Gastón Bentancurt tenía diez años e iba a la Escuela Chile de Montevideo, ubicada en Maldonado y Ciudadela, cuando se enteró de que podía participar en un proyecto “para tocar un instrumento”. En su casa le dijeron que no era posible porque se mudaban de Ciudad Vieja a Manga. Sin embargo, el último día de inscripción consiguió que la mamá de una compañera de escuela lo anotara junto con su hija. Ella no quedó seleccionada, pero él sí. Ahora Gastón tiene 21 años. Es violinista en la Sinfónica del SODRE y suplente de concertino en la José Artigas. Enseña a escolares de Flor de Maroñas y de Florida y estudia dirección de orquestas en forma particular para “seguir mejorando”.

Encuentre el talle

Saber qué instrumento va a aprender cada niño requiere de un proceso y depende de varios factores. Lo primero siempre es la pregunta “¿qué te gustaría tocar?”. “Algunos tienen una idea, otros sólo quieren formar parte de la orquesta”, dice Britos. Se prueba entonces con el instrumento que cada uno sugiere y se hace una evaluación. “Hay muchos que tal vez no tienen la facilidad para el instrumento que soñaron tocar o las condiciones físicas. Un niño quiere tocar un clarinete. Como tiene nueve años le faltan todos los dientes porque los está cambiando, pero es fundamental que apoye la paleta en la boquilla, no le puedo dar un clarinete. O si ya cambió los dientes y los tiene para adelante. Tampoco es positivo recomendarle una viola si tiene antecedentes de padres de baja estatura”, ejemplifica. “Siempre hay un tiempo de mucha investigación en la orquesta en la que es habitual el cambio de instrumento. Vas monitoreando con cuál se identifica el niño, nos vamos fijando en cada uno, vemos cómo reaccionan ante unos y otros. Es un tema complejo que lleva unos días, pero nunca falla; se terminan enamorando del instrumento”, completa.

“Siempre estuve vinculado a este proyecto, nací acá. Tuve suerte. Me dieron una herramienta y la aproveché. Me pude independizar, vivo solo y tengo una vida con base en esto”, relata en conversación con la diaria, en la Escuela Nº 173, mientras, con paciencia, pide orden a sus alumnos que están a minutos de debutar en el marco de la inauguración de una biblioteca de aula. “Si me quiebro un dedo, no me imagino qué otra cosa hacer porque esto es lo que hice toda mi vida. Te das cuenta de que les das una herramienta, una oportunidad de vida. Los próximos maestros van a salir de acá”, completa.

Gastón es uno de los primeros alumnos de Ariel Britos, fundador y presidente del FSOJIU, director de la José Artigas y violinista en la Sinfónica del SODRE, aunque comenzó su carrera musical como pianista. Para la conducción de orquestas infantiles y juveniles se capacitó desde 1996 en Venezuela con el maestro José Antonio Abreu, creador de este método de trabajo que busca la integración social y el desarrollo por medio de la música y que ha inspirado a otros países latinoamericanos.

Misma sintonía

La FSOJIU funciona desde hace 16 años. Primero lo hizo como comité promotor y luego, cuando esa figura legal fue creada, como asociación civil. Desde 2011, el Ministerio de Educación y Cultura, bajo el paraguas del SODRE, dio respaldo a la iniciativa para darle alcance nacional. Mediante este convenio, el SODRE aporta infraestructura edilicia y recursos, principalmente, los instrumentos; y la fundación, los conocimientos por medio de sus docentes.

El objetivo es brindar oportunidades a quienes tienen menos posibilidades de inserción social, utilizando como herramienta de trabajo la orquesta sinfónica. “¿Por qué? Porque tiene una serie de particularidades interesantes”, explica Britos a la diaria. Bajo esta forma, se consolida el concepto de trabajar en equipo con un objetivo común: hacer música. “Esto pone a cero a todos los que participan en una orquesta. La diferencia no está en si se es hijo de un empresario, de un diplomático o si se viene de un barrio de muchas carencias. La orquesta los coloca a todos en un mismo lugar. De ahí en adelante los diferencian la disciplina, la voluntad, el trabajo personal y el compromiso de cada uno con la tarea”, explica.

