Un día como hoy, hace 40 años, Uruguay comenzaba a transitar el período más tenebroso de su historia. Los militares que desde entonces se hicieron cargo del poder persiguieron, torturaron y encarcelaron a miles de sus compatriotas, haciendo desaparecer a unas 200 personas. Durante todo el proceso, junto a los policías y civiles que con ellos colaboraron, secundaron su acción en un ferviente anticomunismo que propició los delitos mencionados.

Por cierto que éste no era novedoso en el país y de hecho hundía sus raíces muy atrás en el tiempo. Precisamente hacia allí pretendo dirigir este comentario, basándome en lo que ha sido una experiencia de trabajo con documentos producidos en el ámbito secreto de la inteligencia policial uruguaya, conservados en dependencias del Ministerio del Interior y hoy prácticamente inaccesibles desde el alejamiento del entonces ministro José Díaz. Su necesaria incorporación al debate académico como paso previo a su divulgación a la sociedad nada tiene que ver con el “revanchismo” y es trascendente por varias cuestiones, algunas de las cuales paso brevemente a enumerar.

La primera se relaciona con el corte cronológico dentro del que se ubicó la investigación, abarcando la consulta de fuentes producidas desde 1947 y no más allá de 1961.

En segundo lugar, estos documentos policiales son importantes porque exhiben no un enfoque cualquiera, sino una visión construida desde las sombras por el propio Estado uruguayo.

Tercero, tales registros permiten adentrarnos en lo que constituía la lógica de funcionamiento y razón de ser del Servicio de Inteligencia y Enlace (SIE) desde su creación en 1947: el control y represión de los “delitos” -fundamentalmente sospechados- cometidos “contra la Patria”.

Una cuarta cuestión es que los “mesiánicos” agentes policiales, versados en el anticomunismo desde los años 30 del siglo XX, poseían una amplia autonomía para definir a sus contendientes en esa guerra: eran los “comunistas”. Aunque eso es una obviedad, la amplitud y ambigüedad del calificativo permitía englobar con cierta naturalidad otras muchas posturas no necesariamente vinculadas al marxismo-leninismo. Lo afirmado lejos está de constituir algo menor; su presencia siempre “encubierta” era frecuentemente temida en un sinfín de actividades políticas, gremiales, educativas, sociales, benéficas, artísticas, culturales, periodísticas y hasta deportivas.

La lucha simbólica contra ese enemigo “foráneo” no era privativa de los agentes uruguayos, y las tensiones internacionales derivadas de la Guerra Fría -sobre todo desde 1959- contribuyeron decisivamente a radicalizarla. Ambas cuestiones son ciertas, y los documentos del SIE permiten trazar con nitidez los contornos más característicos de esa lucha contra el “comunismo”. Sin embargo, limitar en torno a eso el objeto de estudio es quitarle complejidad. Por esa razón, y como quinto elemento, debe afirmarse que las fuentes hacen visible un repertorio variado de descalificaciones que conducían, indefectiblemente, a la imposibilidad de convivir con “comunistas”. Para el SIE, éstos no eran personas sino “elementos” que “comulgaban” con una ideología a la que habían “abrazado” con “fanatismo” por traumas e “insatisfacción” personal. De hecho, y siempre siguiendo la lógica policial, la laboriosidad, las “buenas costumbres” y la “honestidad” no eran características distinguibles en un “activo” militante comunista. Para colmo, su internacionalismo ideológico los convertía en “agentes foráneos” o “apátridas” vendidos al “oro de Moscú”.

Tomando distancia de ese amplio anecdotario de connotaciones negativas, sumemos un sexto elemento: el SIE no actuaba solo, nutría y a la vez se ambientaba en lo que era una extendida comunidad que abarcaba a militares, dirigentes políticos, magistrados, diplomáticos, periodistas, estudiantes “demócratas” y gente de a pie que secundaba sus pesquisas. A todos ellos los nucleaba, fundamentalmente, una causa común: la lucha frontal contra la “enfermiza ideología”. Además, la trascendencia de ésta contribuía, muy habitualmente, a la justificación de cualquier desborde autoritario.

Una séptima cuestión debe advertir que el marcado sesgo ideológico con el que el SIE acumulaba información sobre aquellas personas sospechadas de promover “actividades comunistas”, poco lo distinguía de las conductas represivas emprendidas por los regímenes imperantes en la región. Y esto es significativo, pues se manifestaba en medio de una autocomplaciente “excepcionalidad democrática” que pretendíamos liderar.

Para finalizar, la evidencia empírica sugiere que las extendidas prácticas policiales dirigidas a ejercer un estricto control social de la población constituyeron una estrategia constante, silenciosa, sostenida en el tiempo y paulatinamente obsesiva. Además de su intrínseca importancia, esa documentación histórica que todavía se oculta tercamente resulta vital en razón de la utilización que más adelante ese mismo Estado hizo de esa información, que, no es ocioso recordar, sirvió para nutrir a varios de los más extremistas perpetuadores del delito continuado de la desaparición forzada, entre muchos otros.