17.00. Suena el timbre en la escuela Nº 227. Niños y niñas, algunos con la túnica ya desprendida por un inusual calor primaveral, salen de la escuela. Cuatro padres esperan a sus hijos en la calle. Adentro, en el patio, también hay decenas de madres. “Siempre está más presente la mamá o la abuela”, valoró Marisel Fleitas, una maestra. “Hay caras de padres a las que no conocés”, aseguró, al tiempo que cuestionó: “¿Cómo hacés para cambiar eso?”.
En las policlínicas sucede lo mismo. Los especialistas acostumbran a trabajar con las madres desde que el feto está en el vientre hasta el desarrollo del niño, especialmente, en aspectos biológicos como los controles de las vacunas, el peso y la alimentación, indicó Daniel Hazan, médico de familia de la policlínica Don Bosco. “Nosotros promovemos que los papás asistan y les hacemos ver lo positivos que pueden ser sus aportes si se involucran en tareas paternales”, enfatizó. Dicha preocupación originó la charla “Paternidades: Un desafío para los varones y las mujeres”, que se realizó el lunes en la escuela y que pretendía, por primera vez, dialogar e intercambiar experiencias sobre paternidad que inciden, a su vez, en cuestiones de equidad de género, en eso de “cómo nos conformamos los varones como varones y qué problemas puede traer eso”, subrayó el médico.
En esa línea y también desde una mirada masculina, trabaja el colectivo La Pitanga, una ONG de la zona. Claire Niset, una de las integrantes, valoró que para avanzar en los temas de género es necesario que cada profesional, técnico y vecino, desde su lugar, se comprometa y adquiera esa preocupación.
Agustín Barúa Caffarena, médico y psiquiatra paraguayo, señaló en diálogo con la diaria que los hombres “no quieren abrirse porque se sienten juzgados”. Afirmó que el hombre tiene una tendencia a procesar sus miedos y tristezas desde el enojo, sin plantearse que son, subyacentemente, miedos y tristezas. Entonces “nos enojamos con el otro varón, con las mujeres, con la vida, y en realidad estamos muy cargados por ese lugar patriarcal de ser fuertes, resolutivos, ganadores”. Lo ideal, sostiene, es encontrar formas de “alegría y libertad”.
De tripas corazones
Hace seis meses, un grupo de siete hombres formó en Montevideo el Colectivo de Varones Antipatriarcales. Barúa Caffarena es uno de sus integrantes, y fue invitado justamente para compartir esa experiencia. A partir de la discusión sobre lo patriarcal, donde lo masculino está colocado social e inherentemente en un plano superior a lo femenino, se cuestionan sus propias prácticas de masculinidad. Es un trabajo “personal”, aún en exploración, que “desmontamos a la interna” sin juzgar al otro, indicó. Es que “si lo hacemos hacia afuera, volvemos a reproducir lo que cuestionamos”, explica el especialista.
En el espacio, que no pretende ser clínico, aunque tiene efectos reparadores y contenedores, se ponen en juego prácticas cotidianas como la fragilidad, la competencia, la debilidad y la sensibilidad. Caffarena plantea que la masculinidad patriarcal “es tan hegemónica que no da brechas”, en referencia a que algunos de los integrantes del colectivo fueron juzgados como “putos”. “En el grupo manejamos la posibilidad de que una persona nos hiciera una coordinación de grupo como trabajo corporal. Cuando un compañero mencionó a un masajista, no pude evitar pensar: ‘Yo no quiero que me toque’”, narró. Es que dentro de los mandatos que los configuran como varones, agregó el médico de Don Bosco, el primero es no ser homosexual, pues socialmente esto es “descalificador”. Un día, una mamá vio a su hijo jugando con un muñeco, en un taller de la escuela donde el tema de género está “muy incorporado”. Enseguida le dijo “que fuera a cambiar ese juguete”, contó Alejandra Villano, directora del centro educativo, quien señaló que esas actitudes se dan naturalmente. En ese sentido, se cuestiona la conducta socialmente impuesta desde la crianza, de vestirse de cierta forma (de celeste los niños y de rosado las niñas) como si fuese una necesidad de “protección”.
Pero, ¿qué papel juega la mujer en todo esto? Muchas mujeres mencionan la multiplicidad de las tareas que les conciernen en el hogar como amas de casa y con el cuidado de los hijos, pero paradójicamente son quienes reproducen esos patrones de conducta. “Para nosotras es alucinante saber que tenemos el control de todo y que todo lo podemos”, estableció la educadora social Gabriela Carrier, en referencia al “poder” que genera la mujer tras la concepción de que el hombre no se defiende en las tareas domésticas; “ni siquiera sabe cuidarse a sí mismo”.
Aunque siempre hay excepciones -padres que llevan bien puesta la paternidad-, el médico valoró que ese rol de “privilegio” por ese “poder inadmisible” que tienen las mujeres trae, a su vez, problemas en la crianza, ya que esas madres se ven perjudicadas a la hora de desprenderse de su hijo cuando éste crece.
Por eso, y aunque no hay recetas, trabajar en masculinidad compete a toda la familia. Pero sí hay desafíos. Empezando por poner el tema en el tapete, abordarlo institucionalmente, y analizar, por ejemplo, cómo colocar el tema del espejo en el varón y en qué momento de la vida es posible ver la paternidad como algo interesante. Sin duda, para ello es necesario cambiar el imaginario social y ciertas prácticas. “En nuestro grupo aprendimos a abrazarnos”, contó Barúa Caffarena. “El abrazo era a distancia, con apenas una palmadita, y ahora le podés sentir el cuerpo al otro”, detalló. Es que, en general, el hombre se sensibiliza después de un par de alcoholes encima, especificó el psiquiatra, o cuando una enfermedad se apodera de él. “Mi padre -narró Niset- debido a los síntomas del Alzheimer, se había olvidado de que tenía que ser serio y distante, y entonces yo pude tocarlo y sentirlo corporalmente, pero tuvo que llegar a eso para que pudiera abrazarlo”, manifestó. Es un tema “que no sabemos cómo enfrentar”, concluyó.