A un año de iniciado el trabajo, la Secretaría de la Mujer de la Intendencia de Montevideo dio a conocer ayer la evaluación del Programa de Atención a hombres que deciden dejar de ejercer violencia, realizada en el período marzo-diciembre de 2012. El Centro de Estudios sobre Masculinidades y Género a cargo del licenciado en Psicología Darío Ibarra, es el que aborda la temática mediante la intervención en grupos. Con estilo provocador lanzó una pregunta al auditorio: “¿Cualquier hombre se puede rehabilitar o reinsertar en la sociedad si ejerce violencia?”. Y contestó: “Creemos que no. No cualquier hombre puede, porque hay quienes no tienen los recursos internos y la capacidad para aprender un sistema y dejar de hacerlo. Hay que estar dispuesto”, remató. Ése es el elemento fundamental para ingresar al programa.

Los grupos son guiados por un facilitador, método que se conoce como Cecevim. Fue importado de San Francisco, Estados Unidos. Actualmente se aplica en su país de origen, México, Panamá y Uruguay. Se trata de una serie de 24 sesiones de dos horas por semana, con no más de 15 participantes.

En relación a la experiencia, el educador social Juan Carlos Vega, integrante del equipo técnico del centro y cofacilitador del programa, fue contundente: “Los hombres tenemos una baja tolerancia a la frustración [...] Reproducimos una tendencia social a ejercer control”. Desde allí es que el rol del facilitador se vuelve relevante. “Estamos todo el tiempo exponiendo al grupo que nosotros también trabajamos diariamente para no ejercer violencia”, agregó Ibarra.

En la primera hora de sesión se tratan los conceptos del proceso violento de cada hombre, y en la segunda se comparten los testimonios de los usuarios que desean hablar de sus casos. Pero para que esto “funcione” se debe generar un pacto previo con el grupo. No se puede hacer chistes ni desatender lo que dice un compañero. Tampoco generar pactos o alianzas machistas. Ni interpretar, juzgar o dar consejos. “Es una metodología de confrontación”, explican los especialistas. Eso genera un alto impacto en el participante. “Es común que los hombres generemos pactos. Muchos de ésos tienen que ver con guardar silencios y provocar cierta complicidad y encubrimiento. Si lo expresás o denunciás, te convertís en un alcahuete”, ejemplificó Vega.

Asimismo, se trabaja para que el participante adquiera herramientas para no poner en riesgo la vida de su pareja ni la suya. Para ello, se profundiza en el “riesgo fatal”. Se trata de identificar y reconocer el proceso que se va gestando en cada hombre, cuando comienzan a aparecer ciertas señales corporales que puedan servir de alerta para intentar generar un retiro de la situación y no cometer un acto desafortunado. Esto se expresa, por ejemplo, en aumento de la temperatura, sudoración en las manos, nerviosismo, apretamiento de las mandíbulas, entre otras manifestaciones.

El proceso también involucra a figuras referentes para ese hombre. A partir de la octava sesión, el equipo técnico provoca la primera intervención. Muchas veces, sus ex parejas, parejas o sus familiares son los que están en contacto vía telefónica y brindan información sobre la evolución de las conductas detectadas en el entorno. Este rol es voluntario y confidencial, y en todos los casos se solicita al referente que no transfiera lo conversado al usuario.

Valores

La mayoría de los hombres que ingresaron al programa lo hicieron por su propia voluntad. De los 91 que manifestaron interés para formar parte del grupo de atención, sólo 66 asistieron a la primera entrevista, de los cuales 62 participaron en la primera sesión y sólo 32 permanecieron. Sin embargo, únicamente 11 culminaron el proceso completo. Del total de participantes, nueve abandonaron entre la 12ª y la 24ª sesión.

Entre las causas identificadas por el estudio que explican este fenómeno, se destaca el no poder sostener los acuerdos (35%), no estar de acuerdo con el programa (20%), no aceptar que una mujer integre el equipo de facilitadores (20%) -el equipo se compone de una mujer y dos hombres-, limitaciones por el horario de trabajo (15%), cambio de ciudad (10%). Del grupo de 30 participantes que contaban con medidas cautelares, sólo 24 fueron derivados por sugerencia del juez, mientras que seis de ellos llegaron por iniciativa propia. De los 24 primeros, sólo siete asistieron efectivamente al grupo. Cierto es que la metodología no lo puede todo; no es un pase mágico. Por eso mismo surgió la necesidad de realizar diez derivaciones para la atención de casos puntuales: cinco a psiquiatra, tres a psicólogo, una a Alcohólicos Anónimos y otro a Narcóticos Anónimos. El equipo consideró relevante conocer la propia percepción de los hombres sobre su conducta. De ello se concluyó que 90% reconoció ejercer violencia verbal, 80% psicológica, 8% económica, 5% física, 2% sexual y 5% no consideró tener actitudes violentas.

Derribar algunos mitos parece ser un punto de partida. Sostienen los técnicos que la violencia de género está asociada en el imaginario a bajos niveles de instrucción y a personas de bajo poder adquisitivo. Consultados los especialistas respecto de la ausencia de usuarios profesionales en los grupos, dijeron que existe una creencia poco fundada en que en sectores más acomodados de la sociedad estas cosas no suceden. Como desafíos a futuro mencionaron la necesidad de formación de recursos humanos para trabajar en la temática, la incorporación del abordaje en el sistema de salud privado y mejorar la coordinación con el sistema judicial especializado.

Por mayor información: www.masculinidadesygenero.org.