo por sus subalternos. Su indiscreción agrava la sensación de inseguridad imperante, pues prefiere preguntarles esas cosas a los periodistas y no a su ministro, que en esa foto aparece como pintado. Es inexplicable que, entrevistado por la televisión venezolana, Mujica postule decirles a los jóvenes uruguayos que puedan verse tentados por el delito “no seas gil, nabo de mierda”. ¿A quién podría convencer así?

En medio de todo esto, los únicos que parecen tenerla clara son los chorros, porque la falta de explicaciones fomenta la inseguridad que les facilita sus desmanes. Para romper el círculo vicioso, alguien debería darlas. ¿Quién empieza?