El reinado de José Mujica ha llegado a la recta final. Ya no vuelve al trono. Su mandato se ha vuelto más interesante con el paso del tiempo. Del Pepe vecinal y canchero fue mutando al Viejo. Así le dicen ahora sus colaboradores más cercanos: el Viejo. Como al sabio de la tribu. El antiguo guerrillero antiimperialista de chamuye campechano, emotivo, impactante y a menudo insultante, con gran llegada a los más humildes de los campos y periferias urbanas, que dona el sueldo, atiende visitas en su humilde domicilio particular, maneja un automóvil viejo y fue moderando sus urgencias ideológicas y ampliando vínculos por todos los ámbitos de poder durante su larga vida.

Por acá se terminan las similitudes de Mujica con su modelo de liderazgo, Luis Alberto de Herrera, el mismo Herrera que renunció a sus ingresos como miembro del colegiado en los años 20. Una cachila Ford a contramano y un Fusca en sandalias. Una quinta y una chacra a donde los fieles peregrinan y los adulones se sacan la foto. Herrera dejó escritos de su puño y letra una montaña de libros sobre historia y política, y Mujica deja una montaña de biografías y entrevistas escritas por otros, autorizadas o no, y hasta un álbum de fotos (Mujica recargado, 2007) para la mesa ratona del living.

Herrera murió amargado, un mes después de la traición de Benito Nardone. Si la salud se lo permite, Mujica disfrutará de lo que Herrera no pudo: retirarse sin perder influencia en la política y los debates nacionales, aún cuando su barra grande (la lista 609) se habrá esmirriado bastante. La procesión de fieles a la chacra no cesará, y alguna operación se armará desde ahí. Su palabra, ahora más distendida, será seguida por millones acá y en todo el mundo.

En un año y medio, Mujica pasó de caudillo pintoresco a líder de opinión de alcance universal, con méritos propios y ajenos. El diario madrileño El Mundo puso su chacra en el mapamundi al confirmar en junio de 2012 que se trata del “presidente más pobre del mundo” (en realidad, el menos rico en términos monetarios, porque presidente pobre no hay ninguno, ni siquiera éste que disfruta los agasajos gourmet de su barra de millonarios simpatizantes). El informe periodístico le sirvió ese mismo mes de plataforma para su discurso ante la Cumbre Río+20 contra “el despilfarro de las opulentas sociedades occidentales” y “la civilización del úselo y tírelo”. Ahí arrancó la seguidilla de leyes sociales de avanzada (despenalización del aborto voluntario, matrimonio igualitario y regulación del mercado de la marihuana, entre otras), en cuyo desenlace fue necesaria la presión de Mujica a parlamentarios frenteamplistas para que cambiaran su voto o se retiraran de sala, e incluso disparando sus opiniones urbi et orbi. Sí, son leyes imperfectas, incompletas, pero al inicio de la restauración democrática en 1985 parecían imposibles de alcanzar en cualquier país, y menos aún en esta orilla del mundo.

En medio de todo eso, se mandó en setiembre uno de los discursos más conceptuosos en la historia de las sesiones inaugurales de la Asamblea General de la ONU, foro que suelen aprovechar jefes de Estado y de gobierno para decir nada. La prensa mundial reflejó o amplificó el fenómeno: la revista internacional Monocle honró a Mujica como “el mejor líder del mundo” (y aplaudió su “estilo” para vestirse), y la británica The Economist declaró a Uruguay “país del año”. Además, a Mujica lo entrevistan a cada rato, porque a la hora de titular siempre rinde su combinación de Deepak Chopra, el Viejo Vizcacha de José Hernández y el Chance Gardiner de Jerzy Kosinsky (cuando susurra sensatas metáforas sobre las flores).

Mientras, aquellos que desacreditan el modo de hablar, de vestir y hasta de comer del presidente consolidan, sin quererlo, la leyenda del Pepe. O la del Viejo, que es lo mismo. Su imagen parece blindada, incluso ante la gran crisis que se le avecina al Frente Amplio en plena campaña electoral: la agudización del caso Pluna, con inminentes acusaciones al resto de la troika líder del oficialismo (el vicepresidente Danilo Astori y el ex presidente Tabaré Vázquez). El escándalo debería ser mayúsculo para socavar el favoritismo de Vázquez en este ciclo electoral, y eso es mérito de Mujica: aunque no se limitó a ser el Claudio Williman que le mantuvo el sillón caliente a José Batlle y Ordóñez a comienzos del siglo XX, avanzó sobre lo actuado en el primer período frenteamplista, apagó unos cuantos incendios y propició alianzas electorales que fortalecen la estabilidad del status quo oficialista y minimizan los disensos.

Sea cual sea el resultado, será un placer escuchar al Viejo, liberado de responsabilidades, decir las cosas que hoy el cargo le impide. Por ejemplo, cómo se compaginan sus convicciones más básicas e interesantes sobre el hiperconsumo y la propiedad social de la tierra con los modelos de desarrollo basados sobre el cultivo de grandes extensiones de transgénicos, la explotación forestal-celulósica, la minería a cielo abierto, las fuentes fósiles de energía y la instalación de megapuertos.