Un proceso electoral no puede explicarse mediante vagas alusiones a la distinción entre los principios y las reglas, ni recordándonos que el Derecho es la mejor manera de solucionar los conflictos, tal como parece desprenderse de una columna publicada ayer en la diaria en referencia a la elección de decano en la Facultad de Derecho. Estas nociones son apropiadas para el aula pero insustanciales si se quiere entender cómo se construye una candidatura y cuál es el entretejido de acuerdos que se hace para alcanzar los objetivos que legítimamente se persiguen. Ocurre que la realidad es, lamentablemente, más prosaica. En el caso presente, el tema de la elección de decano ha aparecido como titular en la prensa de los últimos días, explotando su costado más escandaloso, al punto de que una colega ha dicho, acertadamente, que todo parece reducirse a una especie de edición del abominable programa de televisión Intrusos.
El panorama universitario en Derecho muestra la persistencia de dos grandes bloques: uno conformado por las agrupaciones que han apoyado la gestión de la actual decana, la profesora Dora Bagdassarian, y que postulan al profesor Juan Raso (el Frente Zelmar Michelini a nivel estudiantil y egresados, y Por los Principios a nivel docente); por otro lado, el bloque conformado por la Corriente Gremial Universitaria, a nivel estudiantil y egresados, y Pluralismo, en docentes, que han sido pertinaces opositores y que postulan al profesor Gonzalo Uriarte. Entre ambas corrientes mayoritarias se situó una de menor entidad, conformada por agrupaciones docentes que comparecieron bajo el lema Compromiso Docente, del que proviene, justamente, la figura de Uriarte. Ambos son excelentes candidatos, pero allí no está la cuestión.
La elección de la profesora Bagdassarian en 2006 había quebrado la hegemonía histórica de Pluralismo/CGU en Derecho. Su decanato ha tenido puntos altos en la promoción de la carrera docente (efectividades para docentes grado 1 y 2, más otros concursos y llamados), renovaciones de planes de estudios y creditización de las carreras de Relaciones Internacionales y Relaciones Laborales, que alcanzaron la categoría de Licenciatura. En términos de breve inventario, corresponde indicar asimismo el mejoramiento de la infraestructura locativa (consultorio jurídico, bedelía, etcétera) y el equipamiento con nuevas tecnologías en casi todas las aulas (por contraposición a lo que eran los desvencijados salones del período anterior), todo lo cual redunda en la dignificación del trabajo docente y en la calidad de los servicios educativos para estudiantes y usuarios. Naturalmente, como toda acción de gobierno, su gestión no se encuentra exenta de críticas.
Pero el debate ha sido por momentos demasiado ríspido, y algunos voceros de la oposición han acusado a las agrupaciones que apoyan a la decana de agraviar a alguno de sus representantes más emblemáticos. Desde luego que no compartimos en absoluto que se descalifique a ningún miembro de la comunidad universitaria; discrepamos con algunos por sus opciones estratégicas, pero respetamos y mantenemos una alta consideración de sus personas y sus aportes a la Facultad, y juntos deberemos seguir construyendo una enseñanza del Derecho de calidad. Lo que no puede dejar de decirse, sin embargo, es que el énfasis puesto en un caso puntual no debería soslayar los agravios por parte algunos miembros de la oposición que sostenidamente debió sufrir la decana Bagdassarian en el Consejo de la Facultad.
Pese a estos avatares, que deberemos olvidar rápidamente, debe saberse que la actitud que seguirá presidiendo el trabajo de nuestra agrupación docente será la apertura a la discusión franca pero respetuosa de las personas y de las instituciones, sea cual fuere el lado desde el que nos corresponda participar.
El otro frente complejo en la discusión ha sido cierto inevitable deslizamiento del debate hacia el eje derecha-izquierda, sosteniendo algunos colegas que se trata de una nomenclatura ajena a la realidad universitaria. El problema radica, a nuestro juicio, en que en este progresista y laico Uruguay nadie quiere ser de derecha, aunque en el fondo ser de derecha no tiene nada de malo: se trata sólo de una opción personal entre conservadurismo (o restauración) y progresismo. Ocurre que para algunos, el infierno tan temido es caer en aquel crudo dilema que planteaba ese extraordinario poeta mexicano que fue José Emilio Pacheco: “Ya somos todo aquello / contra lo que luchábamos a los veinte años”. Es que la poesía, cuando es verdadera, duele mucho.
Estos comentarios no son más que explicaciones prosaicas, es cierto. Pero las juzgamos necesarias para acercarnos de manera más fehaciente al proceso electoral en curso.
*El autor es profesor agregado de Derecho del Trabajo y la Seguridad Social, Facultad de Derecho, Universidad de la República.