Al verlos bajar del Hércules C 130 de la Fuerza Aérea Uruguaya se podía percibir la alegría por el trabajo realizado, el entusiasmo a flor de piel y, fundamentalmente, la unión del grupo, seguramente formada por compartir una experiencia única. En medio de saludos y abrazos de familiares y amigos, el viernes estudiantes y profesores contaron a la diaria las primeras impresiones al llegar a la Antártida: “Tiene la inmensidad de la no civilización”; “Es un paisaje impresionante, deslumbra”; “El silencio, me impactó el silencio; es una sensación inexplicable”; “Aunque quisiera, no podría decirte”; “Es como la última frontera, el confín del mundo”.
El decano de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República, institución que organizó la propuesta académica, y director de la escuela de verano, Juan Cristina, se refirió al éxito científico de la iniciativa. “Estoy muy contento por el grado de dedicación y productividad que tuvieron los estudiantes, el nivel académico que lograron alcanzar en las múltiples actividades que hicimos”, comenzó relatando. Y agregó: “Para nosotros, como docentes, siempre lo más importante y la riqueza más grande que tiene una facultad es su gente joven, que es la que hace bueno el futuro. Estoy seguro de que luego de esta experiencia cualquiera de estos muchachos está más que preparado”, dijo.
El director destacó la importancia de incentivar la presencia uruguaya en la Antártida. “Es muy positivo: todos los experimentos que hemos logrado hacer con cinco módulos de cinco especialidades distintas simultáneas, con un enorme volumen de trabajo, con cosas muy novedosas que hacen a contribuir, junto con el Instituto Antártico Uruguayo, una buena presencia de Uruguay en la Antártida. Creo que es muy bueno saber que podemos aportar a grandes objetivos nacionales y que pudimos demostrar que en Uruguay se puede hacer cosas interesantes, y lo pueden demostrar ellos, que son los estudiantes”, puntualizó. “Y claro, esto no termina aquí”, continuó. “Trajimos muchas muestras. Esto es el principio, y en ese sentido tenemos muchas actividades para hacer, van a ir muchas camionetas con muestras para la facultad. Y esto sigue. Yo creo que van a salir resultados muy positivos de muy diversas experiencias”, concluyó.
El día a día
Bettina Tassino, docente e investigadora de la Facultad de Ciencias, contó cómo trabajaban y se organizaban dentro de la Base Artigas. En total había tres bloques de trabajo: teórico; de campo -que eran las salidas-; y de laboratorio -donde se analizaban las muestras-. Más allá de la división de tareas y la organización del trabajo, el cronograma previsto era modificado y analizado día a día según las condiciones meteorológicas. Por ejemplo, el sábado 8 de febrero no pudieron salir porque había una tormenta de nieve que duró 24 horas. “Veías nevar en forma horizontal por el fuerte viento. Según la meteoróloga de la base, la mínima sensación térmica que tuvimos fue de -21º y la temperatura más alta fue de 1º, registrada un día a las tres de la tarde”, recordó Tassino.
Con respecto al ritmo de trabajo, la científica explicó que lo que tomaban como referencia para ordenar las tareas eran las horas de las comidas. “Desayunábamos a las ocho, almorzábamos a la una y cenábamos a las nueve... no te puedo decir de la noche, porque se hacía de noche entre las once y las doce. Todos pudimos comprobar que estar expuestos a tantas horas de luz te generaba ganas de seguir haciendo cosas. Nunca nos acostábamos antes de la una, siempre nos quedábamos compartiendo las experiencias del día”, agregó. Justamente el módulo “Ritmos circadianos humanos desafiados por las condiciones ambientales de la Antártida” era el que estaba a cargo de Tassino y de otra docente (Ana Silva), y tenía la particularidad de estudiar biológicamente a estudiantes y profesores, analizando el impacto del viaje en sus propios cuerpos (ver la diaria del 04/02/14). Este módulo será el más tardío en lo que tiene que ver con los resultados, ya que las muestras, que fueron tomadas antes, durante y después del viaje, serán enviadas al Hospital de Clínicas de Porto Alegre, de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul. “Si bien nuestro trabajo continúa unos días más y los resultados van a demorar, todos tenían que completar su ‘diario de sueño’”, comentó Tassino. “Existe lo que se llama ‘jet lag social’, que vendría a ser el ritmo de sueño en nuestra vida diaria. Lo que pudimos percibir, en una primera instancia, es que la mayoría de los estudiantes venía con un sueño muy desordenado de las vacaciones, por no tener horarios fijos. De alguna manera, el régimen de la escuela los regularizó, aunque durmieron menos”, explicó.
