-Desde hace meses se está implementando una reestructura en las escuelas del SODRE. ¿Para qué ha servido?
-La reestructura ha servido de mucho. El SODRE ahora tiene las escuelas de formación artística, que se dividen en dos, la Escuela Nacional de Arte Lírico y la Escuela Nacional de Danza. Dentro de ella tenemos las divisiones de danza clásica, contemporánea y folclórica. Las escuelas de formación artística tienen una directora general que es Hortensia Campanella, que responde directamente al consejo directivo. Nosotros, que somos coordinadores académicos, respondemos ante ella. Eso hizo que las escuelas funcionen más aceitadamente, que haya mejor vínculo con el consejo directivo y que se pueda articular mucho más. Las escuelas ahora están en reformulación interna, de programas, de planes de estudio, y en articulaciones con otras divisiones del SODRE y con otras instituciones del Estado, lo que lleva a uno de los objetivos de la gestión, que es la difusión. Tenemos cuatro escuelas con opciones de formación artística absolutamente gratuitas y la gente no conoce eso. Otro objetivo es que la escuela sea nacional, porque estuvo muy reducida a Montevideo, y en folclore tenemos alumnos que todos los días vienen de Maldonado y de Florida. Yo tengo la idea de trabajar por medio de internet, con cursos a distancia, que los profesores puedan viajar a dar cursos intensivos. Hay que esperar a ver si eso tiene la aprobación del consejo.
-¿La escasa difusión tiene que ver con el lugar que tiene la danza, y la danza folclórica en particular, en la sociedad uruguaya?
-Sí, claro. Vivimos en una sociedad patriarcal, machista, en donde la danza en general se ve como una debilidad. Y a muchas disciplinas dentro de la danza se las ve como patrimonio de cierta clase social. No estamos acostumbrados a ver espectáculos de danza; muy a mi pesar, la gente mira un poco más de danza por la triste tinellización de la que somos parte, por lo que se valora más la danza show que la danza estudiada. En particular con la danza folclórica tenemos otro problema: vivimos en un país de influencias, la sociedad piensa que todo lo de afuera es mejor. Por otro lado, cuando el gobierno organiza un encuentro para el que vienen delegaciones del exterior, no ves que en la apertura alguien baile una danza folclórica. Sin embargo, vas a cualquier otro país y en la apertura de cualquier evento bailan una danza folclórica. Si el propio Estado tiene una escuela de danza folclórica, ¿por qué no usarla?
-¿Cómo entraste a la escuela y cómo llegaste hasta el cargo de coordinadora académica?
-Empecé en la danza folclórica en el liceo, en los años 80. Entonces me enteré de casualidad de que existía una Escuela Nacional de Danza con una carrera de cuatro años. Ingresé, me recibí y al siguiente año concursé para ser colaboradora honoraria, al otro año se abrieron concursos para entrar como docente. Concursé, gané y seguí. En 1988 arranqué como docente acá. Siempre fui muy crítica, colaboré de distintas formas y cuando entró Martín Inthamoussú ayudé en el armado del actual plan de estudio, que sigue en ajustes; tenía un cargo de asesora académica. Cuando se abrió la Escuela de Danza Contemporánea, de la que él iba a ser coordinador académico, yo no sabía a quién iba a nombrar el consejo directivo en folclore, porque había varios nombres. Desde lo académico soy una persona que me formé en varias disciplinas de la danza y estoy en la docencia desde hace 26 años, y me siento formada. Pero también pensé que debido a mi identidad de género podían perfectamente decir que no, porque es muy arriesgado nombrarme. Nombrar a una mujer trans en la danza folclórica, que es muy machista, es un riesgo grande; por otra parte, los que me nombran son cargos políticos y pueden recibir cuestionamientos desde arriba. Pero sin embargo lo hicieron, lo que desde mi lectura es genial, porque habla de un cambio grande en casos particulares de la clase política, hay una cuestión progresista muy fuerte. Esto no podría pasar en un gobierno de derecha. En esto también tuvo mucho que ver el movimiento estudiantil, así como en todos los cambios de la escuela.
