De acuerdo a datos de aportación rural brindados por el presidente del Banco de Previsión Social (BPS), Ernesto Murro, de 43.853 patrones unipersonales registrados en Uruguay 30.514 son varones y 13.339, mujeres. La proporción femenina se reduce aun más cuando se hace foco sobre la cantidad de hectáreas productivas de explotaciones cuyo titular es una persona física. Ese enfoque lo hizo la ingeniera agrónoma Virginia Courdin sobre la base de los datos del Censo General Agropecuario (CGA) de 2000, realizado por la Dirección de Estadística Agropecuaria (Diea) del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca; los datos del CGA 2012 no han sido procesados aún por la Diea. Del trabajo hecho por Courdin surgía que 81,8% de las hectáreas productivas estaba en posesión de varones, y 18,2%, de mujeres. Es peor el escenario cuando se observa cómo suelen acceder las mujeres a ese porcentaje. Courdin, cuya tesis de maestría en la Universidad Montpellier II se basó en la comparación del rol de las mujeres francesas y uruguayas en explotaciones lecheras, explicó a la diaria que en Uruguay “no ha habido un estudio generalizado que lleve a masificar” los datos de los modos de acceso, pero sí existen “estudios cualitativos, diferentes tesis de grado y posgrado, que han realizado estudios de casos de mujeres dentro de las unidades productivas (siendo algunas titulares y otras no) y concluyen que en realidad las titulares lo son porque enviudaron, o porque se divorciaron, o porque heredaron sin haber hijos varones”. “Sólo una minoría accede a la titularidad del predio por vías que no sean la sucesión familiar, por enviudar o por disolución de la sociedad conyugal”. Algunos de estos estudios “han mostrado que sólo una de diez accede por decisión personal”.

Karina Blanc, productora del departamento de Paysandú, se interroga con un dejo de ironía: “¿Por qué si los derechos sucesorios son los mismos para hombres y mujeres, el campo casi siempre lo hereda el hombre?”. El testimonio de Laura*, que es docente, coincide con el de varias mujeres entrevistadas y aporta elementos para entender algunas de las razones. A ella le gustan las tareas que siempre vio hacer a su padre y sus hermanos en el establecimiento en el que se crió, en el departamento de Durazno. Pisa los 30 años pero no pierde esperanzas. “Algún día intentaremos trabajar en el campo. Al menos a eso aspiro”, comentó, después de contar que en su casa su padre “siempre pensó que sería mucho trabajo para una mujer”. Por lo tanto, en lo cotidiano, se perdió de las instancias de instrucción por transmisión. “Lo que pasa siempre es que la mujer, cansada, termina optando por otro camino”, señaló. La naturalización de tareas de acuerdo a género, un aspecto que es más marcado en el medio rural que en el urbano (ver la diaria del 25/06/13), influye en que desde la niñez la expectativa del futuro del campo suela colocarse sobre el o los hijos varones. “Las niñas y adolescentes culturalmente se ven discriminadas porque no serán quienes dirijan el emprendimiento de sus padres cuando falten”, comentó a la diaria la abogada Diana González, redactora del documento “Análisis legislativo: derechos de las mujeres rurales y equidad de género” enmarcado en el proyecto “Uruguay: hacia el país de la equidad” del Plan Nacional de Igualdad de Oportunidades y Derechos, publicado por el Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres) del Ministerio de Desarrollo Social y la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura (FAO, por su sigla en inglés). La naturalización, claro, suele no distinguir género. “Mis amigas, un poco en broma, dicen que soy un varoncito”, contó Laura.

Colaboradoras

“Hay un tema del que se habla poco; el de la violencia patrimonial”, explicó Isabel Olivos, el 27 de julio de 2012, mientras esperaba que comenzara el lanzamiento de la zafra lanera que el Secretariado Uruguayo de la Lana efectuaba ese día en la Asociación Rural de Florida. Olivos preside el grupo Mujeres del Área Rural Lechera de Florida, e integra la Red de Mujeres Rurales. Allí había ido junto con Silvia Páez, también integrante de ambas organizaciones. No eran las únicas mujeres; había cinco más, contando las de la comitiva de funcionarios de la Intendencia de Florida, que se encargó del protocolo. Sin embargo, quienes hablaron ese día por organizaciones rurales se dirigieron a los “señores”. A Olivos no le pareció algo nuevo. “Hasta cuando llegan los ingenieros preguntan para hablar con el patrón. Rara vez se ve a ‘la mujer del patrón’ como una posible tomadora de decisiones”, explicó.

En los estudios académicos se observa lo mismo. “Las mujeres aparecen como colaboradoras, no como titulares, y por ende no se ven como copropietarias. Sin embargo, cuando hacemos los estudios cualitativos nos encontramos que trabajan tanto o más que los hombres”, indicó Courdin.

