*-¿A qué te referís al hablar de masculinidades hegemónicas? *

-La masculinidad hegemónica es un paquete de mitos, creencias, costumbres, sensaciones, todo un imaginario social colectivo, simbólico, que no se localiza en ningún cuerpo en concreto. Tenemos la ilusión de que se localiza en los cuerpos de los sujetos que tienen pene y de algunos sujetos sin pene pero que logran cierto grado de respetabilidad social que “parece que lo tuvieran”. La masculinidad hegemónica funciona como un ideal, en el libro trabajo al macho como mito, saliéndonos de la idea de concepto biológico. El macho es una constelación de mitologías que sustentan la cultura patriarcal, que nos hace creer en la existencia de un ser todopoderoso, en lo que se basan mucho las religiones. Especialmente las religiones monoteístas en las que hay un referente masculino, padre, que provee y nos hace sentir seguros y también aterrados por su poderío. Es una matriz cultural, de aprendizaje, porque estamos en una cultura muy jerárquica, dicotómica, en la que generalmente hay un polo que domina y otro que “se deja”.

-¿Cómo opera esa cultura?

-Esa constelación mitológica hace carne y construye los cuerpos a imagen y semejanza de un dios. Ninguno de los que nacemos con pito nos salvamos de querer encarnar al macho, se nos educa en base a ese ideal, que es transmitido por diferentes medios educativos con extorsiones afectivas. Eso que tenemos entre las piernas es un orgullo que nos hicieron sentir desde que llegamos a la familia, cosa que no le sucede a las nenas con su vulva. En el libro me extiendo en la socialización de los niños varones que empieza desde bebés, e incluso desde antes, donde la masculinidad hegemónica empieza a operar a través de un abuso sexual que los varones recibimos. Comentarios como “mirá, se le paró”, chistes con la micción cuando salta el chorro, y así los varones vamos entendiendo que lo que tenemos entre las piernas es algo importante, que tiene que estar a la altura de los deseos y expectativas de toda la familia, que están genitalizados en clave adulta, lo cual es grave, porque hablamos de un niño. En el libro lo doy vuelta y pongo la situación de qué pasaría si en la presentación en sociedad de una nena la madre diga, “mirá qué vulva enorme, salió igual a la madre, cuando sea grande no va a dejar títere con cabeza”, o que el padre diga “mirá cómo se la está tocando”.

-¿Cuáles son sus principales características?

-Esa constelación mítica que empieza así y se pretende única como forma de construir lo que es masculino, se vincula con la fuerza, con lo aguerrido, con lo protector, con lo poderoso y el rendimiento a nivel sexual. Para resumir la construcción del deseo y la práctica sexual uso el dicho “todo bicho que camina va a parar al asador”. Parece que lo masculino tiene un ansia sexual, que no es deseo, ansiar algo es anhelarlo, pero de una manera ansiosa. Entonces el deseo no se cumple casi por erotismo, sino para cumplir con ese ideal. Hace muchos años que trabajo en terapia sexual con muchos hombres y particularmente me interesa el varón masculino hegemónico para poder romper la carcasa que trae. Salvo a grandes rasgos, con el ansia no registrás mucho si una persona te gusta o no, y lo hacés sobre todo por parámetros sociales estéticos, si la mina o el tipo “están buenos”. Aun en el caso homosexual, donde no siempre se da una relación genital más democrática. Cuando se genera el ansia es como que la pelvis se me dispara, no se utiliza todo el cuerpo. Es una piel que sufre porque no es habitada, no es tocada. En la educación que los niños reciben, los varones son obligados antes que las nenas a salir del regazo y de las caricias porque no queda bien o porque se puede “convertir en maricón”. El ansia se produce porque no me quedo demasiado en una escucha interna sobre qué quiero, porque yo tengo que querer, y en tanto se me impone el desear pierdo mi deseo. Mi cuerpo se expresa como una máquina, produce reacciones y no las vive. Eso de tener “bien atendido a alguien” o del otro lado “conseguirse a alguien que te coja bien”, genera una expectativa de rendimiento como un soldado sexual. Cuerpos que acceden a ir a un terreno hostil, porque no hay miramientos afectivos, y por eso es que se expresa la disfunción eréctil. Todas las disfunciones son protestas, no son fallas ni insuficiencias, por suerte ese cuerpo se revela humano y no siendo ese dios que debe ser. La farmacologización de la sexualidad a nivel de rendimiento produce cuerpos zombies, un cuerpo muerto que tiene vida.