-¿Sentiste que tuviste que demostrar un poco más que el resto por tu identidad de género?
-Todo el tiempo. En todas las cosas, como trans tenés que demostrar más que sos buena profesional, buena gestora, buena persona. Tristemente te acostumbrás, no está bueno pero te acostumbrás a ello. Eso tiene su lado positivo: me ha llevado a estudiar más, a hacer más cursos, a aprender de mis superiores y de otras personas. Para mí una gran referente en dirección y lucha social es Lilián Abracinskas. Yo empecé el 1º de junio y recién estoy aprendiendo todas las cuestiones administrativas, y a veces me peleo con eso porque vengo de la docencia directa y del trabajo en la sociedad civil, que es bien diferente.
-¿Cómo ayudó en tu vida profesional el proceso de reconocimiento legal de tu identidad de género?
-Súper positivamente, increíblemente cuando empecé mi cambio registral pensaba que era sólo un papel y que no iba a cambiar nada. Sin embargo, cuando recibís la sentencia positiva del juez y te dan el papelito que dice que te tienen que enmendar la partida de nacimiento, es bien diferente. Sentís que pasás a ser legal, una más. En mi carrera docente eso afecta mucho porque otra cosa sería el nombramiento de una mujer trans con nombre de varón; no es coherente. No sólo te reafirma a vos como persona ante la sociedad, también les da legalidad a quienes te nombran.
-¿Cuánto influyeron la danza y la docencia en ese proceso personal?
-Mucho. Siempre la danza la hice por placer, y si pudiera dedicarme solamente a eso sería feliz. Amo dar clase en secundaria y mi relación con los gurises es genial; es terapéutico dar clase. Pero la danza siempre fue para mí una vía de escape a la presión social, una manera de expresarme libremente en un ambiente que no me juzgaba, y por otro lado, el arte en general es sanador, terapéutico e igualador. Al luchar por los derechos de las personas trans yo lucho por los derechos culturales. Siempre he planteado eso, y lo extiendo a las personas en general. Además, por lo que más me gusta la danza folclórica es porque es socializante: no podés bailar solo, como en el clásico o en el contemporáneo.
-¿Cómo ha sido esa experiencia de trabajar con adolescentes en secundaria?
-Ellos no están contaminados de nuestros códigos tan cuadrados. Son sinceros, honestos, y eso los hace grandes, pero son seres muy respetuosos. Con respecto a la identidad trans, yo siempre digo que no pido que la gente comparta, pero sí que respete. Y a los gurises les pasa eso, de repente no comparten, pero sí me respetan mucho. Nunca, desde que doy clase mostrando mi identidad de género, hace unos 12 años, tuve un mínimo problema. Te demuestran o dicen lo que piensan, y en general saben respetar y yo también soy muy respetuosa de ellos, porque creo que las cosas hay que devolverlas. Ellos te respetan según cómo seas como persona y según cuánta preparación intelectual tengas. Te escarban y escarban, y si te agarran en una que no sabés, ya te perdieron todo el respeto.
-Las noticias vinculadas a las mujeres trans siempre tienen que ver con muertes no resueltas y son pocas las noticias que hablan de casos como el tuyo. ¿Cómo analizás eso?
-La sociedad no permite ni acepta que alguien que no esté dentro de la bigeneridad triunfe. De pronto aplauden a Lizy Tagliani en Bailando por un sueño, pero que una trans llegue a un cargo de dirección no es llamativo. Esta sociedad patriarcal y machista termina diciendo: “Uy, estamos en peligro”. Y a la mayoría de la prensa le llama mucho más la atención una trans en tanga en una marcha, o habla sobre asesinatos de una trans a la que todavía llaman con nombre de varón. Si yo fuera una directora que vengo a trabajar en tanga capaz que lo cubren todos los medios, pero si no, no llama mucho la atención. Se vende lo que se quiere vender y se modela mal la opinión de la gente.