Michele Pollesel tiene 63 años. Sus movimientos hacen pensar en un pasado atlético y erguido, que le dejan paño todavía para quedar bien entrazado, llevando con estilo un impecable traje negro a rayas del que asoma una camisa tenuemente púrpura. El cuello romano blanco que incorporó a esta prenda recuerda todo el tiempo que Pollesel, pese a que lleva una alianza de oro en uno de sus anulares, es de todos modos un clérigo. Si bien la liturgia es muy difícil de diferenciar de la católica, para los sacerdotes el celibato es opcional. Incluso, aunque no en Uruguay, hay mujeres sacerdotes y hasta obispas, según narra.

Habla perfectamente español; encuentra sinónimos para ajustar expresiones, pero su tonalidad desnuda que llegó desde el norte y con una lengua madre anglosajona. Es de Canadá, más precisamente de Sudbury, “un pueblito de 160.000 habitantes que está a unos 400 kilómetros de Toronto”. Para romper el hielo se queja, en tono de broma, de las demoras que ha sufrido, desde su arribo, en Migraciones. “Aquí todo lleva mucho tiempo”, comenta.

Lo que más le ha impactado de Uruguay es “el contraste entre ricos y pobres”. Dice que no le hizo falta llegar a barrios de la periferia para notarlo. El “gran desequilibrio” lo ve ya “entre la gente que vive en Carrasco y la que vive en Ciudad Vieja. Es una situación bastante grave. Sé que el gobierno está tratando de hacer mucho por ello, pero sé también que no tiene los recursos necesarios”. Se define partidario “de una distribución más equitativa; que no sea sólo que la torta crezca, sino que se distribuyan mejor los pedazos. Es un cambio social que no sé si la gente aquí lo aceptaría. Como en todos los países, ocurre que los que tienen no quieren compartir o quieren compartir sólo un poco: lo que sobra”. Claro, también sostiene que “es parte de la naturaleza resistirse un poco al cambio. Los que tienen más que perder pueden ser los que tengan más resistencia, pero también conozco gente con muchos recursos económicos que es abierta a volcarlos para compartirlos”.

No hay papa

En su despacho, junto a la catedral de la calle Reconquista, muy cerca de la rambla sur, Pollesel recibió a la diaria dos horas antes de asumir como nuevo obispo de la Diócesis de la Iglesia Anglicana en Uruguay. Mientras muestra las diferentes cruces de los más diversos materiales que cuelgan de las paredes, una de ellas hecha en lana de colores y elaborada por él, explica que los anglicanos están en la Banda Oriental desde la llegada de los primeros ingleses. “En aquellos tiempos era una capellanía, sólo para los ingleses. Cuando fueron formando familias con orientales, empezó a ampliarse el espectro”. Actualmente hay capillas en Salto, Rivera, Fray Bentos (Río Negro) y diferentes barrios de Montevideo. “Aquí siempre ha sido vista como algo sólo de los ingleses. Creo que eso ha sido un problema. Hasta el día de hoy ocurre que, pese a que la catedral se llama ‘de la Santísima Trinidad’, todo el mundo aquí la conoce como ‘el Templo inglés’. Ya ahí es marginada” la Iglesia Anglicana, dice.

No fue designado obispo por una autoridad internacional anglicana, sino por el sínodo que gobierna al obispado. Está integrado por tres cámaras: obispos, clérigos y laicos. Cada una de las parroquias, no importa su tamaño, tiene dos delegados allí. “Los obispos no tienen un poder tan fuerte. Aquí cuando hay que tomar decisiones importantes las toma el sínodo; es más democrático”, explica, y cuenta hasta con cierto orgullo que si bien hay “un liderazgo simbólico” a nivel mundial desde el arzobispado de Canterbury, que agrupa 30 diócesis del sur de Inglaterra, “lo que allí se diga no es que haya que hacerlo; es sólo la palabra de un arzobispo”. Aunque son “muy similares” a los católicos, quizás en ese punto, señala, estén las principales diferencias. “Tal vez la mayor distinción con los católicos sea que nosotros no tenemos una figura papal que consideremos una autoridad superior. Aquí sería un obispo entre otros obispos. Ellos y los arzobispos son elegidos y no ordenados por una autoridad superior”, enfatiza. Los anglicanos no veneran santos. “Los tenemos, y hay días en los que recordamos a un mártir o a alguien que hizo algo por la fe, pero no los veneramos”. De todos modos, apunta, “la Iglesia Anglicana es muy amplia. Tiene un techo muy amplio. De un lado están los más evangélicos, que no quieren saber nada con velas, santos, etcétera; y del otro lado están los más cercanos a los católicos, que veneran a María, que tienen su rosario, etcétera”.

Sin posición pero con referencias

Los sínodos también son los que toman postura de la Diócesis, que puede estar muy distanciada de la del arzobispado de Canterbury. En Uruguay aún no hay una posición, por ejemplo, acerca del aborto y de la unión de personas de un mismo sexo. “En diciembre, en el último sínodo, el anterior obispo llamó al pueblo anglicano [de Uruguay] para reflexionar y debatir para llegar a una posición de la Diócesis. Aún no se ha hecho mucho. En Canadá, que es donde más conozco, la Iglesia Anglicana ya tiene sus posiciones sobre diferentes temas como el aborto, del cual no está en contra cuando la vida de la madre está en riesgo. En la Iglesia Anglicana no se van a encontrar mucho con el blanco o negro. Siempre hay mucho de gris por ser amplia, por permitir mucho de discusión entre muchos”. El del matrimonio igualitario es un tema que “también aquí tenemos que discutir”. “En otros países la Iglesia está más avanzada, incluso en algunas Diócesis ya es parte de la vida de la misma que personas de un mismo sexo quieran y tengan en la Iglesia Anglicana una bendición” para su unión. Aún no existe como sacramento, aclara. La posición de la Diócesis sobre esto “depende mucho de la situación del país. En Norteamérica es un hecho. Aquí creo que el proceso será más lento. Aquí estoy para trabajar con lo que hay”, dice entre risas.