*-También decís que esta cultura de machos lleva a dañar la salud propia del hombre y de otras personas… *

-Esto jode la vida de la gente en general. La persona que no sea masculina pero que espera del hombre con carcasa padece la demanda. Ahí está la trampa y donde como cultura no hemos buscado movimientos, como si estuviéramos buscando un papá o un dios en algún lugar. Por algo no soltamos el mito del macho, y mata literalmente, ya sea en accidentes de tránsito o porque deben aprender a desestimar el dolor y la sensibilidad, me accidento y no genero autocuidado. Si un hombre ofende mi honor me voy rápidamente a las manos, es como que no pensara, en ese acto supuestamente impulsivo, que me voy a lastimar. El consumo es otra cosa que afecta a los hombres y no se habla mucho, se vincula más a las mujeres con el shopping, y el hombre hegemónico, que es el que tiene más dinero en el mundo, es el que consume más, pero los objetos que consume son bien valorados socialmente. Eso genera más ansia, todo se puede comprar, y si encima no puedo conectar con lo que estoy sintiendo, me devora el mercado. Además tengo plata para pagarlo porque gano más que la mujer. Se alimentan más las impulsiones y de ahí la violencia, si la cancha es el lugar de catarsis deberíamos preguntarnos muchas cosas, y no es casualidad que las formas de humillar al otro sea insultando a las masculinidades subalternas o a las femineidades.

-¿En qué medida la sexualidad está dominada por una cultura fálica y de penetración?

-El principal problema es que se presenta como la única válida. La cultura fálica sigue estando, sí o sí tenemos que plantar bandera o el boniato, una idea muy agrícola. La penetración viene de los griegos, pero la afianzó mucho más el imperio romano con la idea de romperle el culo al otro, una idea muy bélica, violenta y de colonización de los territorios y los cuerpos de los otros a través de la penetración. Por complemento, las personas que son penetradas son automáticamente dominadas y la dominación se expresa en clave de humillación. Quien planta el boniato es quien tiene la sabiduría agrícola de la cultura, sabe que la semilla va a prender, por lo que se coloca del lado de la inteligencia, de lo cultural. Pero lo plantado se coloca en el lugar de lo salvaje, de lo natural, por eso se asocia a que las mujeres están más conectadas con la naturaleza. En esta construcción cultural es difícil sostenerse, por eso los hombres nos matamos más y no sólo por cuestiones económicas o estrés, sino por cómo se construye nuestra identidad en clave de género. La cuestión con el debut sexual, que ahora está cambiando, pero antes un padre llevaba a su niño a que una mujer abusara sexualmente de él, porque si lo das vuelta y llevás a tu nena de 12 o 13 años a que la penetre un tipo, te van a llevar preso. No podemos pensar que los cuerpos humanos reciben en forma distinta los impactos según si son varones o mujeres.

