Se llega al Taller de Sala 12 luego de atravesar uno de los patios internos del hospital y caminar por uno de sus viejos corredores. En el recorrido nos cruzamos con unos pocos pacientes y no era difícil pensar que les impresionaba la delegación que conformaban jerarcas de la Administración de Servicios de Salud del Estado (ASSE) y la intendenta de Montevideo, rodeados de una docena de periodistas con cámaras y micrófonos. “Ensayo general para la farsa actual, teatro antidisturbios”, cantaba un paciente mientras nos veía pasar por el corredor, y tenía bastante razón.

El taller era frío y estaba iluminado con luz artificial; algunas de las ventanas no tenían vidrios, simplemente una gran lona; las paredes delataban la falta de mantenimiento del edificio de 130 años y el piso de baldosas temblaba. Aun así, el ambiente tenía calidez.

Los bancos reservados para las autoridades eran dos, estaban uno junto al otro; no eran asientos cualquiera, habían sido elaborados en el taller con estructuras de camas de metal en desuso y sus respaldos, hechos con tirantes de madera del edificio, tenían inscripta una palabra cada uno: “Hospital” y “Vilardebó”.

Los 12 pacientes integrantes del proyecto estaban sentados en otros dos bancos comunes. Atrás de ese atrio improvisado podía recorrerse el taller. Allí estaban las mesas de carpintería, con sierras, serruchos, taladros, martillos y escuadras; apilados en algunos rincones tenían los insumos a partir de los cuales trabajan (mucho hierro) y distribuidas en el recinto se veían algunas de sus producciones: lámparas con pantallas de botones de colores, reposeras hechas con elásticos de camas viejas sobre los cuales habían tejido un tapizado uniendo tapas plásticas de botellas y camisetas del taller de serigrafía. El equipo también construyó un baño y una kitchenette y restauró una sala del Vilardebó en la que ocurrió el último motín. Tabeira reseñó otra decena de trabajos, entre los que estaban los asientos tapizados y portasueros para otros hospitales.

Los integrantes del taller son pacientes judiciales, que fueron derivados al hospital tras haber cometido un delito en el marco de su patología. Los que participan cuidan su lugar, saben que “si hacen algo mal” quedarán excluidos de ese ámbito, en el que participan gustosos alrededor de seis horas diarias.

En diálogo con la prensa, la presidenta de ASSE, Beatriz Silva, destacó el valor del emprendimiento y la función del “trabajo como elemento fundamental para la rehabilitación, tanto de su problema de salud como de su situación social”, y mencionó que además de contribuir al hospital, la tarea les permite “que cuando les den su alta médica o cumplan su pena, puedan salir a la sociedad y ser personas constructivas con un trabajo, con una capacitación”.

Medio camino

“Un paciente judicial no puede estar siete años acá”, afirmó Tabeira, quien no demoró en expresar el pedido: “Una casa para que vivan, para que no estén más acá adentro tantos años”. Agregó que los pacientes a veces van mal dormidos al taller porque alguien se descompensó en la sala, y que es contradictorio darles medicación para dormir y no disponer de un ámbito adecuado como para que lo hagan. La psicóloga del proyecto acotó que sería para los pacientes que tienen el alta médica pero no el alta judicial. Tabeira añadió que sería para que duerman en esa casa y se trasladen al hospital a trabajar, y mencionó que la gran mayoría de ellos proviene del interior del país y no tienen familia en la capital. Como forma de demostrar su grado de rehabilitación, la líder del proyecto mencionó que trabajan con objetos con los que podrían agredir a alguien, y sin embargo, esto nunca ocurrió.

Las autoridades no respondieron directamente al planteo. La intendenta Ana Olivera, luego de que Tabeira le formuló el pedido, preguntó: “¿Tienen alguna casa en vista?”, y mencionó que la intendencia alquiló por un año un local para personas que trabajaban en la calle. A continuación Olivera anunció la donación de libros para la biblioteca y de maderas y hierros para el taller.

Al directorio de ASSE y a la intendenta le obsequiaron dos mesas elaboradas en el taller. Permanecían tapadas y fueron descubiertas por uno de los pacientes. Ambas tenían el escudo nacional, tallado por completo en la mesada; los únicos elementos ajenos a ese material eran tres pequeñas cadenas que sujetaban cada platillo de la balanza. Simbólico.

El grupo entregó una tercera mesa a un empresario que se encargará de refaccionar la claraboya del salón junto al taller, lo que le permitirá expandir el ámbito de trabajo, logrando mejor luz natural y alivianar su estructura. Además, ellos participarán en esa reestructura.

De sobremesa

Luego de que se fueron las autoridades el ambiente era más distendido. Los pacientes tomaban mate y saboreaban un pan de maíz que había llevado una integrante de la comisión de usuarios del barrio. También estaba el profesor de carpintería, que asumió recientemente.

En cuanto Tabeira regresó de despedir a las autoridades se sentó con ellos y les preguntó qué les había parecido la actividad. Reveló que esperaba haber “llegado al corazón” de las autoridades. Además de hacerles a éstas el pedido expreso, durante su alocución en la ceremonia Tabeira preguntó a los asistentes cuántos de nosotros podríamos levantarnos cada día a trabajar unas seis, siete horas, sin tener familia, sin tener un pago y una obligación. Y hacerlo con aquella voluntad.