Para estar “a cero” cada niño obtiene su instrumento y todos tienen el mismo profesor, las mismas condiciones y las mismas oportunidades de desarrollarse, aunque las diferencias entre los alumnos se mantienen una vez que cada uno regresa a su entorno, que también condiciona para bien o para mal la dedicación y apoyo que le puedan dedicar a la música. Para Britos, no hay fracasos. Los que siguen el camino de la música se convierten en profesionales y tienen todos los elementos para una formación integral. Los que no, los que se dieron cuenta de que la música no es lo suyo tampoco pierden, afirma. “Adquirieron un conocimiento que les permite sensibilizarse, entender el mundo de otra manera. Terminan siendo buenos escuchas de música, asistentes a teatros, y los que se transformen en empresarios quizá terminan siendo sponsors de música. Porque aprendieron las bondades del programa, conocen el trabajo en equipo y cómo desenvolverse en la vida para lograr cosas en la sociedad. En esto no hay pérdida, quien pase por aquí se habrá llevado algo”, señala.

Lenguaje universal

Actualmente, el sistema de orquestas comprende unos 900 niños y adolescentes en todo el país; a todos los fueron a buscar. “Eso es lo sustancial de un proyecto de acción social por la música”, dice Britos. Explica que primero se hace un estudio en la zona donde quieren tener una intervención basado en las carencias y las probabilidades de trabajar exitosamente, para no depositar esfuerzos donde no hay herramientas suficientes, y luego se instalan.

Así lo hicieron en Villa Prosperidad, Barrio Municipal, Cerro Norte y Ciudad Vieja, además de Flor de Maroñas. Fuera de Montevideo ya están consolidados en Florida y Lavalleja y están comenzando en Tala e impulsando un proyecto binacional Río Branco-Yaguarón. “El criterio es siempre el mismo: vamos a buscarlos. Y es mágico, como que los muchachos están esperando ser encontrados. Entonces, es muy sencillo”, califica. Cuando se le pregunta qué tienen en común los chicos, Britos no duda: “Que lo necesitan”. Además, se suman una infraestructura básica para poder desarrollar la orquesta y las condiciones mínimas que aseguren una proyección.

Instrumento casero

“El joven que durante el día interpreta a Mozart por la noche no romperá vidrieras”. Ése es el lema del maestro paraguayo Luis Szarán, director de orquesta, compositor e investigador musical, quien en 2002 creó el programa “Sonidos de la tierra”. Es similar al de Britos y persigue el mismo objetivo: la integración social y comunitaria por medio de la música para combatir la violencia juvenil, potenciar su autoestima, incentivar su creatividad, el espíritu emprendedor, el trabajo en equipo y las actitudes democráticas. Su proyecto también está dirigido a niños y adolescentes de bajos recursos y está presente en 72 comunidades del interior de Paraguay, según el sitio web oficial. Un día, trabajando en Cateura, un asentamiento de Asunción ubicado a escasos metros de un vertedero, un profesor pidió a los familiares de los niños que colaboraran de alguna manera con la iniciativa. Uno de los padres, Nicolás Gómez, apareció con un violín hecho con una cacerola. Lo que primero provocó risas terminó en talleres de lutería a partir de desechos de los alrededores de Cateura y en la conformación de la orquesta Melodías de la Basura, que ha dado más de 90 conciertos y ha recorrido Alemania, Francia, Suiza, Austria e Inglaterra, entre otros países.

Las orquestas que surgen en estos barrios “se mezclan” con otras formadas en ámbitos privilegiados, donde los niños y adolescentes, por lo general, llegan sin tener que ir a buscarlos. “Cuando juntamos a todos en la Infantil Metropolitana o en la Infantil Nacional, con una selección de 435 muchachos, todos tienen la misma ropa, el mismo instrumento, las mismas partituras y están sentados en la misma silla. Los niños, de un lado y del otro, lo viven con una alegría tremenda y eso es la integración”, destaca.