*-¿Las mujeres han respondido con un mecanismo similar de objetivación del cuerpo de los hombres, asociado a una mayor libertad? *

-Sí, eso lo trabajo en el libro con el ejemplo de los strippers, para hombres y para mujeres. Lo más colectivizado son los strippers para mujeres, y la actitud de los tipos para con la stripper es: “vos sos mía, sos un pedazo de carne y te voy a tocar cuando yo quiera”. En el caso de los strippers hombres eso no es así, hay casos en donde la mujer está empoderada y excitada con el tipo y se apropia de su cuerpo, pero aún así no lo está degradando, aunque ella quiera. El cuerpo de ese hombre tiene un teflón que lo protege de la degradación, porque es el cuerpo de un hombre. Y si fuera otro hombre capaz que sí, pero más o menos, si le agarra el bulto no lo degrada tanto, aunque si le agarra la cola sí. Eso muestra lo codificado políticamente que el cuerpo está. Sí está habiendo algo de eso en algunas mujeres que cosifican y explotan sexualmente a los hombres, pero el problema no está en los actos concretos de las mujeres, sino en que el imaginario social no cambia respecto a eso.

-En tu experiencia, ¿qué se necesita para que esos “machos” hagan el clic?

-Las crisis. ¿Pero cómo muchos tipos resuelven las crisis de pareja? Estuvieron muchos años casados, tuvieron hijos y se separaron, donde el tipo tenga un poco de plata se consigue una gurisa más joven y vuelve a reiniciar el ciclo, no resuelve la crisis. A nivel sexual, cuando el hombre quiere explorar lo que le gusta, el mercado le guiona las posibilidades de exploración, te lo venden como súper exótico y es más o menos siempre lo mismo. La paternidad en gurises jóvenes resulta una cosa bien buena, la abuelidad, si es que la reflexionan, porque podés vivir muchas cosas, pero si no tenés espacio para ponerle palabras a eso que vivís… precisás estímulo.

-¿Y esos espacios introspectivos no son también vistos como signos de debilidad?

-Sí, y eso forma parte de la crisis. Cuando a un tipo no se le para hace una crisis salada, y es obvio que no se le va a parar, pero por más que lo entiendas y te expliquen el funcionamiento de la fisiología, no importa. Nunca debería no pararse. Cuando pasa, empieza a desarmarse esa fantochada que todos los varones construimos para sostenernos. Ellos vienen a que vos le repares esto, le reestructures la coraza, y yo estoy radicalmente en contra de eso. Más allá de que está todo bien con las pastillas, si vos no las usás contextuadas en un espacio de escucha, capaz que le doy viagra a un tipo y al otro día se muere de un infarto. El primer paso es el dolor narcisista: “ah, yo no soy ese dios fálico”. Y no, nunca lo fuiste. Yo le digo a los pacientes que se bajen del caballo porque son uno más, pero cuando vamos a la cama no nos creemos que somos uno más, hay algo de conexión con una especie de deidad que no funciona. Para mí, esto de lo masculino y lo femenino vino a complicar la existencia, porque te obliga a clasificar. Con esa dicotomía nos cierra la idea de que existen dos sexos, hombres y mujeres, machos y hembras, y que es así por naturaleza. Me parece fantástico que existan machos, pero que sepan que están jugando y que se diviertan con su macho, que no crean que eso es lo que sostiene su identidad. Y que en la cama también puedan ser débiles y suaves, y no por eso van a ser más femeninos. Si soy yo el que te acaricio y te toco, yo tengo el control. Corporalmente estoy alejando el estímulo de mi corazón, y de la zona abdominal, que es donde tenemos los órganos blandos, que es la zona que naturalmente cubrimos si viene un depredador. Si la mina te dice que no la cojiste bien o que tenés el pito chico, no sé, lo siento, conseguite otro. Nos cuesta generar eso, porque esa autoestima sostenida solamente en un narcisismo sexual nos deja frágiles ante ese tipo de cosas. Está esa idea de que nada más el hombre es el que le da algo a la nena y ella solamente pide. Si supiéramos que esto es un mito divertido, porque también está buena la energía en la que vas y penetrás, en situaciones más fuertes, la cuestión de dominar a alguien y que te dominen en la cama jugando. Pero si creo que eso soy yo, cuando no se me pare la voy a quedar. Y lo masculino y lo femenino es una forma de control social, nos limita a la hora de explorar la vida sexual, ni pensamos en hacer algunas cosas. Sos re macho, vamos arriba, pero podés ser más cosas.