“No confudas a un hincha con un violento” reza la campaña patrocinada por el Ministerio del Interior. Reconozco que como amante del fútbol e hincha de un equipo tan pequeño como El Tanque Sisley compartí el mensaje y hasta me emocioné con las imágenes. Qué bueno estuvo además que se acordaran de la que seguramente sea la parcialidad más chica de primera división (creo que salimos todos en el aviso). Confiaba y confío en que sea un mensaje claro y contundente para evitar que se atente contra “el deporte más hermoso del mundo”.
Desde el domingo pasado no puedo evitar preguntarme si es posible eso cuando los encargados de controlar la violencia, lejos de minimizarla, la usan descarnadamente y con la convicción de la más absoluta impunidad. Es que a la entrada del Parque Central unos pocos hinchas fuimos literalmente apaleados por un nutrido grupo de “agentes del orden” de la Guardia Metropolitana. El motivo: un joven (mi sobrino) deseaba entrar con una bandera grande y no pudo. Se dio vuelta, la fue a guardar al auto y cuando volvió no lo dejaron entrar. Acto seguido lo esposaron argumentando “desacato y tráfico de influencias”. Esto último todavía no logro explicármelo ni con el Código Penal en la mano. Me avisó mi hijo y cuando fui hasta ahí lo estaban golpeando (insisto, ya estaba esposado) en un rincón entre varios policías. Cuando se lo llevaban intenté mediar pidiendo hacerme cargo y señalando que nos íbamos del Parque Central (independientemente de que no existiera un motivo justo para hacerlo). Después, sinceramente, ni me di cuenta de cómo se desencadenó todo. Me empujaron de atrás contra un móvil, me patearon las piernas y caí de manera muy poco elegante al piso.
Mientras me esposaban hasta lastimarme iban acondicionando mis costillas. Un toque elegante final fue el palo que me metieron en la axila cuando me subieron a la chanchita. Efectivo al toque, porque mientras escribo esto todavía me duele. Y sin hematoma. ¡Las delicias de un forense, se podría decir! Terminamos con mi hijo, que había sido sacudido en la camioneta policial (a todo eso perdí de vista a mi sobrino) en la 5ª de plantón y esposados, mirando a la pared. Comandados por quien dijo ser el cabo Suárez de la Policía Metropolitana nos preguntaron reiteradamente los datos personales, hasta que un juez dio la orden de que fuéramos liberados y llevados nuevamente al Parque Central. Allí me enteré de que a mi padre, que ya es un tipo grande, también le había tocado. Lo habían tirado al piso y golpeado. La reiteración de situaciones me lleva necesariamente a preguntarme si ése es el procedimiento habitual de la Policía. Me imagino que ahora deberán estar escribiendo en su papelería interna la palabra “desacato”, que tiene la magia de borrar todos los desmanes. ¿Está desacatada una persona tirada en el piso y esposada? ¿El procedimiento que ordena el ministerio es darle en el piso hasta que quede bien tiernizado? El oficial encargado del procedimiento no quiso darnos los nombres y dijo que él se hacía responsable. Confío en que hacerse responsable signifique eso: HACERSE RESPONSABLE, y no convertirse en garante de la impunidad de todos los que procedieron así. Porque además de última (o de primera), el responsable es el Ministerio del Interior.
El domingo frente a la Policía sentí lo mismo que en la época de la dictadura. El no respeto a los derechos, la impunidad y la inseguridad que su presencia produce.
No sé si el fin de semana que viene voy a ir a la cancha como lo hago cada fin de semana. Sé distinguir a un hincha de un violento. Por desgracia, hoy no sé hacerlo con la Policía.
PD: Terminé de escribir esto el lunes sobre el mediodía. A la noche escucho las vacilantes declaraciones del señor jefe de la Metropolitana en el noticiero de Canal 12 señalando la corrección del operativo y la violencia de los hinchas de El Tanque. La última imagen alcanzaría para hacer caer este razonamiento por su propio peso. Este tipo de ideas, además, refuerza la preocupación que tenía de una reacción corporativa de parte de la Policía que, lejos de darse un segundo para investigar el accionar de los malos procedimientos ,refuerza su legitimidad.
La hipótesis del desacato y de los violentos, por lo menos en este caso, resulta patética. ¿Cuántos hinchas conocés de El Tanque? ¿Cuántos creés que había en el Parque Central? Si quisimos entrar de prepo la bandera (siete metros de tela) y nos detuvieron, esposaron, etcétera, ¿por qué no tienen la bandera ellos y la tengo yo? Triste la consagración de la cultura de la violencia y la impunidad.