Esquina de Zelmar Michelini y San José a las 15.00 de ayer en pleno Centro de Montevideo. “¿Una moneda?”, preguntó. Un muchacho que pasaba por ahí -que minutos después se llamaría Maximiliano y contaría que estaba haciendo trámites- paró y le extendió la mano. Pasé por atrás y algo extraño me llamó la atención. Me detuve. En la cabeza la señora que pedía una moneda tenía un corte muy profundo, sangrante, encima de la ceja izquierda. El muchacho también se detuvo. “¿Qué te pasó?”, le preguntamos a la mujer que ahora se llama Laura y que vive en la calle y que va a un refugio por las noches y que está vestida con ropa que le queda grande y apenas se le sostiene puesta. Dice que la atropelló un taxi por la madrugada y que el conductor no se detuvo. Dice que no le duele. Le propongo llamar al 911. “La Policía, no”, dice. Mientras tanto, Maximiliano cruza a buscar ayuda porque ve en la puerta de la sede de la Suprema Corte de Justicia a dos policías. Desde la esquina, con Laura al lado, llamo y alerto de la situación. Me contestan que un patrullero se hará presente. Maximiliano cruza con los dos policías. Laura no quiere ir con ellos. Me agarra del brazo. Le explicamos que no la dejaremos sola, que no la llevarán a otro lugar que no sea uno de asistencia y que luego volverá al mismo sitio. Que la acompañamos. La agente me encara. Me pide todos los datos personales. Nombre, cédula, teléfono, dirección, estado civil. Pregunto para qué. Hay algo absurdo ahí, pienso. “Por si pasa algo”, justifica. Le pido su nombre. “Agente Cardozo”, contesta. Lo mismo hacen con Maximiliano. Laura seguía diciendo que no quería ir con la Policía, que le daba miedo. “Si no querés ir, no te podemos llevar”, le dice la agente. Sigue lloviendo. Llamo al Ministerio de Desarrollo Social (Mides). Me dicen que hable al servicio del 105 de la Administración de Servicios de Salud del Estado (ASSE). Durante estos minutos de esquina llega el patrullero. Dos oficiales bajan, le preguntan a Laura si quiere que la trasladen a un centro asistencial. Dice que no. El patrullero se va. Pasan algunos minutos desde entonces. En el 105 la telefonista solicita coordenadas. Explico que doy mis datos de referencia pero la persona no es conocida sino una señora que vive en situación de calle y se encuentra en esa esquina en ese momento en esas condiciones. La llamada es transferida a una doctora que no se identifica y que de muy malos modos consulta sobre la situación. “Pero si fue anoche esa herida y va a un refugio, ¿cómo es que nadie la curó?”, pregunta. Imposible responder. Repito lo que Laura dice que le pasó y apenas agrego lo que mis ojos ven en esa esquina en ese momento. No parece una herida que haya sido tratada ni intervenida de manera alguna, pero aclaro que no soy médico, que apenas veo eso, y enfatizo que es profunda y que sangra. A esto se adiciona que hace frío, llueve y que Laura no está abrigada. Cuando consulto el nombre de la doctora la llamada se corta. Vuelvo a discar para intentar conseguir algo de información sobre cuánto demorará la asistencia. No sé si eso tranquilizaría a alguien, pero es un dato relevante para sobrellevar la espera. Laura sigue diciendo que la Policía, no. Me dice la operadora que el médico tiene tiempo hasta las 20.00 para cumplir con la consulta. Le reitero lo particular de la situación. Estamos en una esquina, en pleno Centro. “Es lo que podemos hacer. Hay otras emergencias que atender antes”, responde. Entiendo pero no me tranquiliza. Maximiliano dice que tiene que seguir, pero antes me deja su número de teléfono y me pide el mío, “para poder más tarde saber cómo seguimos”, dice.
Laura no acepta ir a un centro de salud pero sí que la vea un médico. Le digo que en ASSE dicen que vienen, pero habrá que esperar. Me pide que me vaya. Que ya hice. Que no me preocupe. Que la deje. Me agarra del brazo. Me da un beso. No me puedo ir. Otro muchacho para en la esquina. Me pregunta si necesito ayuda. Le comento la situación que ya me desborda. “No sé qué más hacer”. Acordamos que él se queda ahí y se le ocurre llamar a algunos amigos para intentar trasladarla a un centro de salud. Laura sigue ahí. Otra llamada que se nos ocurre es la del 0800 8798 del Mides que toma el reporte de personas en situación de calle. Atiende Fabián. Le doy las coordenadas de Laura. La conoce. Me sugiere que llame a la Coordinadora de Refugios. Me atiende Gonzalo, de mesa de entrada. Repito la historia. También la conoce. Me confirma que es asidua en el refugio de Río Branco y Mercedes. Ella lo había dicho antes. Me dice que mandarán un equipo móvil para evaluar su situación.
No sé qué más pasó luego con Laura. Lo que sé es todo el resto que te estoy contando y que más bien me parece que nos está pasando a todos.