González explicó que “el BPS no considera que sea colectiva una sociedad en la que participa una pareja. Los toma como uno solo, así aportan muchísimo menos. La intención es la de beneficiar, pero como implica que sea uno solo el titular y el otro, el colaborador, ocurre que generalmente el titular es el hombre”. Esto, comentó, “puede estar generando una nueva desigualdad”, independientemente de que “haya tenido la intención de beneficiar”. De hecho, “a la hora del crédito, a la hora de considerar quién administra, generalmente es el otro, el titular”.

En Uruguay hay 11.094 cónyuges colaboradores, de los cuales sólo 1.473 son varones, según datos aportados por el BPS para esta investigación.

Ya fuera de la exclusividad de las explotaciones familiares, en la actividad de gremiales agropecuarias se desnuda en cifras parte del escenario de la asignación de roles por género. Si se repasan los cargos directivos titulares de las tres principales gremiales (Federación Rural del Uruguay, Asociación Rural del Uruguay y Comisión Nacional de Fomento Rural) se observa que de 48 cargos, sólo tres son ocupados por mujeres. En el ambito global se nota una participación y un rol femenino más protagónico en la Comisión Nacional de Fomento Rural.

Otra es la realidad de la Asociación Rural del Uruguay; si a su directiva se le suman las cúpulas de las principales asociaciones que la integran, surge que de 75 cargos sólo cinco son ocupados por mujeres.
Tampoco ese escenario es exclusivo de las gremiales en las que participa la patronal.

Ocurre también en las de trabajadores. En el transcurso de su tesis de posgrado sobre desarrollo territorial rural, la licenciada en Estudios Internacionales Lorena Rodríguez Lezica ha notado que pese al notorio crecimiento de la participación de la fuerza de trabajo femenina en la cosecha de cítricos y de estar afiliadas la mayoría de las mujeres a alguno de los sindicatos en el territorio citrícola, la participación de éstas encuentra varios obstáculos y su inclusión en la dirigencia sindical es prácticamente nula.

Acá el que compra soy yo

El documento “Derechos de las mujeres rurales”, de Diana González y Alicia Deus Vana de FAO-Inmujeres, describe que “la cría de semovientes (vacas, ovejas) o el cultivo de la tierra para la subsistencia familiar son tareas en las que participa toda la familia, principalmente las mujeres. Sin embargo, la adquisición de los animales, de las semillas y granos y demás está culturalmente a cargo de los varones, que son los que efectúan las compras y transacciones. En la práctica, esto conduce a que los varones administren el producto del trabajo de las mujeres pudiendo disponer del mismo sin consultarlas”.

Recorridas por ferias ganaderas ayudan a reforzar esta afirmación. De un promedio de 80 concurrentes a la feria, las mujeres no llegaron a diez. Al consultarlas, al menos tres contestaron que estaban allí “acompañando” al marido. En esos casos, la consulta fue realizada con la pareja delante; fue muy difícil establecer conversaciones sólo con la mujer. Incluso resultó impactante la reacción al aparecer el desconocido que, con o sin grabador, realizaba una consulta. En los casos en que estaban “acompañando”, solían caminar detrás de su pareja y al momento de abordar a ambos, ellas desviaban la mirada. Una no lo hizo, pero le temblaba la mandíbula.

Esa cosa tan de siempre

La respuesta dada por Hugo, un productor de unos 50 años, durante una feria en junio en el local de la Asociación Rural de Florida, ayuda a entender las razones de la baja concurrencia femenina. “El negocio más bien lo hacen los hombres. Nosotros acá decidimos y después comentamos en las casas lo que hicimos. Como que la mujer acá queda de lado; es lo normal”, señaló. Cree que se da así porque “es tradicional”. No es que su pareja ni otras mujeres desconozcan las tareas de campo y de la comercialización. “Como entender, creo que todas están entendiendo. El tema es que el hombre es el que lleva los pantalones en esto de decidir”.

Hay matices. En entrevistas realizadas a más de 20 mujeres que trabajan en establecimientos familiares, en los que son cónyuges colaboradoras, muchos testimonios se orientan hacia una coparticipación en la toma de decisiones. En algunos casos indican que “la última palabra la tiene él”. No obstante, de la mayoría de las conversaciones se desprenden expresiones tales como “yo lo ayudo”, del mismo modo que se asume como natural que la mujer tenga “la responsabilidad” de las tareas del hogar. Courdin apunta que la mujer “muchas veces desempeña un rol más importante porque es la tomadora de decisiones”, pero ocurre que frecuentemente “los hombres, por mantener la imagen del patriarcado rural, imagen que se ha mantenido a lo largo de los años”, son los que aparecen tomando las decisiones ante los demás.

El martillero Martín Lorier entiende que “en las decisiones finales la mujer incide muchísimo”, aunque hace una diferenciación. “Se ve más en la venta, pero no sé si en la compra; veo muy pocas mujeres comprando”.

*El nombre es ficticcio para preservar la identidad.