Empalme Olmos era una fiesta. Parecía que pedalear pesaba menos ayer, especialmente hacia el punto del pueblo en el que las bicicletas quedan escurriéndose por turno, en decenas de decenas, colgada cada una después de formar parte de un río que, azul, uniformado, sabe invadir el asfalto y desembocar en el caoba irregular del que termina naciendo una planta industrial enorme y antigua, la de las cerámicas Olmos. Es septuagenaria y hace dudar acerca de si el nombre del pueblo es por ella, o si ella lo tomó de él. Empalme Olmos era una fiesta, y parecía que pesaba menos aflojar los labios para que sus vértices ascendieran y formaran medialunas, que ayer las había de a miles. Los brazos pesaban menos, y andaban, también, de abrazos. “Hoy es todo sonrisas y alegría; mañana empiezan las difíciles”, irrumpió el presidente de la República, José Mujica, pero no dejó de ser una fiesta.

Formalmente lo que ocurrió ayer fue la inauguración del emprendimiento de la Cooperativa de Trabajadores Cerámicos (CTC), de los trabajadores de la ex Metzen y Sena, que “llevará adelante la fabricación y venta de los revestimentos cerámicos, artefactos sanitarios y porcelana de mesa de la reconocida y prestigiosa marca Olmos”, tal como señalaban los afiches que habían diseminado por la planta. A cuatro años del cierre y seis meses después de comenzar las tareas de reacondicionamiento, 345 cooperativistas arrancaron ayer a producir vajilla, revestimientos y equipamientos sanitarios. El salario promedio es de 25.000 pesos. 140 de los 345 se habían incorporado ya el 10 de junio, pero no estaban produciendo. La cooperativa prevé además absorber 130 trabajadores a los que les fue extendido el seguro de paro por seis meses. El 98% de quienes trabajan actualmente en la planta de 80.000 metros cuadrados son cooperativistas. Pero no todos los trabajadores de CTC están allí. Hay dos canteras: una en Durazno y otra en Florida. El futuro aún incierto es el de los trabajadores que estaban en el emprendimiento de forestación de Metzen y Sena.

Recuperó la sonrisa

La planta tiene 76 años, y a sus sectores más antiguos, los más altos especialmente, el mantenimiento no les ha alcanzado. Llegó a ocupar a unos 2.000 trabajadores en la década del 80. La localidad en la que está inserta tiene 4.000 habitantes. El cierre, en 2009, fue una estocada. “¡Qué triste que está el pago desde aquel maldito día!”, enfatizan los versos de Javier Ubalde, un artista que además de ser miembro del grupo Los Criollos, que cantó ayer en la ceremonia de inauguración, es un operario de la ahora CTC.

Si bien la planta está incluida en el proceso de liquidación de la empresa, los trabajadores consiguieron que a fines de 2012 la Justicia les otorgase el uso precario de ésta. La formación de la cooperativa, que obtuvo un aporte del Fondo de Desarrollo Social (Fondes) de 10.800.000 dólares, con un primer año de gracia, hizo posible la reapertura. “Fue un proceso de muchas idas y vueltas, sobre todo por el tema judicial”, explicó a la diaria el presidente de CTC, Jorge González, a quien desbordaron los aplausos de las cerca de 2.000 personas que asistieron al acto de apertura.

Destacó que ya tienen ventas comprometidas y hasta pagos por adelantado. “El mercado ha tenido una buena aceptación. Después de tres años y pico no es fácil volver, pero el grupo comercial está trabajando fuerte, con conocimiento. Se está logrando llegar a todos los puntos de la República, para estar en todas las barracas y con todos los clientes que siempre apoyaron este emprendimiento”. Apuntó que además de enfocarse en el mercado local, “que tiene a la construcción en un muy buen momento”, y en los viejos mercados de Argentina y Chile, se sumaron los de Estados Unidos y Bolivia.

González señaló que dentro de Uruguay les preocupa “la falta de control”. Explicó que “para ingresar a Argentina y Brasil hay un control de calidad”, pero éste no existe en Uruguay para los productos que llegan desde el exterior. “Sería algo necesario, y no sólo para esta industria”, indicó el presidente de CTC, quien destacó el rol jugado en todo el proceso tanto por el Sindicato Único Nacional de la Construcción y Anexos como por los ministros de Trabajo e Industria, Eduardo Brenta y Roberto Kreimerman, respectivamente.

Los muchachos de la barra

Hugo Rava y Luis Nacente ya no trabajan en la planta, pero ayer fueron a la inauguración. “Hoy entré lagrimeando. Yo me crié acá adentro; tenía 17 años cuando empecé a trabajar”, narró Rava, que ingresó en 1960 y trabajó durante “45 años, cinco meses y 19 días”, según recita de memoria. Recuerda que por los años 80 cobraban “aguinaldos dobles”, y que en 1982, “en la época de la tablita, la planta estaba llena de material, todo lleno de azulejos y sanitarias. Así que el señor Metzen se fue a Europa y vendió todito. Ahí fue que la planta empezó a reflotar”. Entiende que si bien hoy en día “son elevados los costos”, la producción “es rentable”. “Hoy hay competencia. Acá la empresa prácticamente tenía el monopolio, y exportaba para varios países de la región”, y aunque para algunos “esto pueda parecer un salvavidas medio desinflado en el medio del mar, hay que agarrarlo. Los compañeros tienen que ponerse las pilas, que van a salir adelante”, enfatizó.

De operarios de antaño también dio un ejemplo González, citando y convocando durante su oratoria “a Mabel, que aunque se jubiló después de que cerró la planta, no faltó ni un solo día para venir a hacer que esto sea posible”. La llamó al estrado y le obsequió una bandera. Mabel, emocionada, no pudo hablar.

Los dos Pepes

Hubo postre presidencial. Mujica llegó tarde, en medio de la actuación de los humoristas Sociedad Anónima. Carlos Barceló, quien rodeado de gauchos patones personificaba a don José Gervasio Artigas, aprovechó para incluirlo a la humorada, bromear con las frases célebres que, tras la batalla de Las Piedras, le habían pedido frente a una andanada de periodistas. “Pero si me apuran digo cualquier cosa y me mando una embarrada. A vos te ha pasado, ¿verdad?”, preguntó el humorista que posó, como Artigas, junto a Mujica. “Acá están los dos Pepes”, exclamaba.

El postre de Mujica, que fue previo al cierre de Larbanois-Carrero, llegó con exhortaciones a la responsabilidad de los cooperativistas. Partió de los ejemplos de los que, en diferentes partes del planeta, hicieron posible “soñar con la utopía de que los hombres pueden mandarse a ellos mismos” y que “los trabajadores puedan ser sus propios patrones”. “No precisan ni patrón ni gobierno, sino asumir la responsabilidad de conducirse. Pero vaya que cuesta y que es difícil, porque somos hijos de una cultura en la que en la escuela la maestra nos ordena, y cuando entramos a trabajar tenemos que ir a consultar al capataz; y así andamos por los carriles de la vida, obedeciendo y obedeciendo. Y nos cuesta mucho gobernarnos a nosotros mismos. Es lo más difícil, porque gobernar, antes que nada, es tener un sentido muy hondo de la responsabilidad. Gobernarse no es hacer cualquier cosa, sino tener sentido de lo que significa para la construcción de un bien colectivo, de la responsabilidad con el resto de los seres humanos que nos acompañan en estas aventuras de la vida”.