Algo que destacaron todos los integrantes de la Primera Escuela de Investigación Antártica fue el constante apoyo y la colaboración fundamental del Instituto Antártico Uruguayo y del personal permanente apostado en la base. “Para los docentes fue una tranquilidad sentir el apoyo constante de la gente de la base. Cuando hacíamos las caminatas, los recorridos por la bahía cercana a la base, y cuando fuimos al Instituto Antártico Chileno, que se demora una hora y media en llegar, estábamos monitoreados todo el tiempo”, aclaró Tassino.
También contaron con apoyo cuando dos equipos de trabajo tomaron muestras en el lago Uruguay, una de agua y otra de sedimentos. Utilizaron la embarcación Zodiac y fueron acompañados por un buzo de la base, mientras la doctora los esperaba en la orilla. “Estaban todo el tiempo pendientes, con bolsas de agua caliente y termos de café”, describió la docente.
La experiencia
Pablo Fernández, de 24 años, estudiante de cuarto año de la Licenciatura en Ciencias Biológicas, participó en el módulo “Microinvertebrados polares”. Dijo que esta experiencia fue como la “piedra fundamental” de un camino de investigación en la Antártida. “Yo siempre quise ir, desde chiquito. Te puedo decir que como sueño, cumplido está, pero estar ahí es algo multisensorial, no puedo describirlo. Y sí, quiero volver y encontrar alguna puerta de investigación, porque en la Base Artigas hay mucho que aprender y conocer”, indicó. Detalló que todos participan en todo, aunque había tres áreas exclusivas de cada módulo. “En el nuestro, hicimos un monitoreo ambiental para ver la diversidad de invertebrados y comparar para evaluar el impacto que la base tiene en la isla. Todos los grupos tenemos que presentar los resultados el 28, en una jornada especial que se va a realizar en la facultad y que será el cierre oficial de la escuela”, concluyó.
Por su parte, la estudiante Lorena Herrera dijo a la diaria que siente que el objetivo se cumplió ampliamente. “Fue un curso exigente, teníamos clase todo el tiempo, en los laboratorios, en las salidas de campo... Te puedo decir que aprovechamos al máximo el tiempo que estuvimos allá. El módulo en el que yo estaba, el de microorganismos, se subdividía en dos: la parte de virología y la de bacterias. La parte de microorganismos está en transcurso, porque los cultivos que trajimos van a demorar dos meses para tener resultados. Y en la de virus tuvimos un resultado importante porque pudimos comprobar que las 53 muestras de heces de aves que obtuvimos estaban libres del virus de la influenza y de Newcastle, dos enfermedades que afectan la salud humana”, contó.
José Jaso, el estudiante que cursa primer año de la licenciatura y que fue invitado por el decanato para hacer un documental, contó que todos lo ayudaron en su objetivo. “Fue increíble. Por suerte se armó tremendo grupo; se me hizo corto. Todos me ayudaron, todos se prestaron para hacer sonido, para que yo pudiera hacer las notas; esa parte estuvo muy buena. Espero poder realmente mostrar lo que pasó, y que la gente sepa que ésta es una experiencia que tiene que seguir sí o sí. Esto se tiene que dar a conocer mucho más, [...] que todo el mundo sepa que se está haciendo algo bien. A mí me ganó el científico. Quiero volver, me encantaría escribir algún proyecto para volver”, dijo.
Mirando al futuro
Todos los consultados por la diaria luego de esta primera experiencia coincidieron en que lograron la apertura de un camino de investigación para las nuevas generaciones. Tanto es así, que se maneja la idea de recibir a la generación 2014 de la facultad con una exposición de fotos de los integrantes de la Primera Escuela Antártica de Verano. Para el decano, éste fue un comienzo muy firme que tiene la intención de repetir. “Estoy seguro de que la presencia de Uruguay en la Antártida es muy importante para las futuras generaciones. Incluso para que los que hoy están en la escuela puedan decir en un futuro ‘gracias a esta gente que tuvo visión, hoy podemos estar conociendo más, nada menos que de un continente entero de la Tierra’”, reflexionó.
Tassino opinó que la experiencia fue “muy rica” también para todo el cuerpo docente porque se armaron equipos multidisciplinarios y todos aportaban diferentes miradas de cada uno de los temas. “Los veías cruzarse de laboratorio en laboratorio, a preguntar, a opinar. Se generó un flujo de trabajo, de información compartida, de ponerse a escuchar al otro. En lo personal, yo aprendí mucho de mis compañeros, porque todos los docentes participábamos en todas las clases teóricas. Seguro que éste es el camino correcto para incentivar la investigación [...] entre todos, tenemos que lograr que se enamoren de la Antártida”, concluyó.
Al despedirse del continente blanco alguien del grupo escribió en una red social: “Estamos felices y con el equipaje lleno de experiencias inolvidables. No sabemos ya cómo agradecer al Instituto Antártico Uruguayo y a todos los que hicieron posible que nuestra Escuela de Verano de Iniciación a la Investigación Antártica sea realidad y un éxito. Mañana estamos en casa, algo de nosotros quedó en la Base Artigas”.