El partido le pidió a un candidato que‭ “‬consiga‭” ‬una novia para‭ ‬mostrarse emparejado en su primera campaña electoral.‭ ‬Cuando‭ ‬pocos reparaban‭ ‬aún‭ ‬en la‭ “‬corrección política‭” ‬o en la‭ “‬perspectiva de género‭”‬,‭ ‬los periodistas‭ ‬optaron por dirigirse a una funcionaria como‭ “‬señorita ministro‭”‬ porque‭ ‬no se había casado y porque en esos tiempos una jueza era‭ “‬una juez‭”‬,‭ ‬una abogada era‭ “‬una abogado‭”‬,‭ ‬una cirujana era‭ “‬una cirujano‭”‬,‭ ‬la‭ “‬soldada‭” ‬era el salario del soldado y‭ ‬una‭ “‬coronela‭” ‬era la esposa de un coronel.‭ ‬La intensa actividad en los ámbitos nacional e internacional‭ ‬es‭ ‬el único motivo al que un destacadísimo profesional uruguayo atribuye su inveterada soltería si le preguntan al respecto en una entrevista.

‎En este país, como en muchos otros, los gays y las lesbianas con vocación política se sienten o los hacen sentirse obligados a mantener su orientación en reserva, e incluso a mentir sobre ella. Integrar una minoría sexual es malo, o al menos inconveniente, y la respuesta buena y conveniente es la hipocresía, la clandestinidad. Si sos, que no se note, aunque se sepa. Porque casi siempre se sabe. Un par de llamadas alcanzan para llenar el primer párrafo de esta columna con los nombres y apellidos correspondientes, si no los dedujiste de entrada.

‎En otros espacios profesionales, como el deporte y la docencia, sucede algo parecido. Hipocresía. Clandestinidad. Políticos, deportistas y docentes heterosexuales suelen cuestionar el reclamo de reconocimiento de las minorías porque, según dicen, ellos mismos no ostentan su orientación, obviando el detalle de que sí exhiben a sus cónyuges e hijos. Mientras, a gays y lesbianas se les niega el derecho a casarse y la potestad de adoptar. Para los miles de hombres y mujeres trans la cosa es peor: hasta hace tres años la ley les negaba hasta el derecho a una identidad, a un nombre acorde con su género y el prejuicio sigue empujando a muchísimas travestis al trabajo sexual para obtener un ingreso.

‎Durante los primeros 181 años de vida independiente de este país, gays y lesbianas dedicadas a la política jugaban al tío solterón y la tía solterona. Hasta que un funcionario del actual gobierno, Andrés Scagliola, le pidió en noviembre pasado al semanario Brecha que lo entrevistara. Y dijo: “Soy uno entre cuatro hermanos, soy politólogo, soy frenteamplista de nacimiento, soy hincha de Nacional y del Barcelona, soy un retornado al país, soy director de Políticas Sociales del Mides [Ministerio de Desarrollo Social] y soy gay”. “La condición de gay no es un asunto privado”, prosiguió, “yo soy de los que por mucho tiempo pensaron que la orientación sexual de las personas le competía a cada uno, que no tenía una dimensión política. Sin embargo, si pertenecer a una minoría sexual o tener una orientación sexual diferente todavía convive en esta sociedad con una serie de prejuicios, discriminaciones, estereotipos, eso necesariamente tiene que tener una dimensión política, pues es a través de la política que se perpetúan o se cambian las relaciones entre las personas”.

‎ Lo de Scagliola no fue una pavada. Por un lado, desde que reveló su condición de homosexual asumió con mucha más extraversión y energía la defensa de las reivindicaciones LGTB (siglas de lesbianas, gays, trans y bisexuales). Si no quedó claro, Scagliola es el primer integrante de ese colectivo que los representa desde la función pública y de forma abierta. Es una pena que cinco meses después siga siendo el único, sólo acompañado desde el llano por una agrupación frenteamplista y otra colorada, recién fundadas y ambas con la palabra “diversidad” en su nombre.

‎ Además, los niños, niñas y adolescentes tienen, por fin, una referencia LGTB real y muy alejada de los estereotipos perpetuados por la educación, la sociedad y los medios de comunicación. Comenzó en Uruguay un proceso que llevará muchos años o decenios y al cabo del cual cualquier persona en etapa de “desorientación sexual” podrá proyectarse como gay, lesbiana, bisexual o trans sin distorsionar esa imagen con los atributos del artista, el bufón, el solitario, “la loca” o “el marimacho”. ‎

No es pavada. Porque esos arquetipos y esos atributos representan una falsificación del espíritu humano que no sólo les ha negado a las personas LGTB la posibilidad de casarse o adoptar hijos, sino que también ha convertido actos tan simples como abrazarse, besarse o caminar de la mano en gestos de valentía. Esos arquetipos y esos atributos son los que arrastraron a la calle y a la nocturnidad a las cuatro mujeres trans asesinadas en lo que va del año.

‎ Para que la sociedad avance hacia un estado de gozoso respeto por las diferencias, que no tiene por qué ser utópico, se necesita, para empezar, un Scagliola, dos scagliolas, 33 scagliolas. Es preciso abrir muchos armarios (y, por qué no, muchos casilleros en los vestuarios de los clubes deportivos) para diluir el tufo a naftalina.