El que pasó fue el primer fin de semana en que funcionó el cine Grand Prix. El movimiento en el barrio cambió. Gente joven, adultos y niños desfilaron por la puerta del cine y su entorno, lo que aportó cierta frescura a la zona. Ayer, domingo, cuando todavía la feria estaba instalada en la puerta del cine, los primeros espectadores comenzaban a llegar. A los feriantes la actividad que generó el cine no les fue indiferente, aunque no repercutió en las ventas. Ana, feriante y vecina de la zona desde hace años, comenzó diciendo en diálogo con la diaria: “¡El movimiento en el barrio es otro! Por lo menos ahora ves gente caminando durante toda la tarde”. Relató que los domingos, una vez que se levantaba la feria, la zona quedaba desértica; sin embargo, eso no ocurrió el fin de semana y todo parece indicar que no volverá a suceder. Destacó que lo más importante de la reapertura es la generación de un espacio de esparcimiento en la zona. “Hasta ahora no había ningún lugar para ir”, señaló, y seguidamente contó que a los vecinos del barrio una ida al cine les implica no sólo el valor de la entrada sino el boleto de los traslados y algo para consumir. El ahorro en promedio es bastante, puesto que la salida se reduce a 100 pesos por entrada y queda un resto como para comprar pop a 40 pesos o un pancho a 25 de los que vende Mingo en la puerta.

Domingo se llama el vendedor de panchos, pero en el barrio, donde vive desde hace más de 40 años, lo conocen como Mingo. Hasta la semana pasada vendía panchos en la cuadra de enfrente, y cuando se concretó la reapertura pidió permiso para instalarse en la puerta del Grand Prix. Reconoció con entusiasmo que entre viernes y domingo a las de ventas fueron muy superiores del otros fines de semana, no obstante, estaba contento también por la carga emotiva del nuevo emprendimiento. “Es un cine más familiero y la gente está más unida [...] Hacía falta algo así porque la gente siempre se iba para el centro y nunca se podía quedar acá”.

Comenzó la función

Al ingresar al cine el olorcito a pop invadía los sentidos. El mostrador donde lo venden estaba decorado con una planta de Anthurium, que había sido enviada por “los vecinos pegados por Santiago Sierra” para desearles “éxitos”, según rezaba la tarjeta que venía con las flores.

Madagascar 3 arrancó a las 14.30, pocos minutos después siguieron ingresando madres con hijos, abuelos con nietos y familias enteras. Una pareja y sus dos hijos llegaron cuando la función llevaba más de 20 minutos, luego de una pequeña asamblea resolutiva frente a la boletería, decidieron entrar. El padre de familia sacó cuatro billetes de 100 pesos, los estiró y pagó las entradas, una vez concretada la compra expresó: “Eso sí, nos van a dejar ver el principio de la película en la próxima función, ¿no?”. Carlos, quien custodiaba la puerta, sin dudar respondió que sí. En conversación con la diaria comentó que no es común ver familias enteras de la zona en una sala de cine, por lo que “vale la pena” hacer el esfuerzo.

Cristina, responsable de la boletería, también se refirió al esfuerzo que hacen los vecinos para poder ver una película. Mostró paquetes de monedas de uno y de diez pesos y dijo: “La gente viene con monedas, juntando cada peso, ¿en qué otro cine ves eso?”. Asimismo, se refirió a las facilidades que encuentran quienes viven en la zona: “No tenés que vestirte como para ir a un shopping y podés venir caminando”.

Nostalgia

Muchos años le llevó a Martín Daian, técnico en cinematografía, la puesta a punto del Grand Prix, y aunque la inauguración estaba prevista para el principio de las vacaciones de julio, la apertura no fue posible por complicaciones con habilitaciones y permisos, lo que el propietario resumió como “trabas burocráticas”. La habilitación final de Bomberos todavía no está, y por medio de entrevistas otorgadas a diversos medios de comunicación, Daian se encargó de pedir “por favor” a las autoridades “que tuvieran consideración, que era un emprendimiento cultural que creaba un bien para la zona”. “La noticia llegó muy alto y se pudo solucionar el tema”, agregó. Igualmente, las complicaciones no terminaron de resolverse definitivamente puesto que ayer se enteraron de que la Intendencia de Montevideo les va a poner una multa que no saben “ni por qué”; “no me sobra ni tiempo ni plata y estoy cansado de que me estén pasando el trapito, pero bajar los brazos ahora es un acto cobarde”, reflexionó Daian.

Aseguró que seguirá adelante con lo que “no es exactamente un sueño” sino una convicción, la de “recuperar los valores perdidos”. “Hoy la sociedad está muy cambiada, los cines de barrio hacían su trabajo para cultivar a una persona, y cuando se terminaron, los barrios quedaron apagados, quedaron solamente para vivir, sin nada para el esparcimiento”, puntualizó.

Para él hacer realidad el cine es una forma de devolver algo de lo que muchos barrios perdieron en la década del 80. “Creo que en la vida hay que tratar de no pasar desapercibido y hay que hacer cosas buenas por el país donde uno vive”, enfatizó.

La inversión fue de más de 450.000 dólares; la hizo con parte de ahorros y parte de préstamos. Se trata de una inversión recuperable a más de diez años, que implicó la compra del edificio y obras de acondicionamiento, ya que desde 1979 han funcionado diversas fábricas y la sala como tal había sido desmantelada. También hubo que pagar la compra en el extranjero de proyectores y equipos de sonido, y el traslado desde Estados Unidos de una donación de butacas.

El costo operativo del cine es alto. Cuatro empleados, agua, luz, teléfono e impuestos significan entre 6.000 y 7.000 pesos por día. Además, 50% de la recaudación bruta se destina a la distribuidora de films.

Hasta el momento Daian no recibió ningún tipo de apoyo del Estado. Cuestionó la actual valoración que se hace de la cultura: “Espero que no me surjan más piedras en el camino porque ya fue muy duro; es increíble que a veces se escuche que los gobiernos están interesados en la cultura, pero no te faciliten las cosas, y que haya que hacer ruido en la prensa para que funcionen”, concluyó.