El debut

En Flor de Maroñas el lugar de ensayo es un salón de la Escuela Nº 173, pero también concurren alumnos de la Nº 97, Nº 181 y Nº 201. La orquesta se conformó a principios de abril basada en un proceso de selección encabezado por el Ministerio de Desarrollo Social (Mides) y en el que participó el Consejo de Educación Primaria. “Se priorizó a los niños que venían de contextos más vulnerables. Ése fue el criterio”, indicó la directora de la Nº 173, maestra Pilar Fernández.

Desde la conformación, ensayaron todos los días con Gastón. El 28 de mayo se realizó una jornada especial y abierta por el Día del Libro y se inauguró la biblioteca de aula. Esto se convirtió en una oportunidad para que por primera vez la orquesta tocara en público; estaban invitados los padres. También era el debut de Gastón como director. Para todos era un gran día.

Antes de la presentación, en el salón de ensayos, el profesor daba las últimas instrucciones, ordenaba los chelos y reiteraba cómo guardar los instrumentos en los estuches y cómo respirar. Luego pidió que se formaran en el patio, prontos para salir a escena. Muchos escolares esperaban a sus padres, a un hermano mayor o a un tío y se salían de las filas para asomarse al portón o le pedían a Gastón una foto con él. Cada tanto, para aplacar la ansiedad, el profesor les pedía que escucharan el “ruido del silencio”.

Las niñas de sexto usaban maquillaje por primera vez. Todas compartían un labial que había llevado una madre y pedían a las maestras que les arreglaran el pelo. “Nos dijeron que hoy tenemos que vernos bien”, explicó una niña. “¿Vos qué hacés cuando estás ansiosa? Yo me pongo a cantar”, señala otra, que seguidamente aclara: “Pero no estoy preocupada, es que quiero tocar ya”. “Yo no estoy ansiosa, estoy emocionada”, dijo la primera. “Fijate, yo no sabía la diferencia entre una viola y un violín”, añade un niño, que luego detalló los pasos de cómo debe limpiar su instrumento.

En el patio del recreo interpretaron “Chocolate quiero”, “Marcha hacia la orquesta”, “El grillito” y “Los pollitos”. Mientras avanzaba el repertorio, Gastón contaba a los padres cómo ensayan y explicaba que son todos ejercicios para las orquestas que recién están comenzando. “Los que entraron en la orquesta cambiaron en todo”, cuenta la directora, “en la forma de hablar, en la forma de dirigirse a las autoridades de la escuela. En el entusiasmo, el cambio de actitud en general y frente al estudio. Los que venían a molestar a la hora del recreo ya no lo hacen. Se siente que encontraron un camino que les levanta la autoestima. Todo esto vale la pena, aunque el cambio se genere en uno solo”, evalúa Fernández.

El milagro

La José Artigas, que tiene 20 años y es la punta de la pirámide del sistema de orquestas, es también un lugar de confluencia de jóvenes con distintas realidades socioeconómicas. “Ahí es donde se juntan. Es en la orquesta donde se produce el milagro, la fusión. Unos vienen, no saben muy bien a qué y encuentran su vocación. A unos los encontramos y otros nos encuentran”, expresa.

Por medio del trabajo con los niños también se busca la integración y participación familiar. “Los padres rápidamente captan esa nueva manera de sociabilizar. A veces puede pensarse que existe cierto escepticismo o resistencias, pero para nada”, asegura Britos.

En el marco de una iniciativa similar en Paraguay, dirigida por el maestro Luis Szarán, la participación de los padres de los niños que vivían en un asentamiento fue el puntapié para la creación en 2002 de una orquesta que hace música a partir de la basura y que ha recorrido el mundo (ver recuadro “Instrumento casero”). Una vez, relata Britos, una madre que acompañaba a su hijo en su primer concierto en el Auditorio Nacional Adela Reta del SODRE le dijo: “Nunca imaginé que tendría derecho a entrar a este lugar”. “‘Derecho’, ¿te das cuenta? No hay lugar para la explicación, hay que vivirlo”, completa.