En su libro Modernidad líquida, el sociólogo Zigmund Bauman compara al “templo del consumo” con el concepto de barco definido por Michel Foucault. Se trata de “un pedazo de espacio flotante, un lugar sin lugar, que existe por sí mismo, que está cerrado sobre sí mismo y entregado al mismo tiempo a la infinitud del mar”. Ésta es una realidad cada vez más presente en la ciudad de Montevideo y la zona metropolitana, que con el paso de los años ve cómo aumentan los centros comerciales pese a que su población crece a un ritmo más o menos estable.

Hay circunstancias particulares que ponen al consumo en el tapete y hacen que sea tema de debate. Quizá el último hecho llamativo fue la apertura de la tienda Forever 21 en Montevideo Shopping a fines de noviembre, que generó que la cola de personas para entrar al local el día de su inauguración diera vuelta a la manzana del edificio del centro comercial. Los indignados en las redes sociales no se hicieron esperar, y la situación se mantuvo por varios días. Además del prestigio internacional de la marca, lo que generó en gran medida la masiva concurrencia a la tienda -principalmente de mujeres- fue que, además de contar con una gran variedad de prendas, los precios son sensiblemente más bajos que los del resto de los locales que venden artículos similares, bajo el mismo sistema que utiliza en sus cientos de tiendas a lo largo del planeta.

De hecho, la llegada de la tienda generó que, después de unos días, tiendas que venden ropa similar, como Daniel Cassin y Piece of Cake, anunciaran bajas de precios, que se hacen notar en la etiqueta de cada uno de los productos, que muestran cómo prendas que rondaban $1.000 cayeron hasta $500. Si bien las kilométricas colas para entrar a Forever 21 fueron bajando con el correr de las semanas, hasta la semana pasada aún había que hacer cola para entrar y el ingreso se habilitaba de a ratos. Ayer, 5 de enero, previa del Día de Reyes y día de descuentos en todos los shoppings, la cantidad de gente dentro de la tienda se mantuvo constante durante todo el día. Pese a que la tienda es una de las que no adhiere a las noches de descuentos, bajo el argumento de que sus productos ya están rebajados, el tránsito era fluido.

Todo pensado

Si bien había espacio para moverse, cada tanto algún pasillo quedaba obstaculizado por gente, incluso por los vendedores del local, que en un momento se pusieron a conversar en ronda ante la poca demanda de los clientes, como de costumbre, en abrumadora mayoría, mujeres. Al subir por las escaleras mecánicas que llevan hasta la entrada al local, una joven vio pasar a dos conocidas y les gritó que era la primera vez que entraba. Sus amigas le respondieron “que se comprara todo” mientras se alejaban.

Al entrar puede escucharse música pop en inglés a un volumen bastante alto y el típico perfume de las tiendas de ropa. La cantidad de hombres con niños en brazos es bastante mayor a la de la media de la ciudad, y es común ver a madres con sus hijas eligiendo ropa. La fila en los probadores no era muy extensa, a diferencia de lo que pasaba en las últimas semanas, cuando se podía estar unos diez o 15 minutos para probarse las seis prendas que se pueden ingresar al probador como máximo. A la derecha de los probadores está el sector de ropa de varones, sensiblemente más chico que el de mujeres y con prendas no tan baratas, pero estratégicamente ubicado para que los acompañantes masculinos no pierdan el tiempo mientras esperan en el sector de probadores. Para irse es difícil encontrar la salida, ubicada en una de las caras internas del borde de cuadrado que forman las paredes del local. Al bajar por las escaleras, dos adolescentes, que se fueron sin la ya clásica bolsa amarilla con letras negras que adorna cada pasillo del shopping, comentaban su frustración por no haber encontrado nada de su agrado, pero ya se disponían a entrar a otra tienda.

Melchor, Gaspar y Baltasar

Pese a que ayer también hubo Día del Centro, la tradicional vía blanca en la avenida 8 de octubre y varias ferias barriales, los descuentos de los shoppings no perdieron pisada, a pesar de que la última noche de descuentos había sido hace algunas pocas semanas. En los pasillos de Montevideo Shopping hay aire acondicionado, música sonando todo el tiempo y es imposible saber qué hora es; ni siquiera se sabe si afuera es de día o de noche. Además de los compradores, es común ver a empleadas que limpian aquello que en minutos se volverá a ensuciar, y a guardias de seguridad que recorren los pasillos buscando sospechosos y hablando por radio. Cada tienda es una especie de microambiente que intenta adaptarse a sus potenciales clientes gracias a sonidos, silencios y olores.

Una juguetería estaba repleta de gente; principalmente adultos solos, pero también había quienes no habían podido prescindir de la compañía de los más chicos, que con cara de anonadados miraban cada góndola de juguetes y juegos bien diferenciados según si estaban dirigidos a niñas o varones. Una vendedora se llevó a una niña para el piso de abajo del local mientras arriba su madre le indicaba a otra empleada qué juguetes llevaría, pero le advertía que tuviera cuidado para que su hija no advirtiera que ella era quien hacía las veces de rey mago.

La plaza de comidas y las cafeterías que se encuentran en alguno de los pasillos también estaban concurridas. La presencia de turistas brasileños se hacía notar, y los vendedores tenían que ingeniárselas para entenderlos y hacerse entender. Las filas de los locales de cobranzas eran largas porque muchos aprovechaban para ponerse al día con las cuentas. Además, a medida que pasaba el tiempo las bolsas que llevaba la gente en los pasillos parecía ir en aumento, aunque también iban llegando nuevos compradores.

Una de las zapaterías estaba llena de gente mirando a otra que, con un zapato en la mano, esperaba con cierta molestia que llegara algún vendedor a atenderla. Sin embargo, en otras tiendas los vendedores aguardaban ansiosos por clientes, y apenas uno traspasaba la puerta se acercaban para hacer la clásica pregunta: “¿Lo puedo ayudar en algo?” En una tienda, uno de los clientes preguntó “si estaban abiertos hasta las 0.00”, y la vendedora, resoplando, le respondió que sí. Mucha gente espera ansiosa cada noche de los descuentos, el mismo día que ninguno de los empleados del shopping quiere vivir.