Este tema dio lugar al seminario regional “Agrotóxicos en el Cono Sur” realizado ayer por el PIT-CNT, la Confederación de Obreros y Funcionarios del Estado, Redes-Amigos de la Tierra Uruguay, la Comisión Nacional en Defensa del Agua y la Vida y el programa Uruguay Sustentable.

En esta instancia, la doctora y ex directora del Departamento de Toxicología del Hospital de Clínicas Mabel Burger señaló que, si bien es verdad que los plaguicidas son utilizados muchas veces de mala manera, también son bien empleados; sin embargo, están dejando secuelas cada vez mayores. A su entender, los cambios en los procesos productivos en el ámbito agrícola trajeron aparejado un aumento del volumen en el uso de plaguicidas. Según datos del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca, en 2006 se importaron herbicidas por un valor de 30 millones de dólares, mientras que en 2011 el monto fue de 75 millones. “Para evaluar cualquier sustancia química, uno de los criterios de riesgo es el volumen de uso; si éste aumentó en la misma superficie, voy a a estar más expuesto. Este cambio se dio en forma evidente con los transgénicos [...]. Hoy en día el país recibe toneladas de plaguicidas, con gente que sigue sin estar capacitada para utilizarlos, y con poblaciones que están sufriendo repercusiones. No se respetan las normas de aplicación. Las autoridades de gobierno se enteran tarde. [...] El trámite dentro de un ministerio puede durar dos años”, explicó Burger.

La ausencia de trabajos de investigación en salud es otro gran problema. “Hoy conocemos las enfermedades agudas y crónicas que hay por plaguicidas, pero no tenemos los datos de Uruguay, y es muy importante tenerlos. Acá lo único que sabemos es que hay un aumento del número de consultas por efectos nocivos en agudos. Y está asociado al uso del glifosato, -el número uno de los herbicidas en este momento-, pero va a durar poco”, dijo.

Vigilancia dificultosa

En relación a los efectos crónicos que producen los plaguicidas en las personas que se exponen a ellos, Burger destacó que las enfermedades más frecuentes son la neuropatía periférica que, según explicó, se trata de una enfermedad de los nervios; la hiperactividad respiratoria, generada por la inhalación del producto; y la sensibilidad química múltiple, mediante la cual se desarrolla una sensibilidad especial a múltiples productos químicos, lo que hace que el afectado muchas veces quede incapacitado para cualquier tipo de trabajo que implique el uso de sustancias químicas. El cáncer es otra enfermedad ligada a los plaguicidas, y según la especialista “ya no es un tema de elucubraciones intelectuales, sino una realidad”. Otra dificultad es la disrupción endócrina, que genera enfermedades a nivel de la tiroides, el páncreas y las hormonas sexuales.

A su entender, el problema mayor es la toxicidad genética que se está desarrollando. “Se hizo un trabajo en niños en un pueblo cercano a Bella Unión, cuya pediatra neumóloga hizo una consulta porque la mayoría eran asmáticos. Se estudiaron y se encontró un daño genético en gran parte de ellos, que se documenta por medio de lo que se llama el ‘efecto cometa’, es decir, las células rompen todo su núcleo y generan como la cola de un cometa; esa célula puede morir, puede ser reparada o sufrir una mutación y ser un promotor de cáncer. Hay investigaciones que sugieren la asociación con la exposición de los padres”, explicó.

Por su parte, la representante del Área de Salud Ocupacional de la Facultad de Medicina Stella de Ben señaló que “se da una exposición a sustancias como insecticidas, fungicidas y plaguicidas, lo que hace que la toxicidad sea diferente y variable. La exposición es intermitente y hace dificultosa la vigilancia de la salud. Hay que conocer bien la sustancia que se está aplicando para poder hacer un control orientado a evaluar los riesgos a la salud”.