Un día como el de ayer, pero de 2008, se reunió por primera vez el Consejo de Salarios-Grupo 21, espacio de negociación sobre las condiciones de empleo de las trabajadoras domésticas. En conmemoración de esa conquista, desde entonces el 19 de agosto se festeja, como feriado pago no laborable, el Día de la Trabajadora Doméstica.

El proceso de organización de las trabajadores domésticas tiene una larga historia que se remonta a 1963, pero fue recién en 2006, con la aprobación de la Ley 18.065, que lograron equipararse derechos laborales para las trabajadoras de este sector. Las vacaciones, la jubilación, la limitación en la jornada y la mejora salarial a partir de las políticas de negociación colectiva, entre otros avances, cambiaron la vida de muchas trabajadoras y sus familias.

Como es sabido, el reconocimiento y la protección de derechos desmontan prácticas esclavistas. Específicamente en el ámbito del trabajo doméstico remunerado, el reconocimiento implicó también visibilizar que la inserción laboral en este sector constituye una continuidad del determinismo social en la asignación de roles en función del género y de la pertenencia étnico-racial.

Si bien no debemos soslayar que las políticas de formalización de este trabajo inciden claramente en la redistribución de los ingresos, y que están enfocadas a mejorar en un corto y mediano plazo las condiciones de empleo de las mujeres, estos avances todavía no han debilitado las estructuras que hacen del empleo doméstico un trabajo “de mujeres”. Las cifras son elocuentes: la ocupación en el sector es 99% femenina y representa casi 16% del total de mujeres ocupadas.

A su vez, la experiencia del reconocimiento de derechos nos permite visibilizar las dificultades que plantean los cambios normativos como plataformas de cambios estructurales. Esto se debe a que los procesos políticos de los grupos históricamente postergados en pos de su reconocimiento implican remover compartimentos de resistencia. La naturaleza del trabajo doméstico remunerado subyace al universo cultural que protege el statu quo de determinadas clases sociales, exacerbado, claramente, por las limitaciones de las políticas públicas vinculadas con la desfamiliarización de los cuidados.

La movilización de las trabajadoras domésticas remuneradas es una lucha por el reconocimiento del ejercicio de su ciudadanía, en un contexto signado, todavía, por la exclusión de miles de mujeres del ejercicio de sus derechos.

La formalización del empleo ha significado para estas mujeres el acceso a una mayor autonomía económica, que incide en otras formas de empoderamiento y superación. Sin embargo, eso no invisibiliza, como he reiterado, que ciertas imposiciones culturales vividas desde la infancia, como la división sexual del trabajo, determinan en gran medida las opciones de inserción laboral.

Los avances registrados son apenas un tímido puntapié inicial si pensamos en el marco en que se inscribe el reconocimiento del trabajo doméstico remunerado: una modificación sustancial en la valorización del trabajo reproductivo y su relación con el trabajo productivo.

Considerando la visibilización de estas dinámicas a la luz de los desafíos que plantea la configuración de un sistema de cuidados, podemos pensar que es posible avanzar en un cambio estructural de las relaciones de género existentes, concretamente de la manera en que históricamente se ha concebido la organización del trabajo.

Desde muchos ámbitos y con distintos enfoques, sobre todo éticos, se siguen problematizando las dificultades asociadas con regular o no el trabajo doméstico remunerado. En palabras de Nancy Fraser, el dilema es “quién limpia la casa de la limpiadora”. La pertinencia de esa pregunta es clara, aunque la complejidad del tema sin duda requiere un análisis mayor que el que pueden aportar estas líneas.

La conmemoración de ayer debe recordarnos que falta mucho por hacer en el camino por la igualdad.

En Uruguay, una política de cuidados es uno de los eslabones que faltan para que se siga desarrollando el entramado normativo e institucional que ha apuntado, en los últimos años, a construir mayor igualdad.

Todo suma en el desafío de darle contenido al discurso igualitario por la paridad en el ámbito político, público y doméstico -consigna probablemente poco popular en algunos sectores machistas-.

Mientras tanto, la lucha anónima de miles de mujeres continúa.