En las últimas semanas, el candidato Luis Lacalle Pou y uno de sus principales asesores económicos, Juan Dubra, han reiterado que las gestiones del Frente Amplio (FA) no fueron exitosas en términos de desarrollo si se compara la evolución de Uruguay con la de otros países. Dubra, en declaraciones realizadas para rectificar sus anteriores dichos de que “Uruguay estaba muy bien antes de 2004”, reconoció que “es claro que el uruguayo está mejor que hace diez años”, pero postuló que “el mundo y la región avanzaron tanto o más que nosotros”.
Estas afirmaciones se enmarcan, a su vez, en la insistente prédica de la derecha política acerca de que en la última década Uruguay desaprovechó un período de condiciones externas atípicamente favorables y el crecimiento económico no ha sido para nada responsabilidad de las gestiones del FA, sino puro fruto de un “viento de cola”. En las líneas que siguen proponemos repasar algunos datos y argumentos que demuestran la falsedad de este conjunto de afirmaciones.
Primero: ¿Estamos mejor que en 2004 en relación con otros países?
Proponer que el mundo y la región avanzaron tanto o más que nosotros no se condice con los datos disponibles. No es cierto que Uruguay haya avanzado igual o menos que el resto de los países en los últimos diez años. Las definiciones sobre qué es el desarrollo son múltiples y no pretendemos entrar en esa discusión con este breve artículo. Más allá de las distintas definiciones, nos concentraremos en dos indicadores de uso común, el Producto Interno Bruto (PIB) per cápita y el Índice de Desarrollo Humano (IDH), que han sido los utilizados por los asesores del Partido Nacional.
En el ranking de PIB per cápita (datos del FMI en paridad de poder de compra), Uruguay pasó de la posición 73 en 2004 a la posición 60 en 2013. Tuvo, por lo tanto, una clara mejora de su posición en relación con el resto del mundo. Entre los países de América Latina, vemos que si bien Uruguay mantuvo en ese período el tercer lugar del ranking, fue el que mostró mayores avances en la última década, acortando distancias con los dos primeros (Chile y Argentina, respectivamente).
El IDH, además de considerar el PIB per cápita, agrega información sobre educación (años de educación de la población) y salud (esperanza de vida). Según el último reporte mundial del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, la posición de Uruguay en el ranking de IDH pasó del lugar 53 en 2005 al 50 en 2013 (2005 es el año más cercano a 2004 para el que existen datos comparables). También el IDH marca entonces una clara mejora en la posición relativa del país. En un contexto mundial en el que los países de ingreso medio y bajo realizaron grandes progresos en su nivel de desarrollo, Uruguay no sólo avanzó, sino que avanzó más que el resto. Del análisis comparativo de estos dos rankings se desprende que el avance en desarrollo ha sido más importante en la dimensión económica, medida en el PIB per cápita, que en las dimensiones de educación y salud, pero es claro que esto es distinto a decir que no se avanzó en términos de desarrollo, o que se avanzó menos que el resto de los países.
Segundo: ¿Políticas exitosas o puro “viento de cola”?
Una discusión profunda sobre esta pregunta excedería ampliamente los límites de este artículo. Repasaremos sólo algunos argumentos que son obviados en los análisis de los economistas de los partidos tradicionales y que cuestionan fuertemente la idea del “viento de cola”.
El primer factor es que, a la hora de comparar desempeños relativos, los rivales también juegan; no están inmóviles en la cancha. Afirmar que Uruguay no realizó ninguna transformación relevante para aprovechar las condiciones externas favorables, señalando que los demás países también crecieron, implica postular que ningún país de la región fue capaz de concretar ninguna transformación interna relevante. En efecto: si el resto de los países hubieran sido capaces de potenciar las condiciones externas a partir de políticas internas, el crecimiento de Uruguay en línea con el promedio de la región indicaría que también fue capaz de concretar reformas internas que propiciaran el crecimiento. Este argumento se potencia si consideramos que en realidad Uruguay no creció en línea con los demás, sino que, como se mencionó anteriormente, fue el país que más creció en la región.
El segundo problema de adjudicar el proceso de crecimiento de la última década exclusivamente a fuentes externas, surge del hecho de que el viento de cola no fue igual para todos. En particular, la evolución de los términos de intercambio de Uruguay (esto es, la relación de los precios de los bienes que el país exporta con los que importa) fue peor que la de la mayoría de los países de la región, principalmente porque somos importadores de petróleo. El peso de esa materia prima en las importaciones uruguayas, junto con el fuerte incremento de su precio, determinó que nuestro país, a diferencia de los demás de la región, casi no registrara mejoras en sus términos de intercambio.
El tercer problema que enfrenta el argumento sostenido por los asesores de los partidos tradicionales surge de asumir que las condiciones externas favorables se observaron durante los diez años de gobierno del FA. En particular, en 2008 y 2009 la crisis internacional pegó fuerte en la región, determinando un contexto de recesión en la mayoría de los países de América Latina. A su vez, desde 2011 el contexto externo es mucho menos amigable, con una significativa desaceleración de la economía mundial y en particular de la región, donde además se sumaron importantes restricciones comerciales. En este sentido, no hay lugar para la reiterada pregunta sobre qué pasará con la economía uruguaya cuando el escenario externo se revierta, pues el escenario ya cambió. Desde 2011 las condiciones dejaron de ser favorables, pero Uruguay sigue creciendo notoriamente por encima de su promedio histórico y del resto de la región.
Por último, cabe preguntarse si alguien puede plantear seriamente que reformas estructurales como la tributaria, la del código aduanero, la creación de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación y del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), la reglamentación de la ley de promoción de inversiones, el aumento de presupuesto para la educación terciaria y sus impactos en la matrícula, la graduación y las publicaciones de la Universidad de la República o la ley de inclusión financiera, entre otras medidas de los gobiernos del FA, no han tenido ni tendrán un impacto en el crecimiento económico del país. De Lacalle Pou a esta altura nada sorprende, después de sus continuas demostraciones de falta de preparación en relación con los grandes temas del país, pero de Dubra, prestigioso académico nivel 3 del SNI creado en 2007, ese planteo resulta sin duda mucho más llamativo.