Las reflexiones que se presentan a continuación fueron motivadas por la divulgación de la realización de una película que recoge escenas de un campamento destinado al entrenamiento deportivo (training camp)*. El deporte no es, a priori, bueno o malo, no se lo puede juzgar con categorías morales. Ésta es una de las mayores debilidades de su pedagogización y uno de los grandes olvidos de fundamentalistas y promotores del alto rendimiento. No son pocos los cliché que dominan el sentido común sobre el deporte. Pero los deportistas saben muy bien, sobre todo los de alto rendimiento, de las ambigüedades del entrenamiento y de sus consecuencias.

Sin embargo, algunos aspectos merecen atención crítica. Se ha dicho que la cultura contemporánea rinde culto al cuerpo; preferimos decir que rinde culto al organismo, a la biología. Por todas partes prolifera un neocultismo a la naturaleza, como si retornando a ella pudieran recuperarse las bases para el buen vivir. Lo que la historia mostró, especialmente la del siglo pasado, es que una sociedad que le rinde culto al organismo, le abre la puerta al germen del totalitarismo, pues tal paradigma implica una renuncia a la política. Una sociedad que glorifica la excelencia orgánica, implícitamente está aceptando la violencia como su parámetro de convivencia, siempre que se reconozca que la política se constituye allí donde se privilegia la palabra y donde el organismo es puesto en suspenso. No ha faltado el culto al organismo en la tradición política de Uruguay. José Batlle y Ordóñez suponía que una sociedad cultivada, pero sin fortaleza física o biológica (en definitiva racial), está destinada a perecer en pocas generaciones. Eso es tan verdadero como su contrario: una sociedad que privilegia el organismo y reniega del pensamiento porque está ocupada en ser eficiente, en el consumo, en el management, o en el coaching y la gestión de empresas y personas, está destinada a la peor de las violencias, la que nos pone, en tanto hombres, en manos de la naturaleza, porque allí sólo hay fuerza, no hay palabra. La tarea capital de la cultura, decía Freud, es defendernos de la naturaleza. Pero la cultura está llena de contradicciones, o es apenas eso, y no es extraño que cierta psicología del deporte establezca lazos explícitos con la psicología militar, más proclive a la “obediencia debida” que al cultivo de la razón.

La última dictadura cívico-militar en Uruguay nos ha dado motivos para desconfiar de tales contigüidades. El espectáculo del cuerpo y la gestión del detalle son, para el deporte y para las dictaduras, el extremo en el cual los hombres demuestran su gobierno absoluto. Sus efectos no son escasos. Sabemos de la extraña fascinación de tal espectáculo. El público es encantado frente a la sincronizada precisión de movimientos que genera un efecto de unidad, visible en las inauguraciones de grandes eventos deportivos así como en los desfiles militares. Lo mismo puede decirse cuando se registra una training camp y se lo transforma en “película”; imágenes y música que apelan a la más primaria sensibilidad. Sí, los padres se van a emocionar al ver el esfuerzo de sus hijos. Y los tíos, y los abuelos. Porque de eso se trata, del círculo de la emoción. Y, potencialmente, de un círculo de elegidos. Se trata también de una estética que recuerda los campos de entrenamientos militares, nada lejos de evocar los filmes de Leni Riefenstahl o la maravillosa Bella tarea, de Claire Denis. Un conjunto de imágenes que apela a la emotividad está más cerca de ensalzar la violencia que de promover la política, y es poco propicia para el espíritu reflexivo. Probablemente muchos padres vean regresar felices a sus hijos de un training camp. Pero junto a lo emocional debe permanecer una lectura crítica. No se trata de poner en cuestión la alegría de los niños ni negarles su participación en estas actividades, pues sobre ellos no pesa ninguna responsabilidad política. Tampoco se trata de juzgar voluntades individuales, sino de reflexionar sobre un tema en el cual predomina el más rancio sentido común y una tradición político-partidaria que sistemáticamente le da la espalda a la educación física y al deporte como elementos dignos del debate y la reflexión, más allá de los cliché del tipo “el deporte es salud” o la “universalización de la educación física escolar”.

Es preciso distinguir el plano personal de aquel que rige una sociedad y una cultura. Si los campos de entrenamiento han sido elegidos como la opción para la formación corporal de la juventud, tal vez nos quede el derecho a la crítica. Sin embargo, no pueden imperar el silencio y la aceptación cuando se trata de subterfugios a la política u ofensivas a la cultura. De las primeras cosas que se aprende cuando se está de campamento, es que antes de prender un fuego hay que limpiar y despejar alrededor del fogón, para minimizar el peligro de que el fuego se expanda.

*La nota a la que hacemos referencia puede leerse en http://www.180.com.uy/articulo/33361_Una-pelicula-para-honrar-el-esfuerzo .