A veces empezar por el final es conveniente, especialmente cuando se trata de comentar una exposición ajena, porque el final resume “lo que se lleva adentro”. Así, es bueno saber que no todos los ácidos “ayudan a disolver partes duras” como lo afirma Rafael Mandressi, sino que por el contrario pueden lograr fortalecerlas o producirlas. El mejor ejemplo es la producción del sulfato de cocaína con agregado de ácido sulfúrico, que en cierto sentido podemos decir que es “una parte dura” o una piedra en el zapato de nuestra sociedad.
Lo que quiero hacer notar aquí es que, si bien estoy de acuerdo con mucho de lo que Mandressi escribe sobre el monoteísmo, y en sentido más general sobre la religión, pienso que ese tipo de opiniones no debe expresarse con el sentido de tener la verdad en la mano, es decir, en la misma forma en que lo hace la religión. Si hay algo que es seguro en la vida es la duda. La física, en el muy simplificado modelo usado para estudiar el comportamiento del universo, lo explica claramente con dos conceptos conformados a partir de la experiencia, que es al fin y al cabo lo que cuenta: uno es la entropía y el otro es el principio de indeterminación de Heisenberg. Ambos nos dicen que el resultado final de una medida es hasta cierto punto incierto y que, si lo llevamos a la determinación de la verdad absoluta, ésta es por lo anterior un imposible.
Claro que ése es el resultado que se logra usando el método científico, al cual nos aferramos muchos en contraposición al religioso (que, a diferencia de la ciencia, decide que puede contestar el porqué a través de la presencia de uno o más poderes, los cuales no responderían a preguntas que le pudiéramos hacer).
Como la verdad no la podemos conocer, queda sólo la duda, y esto es en el fondo muy bueno, porque ella nos inspira a buscar el camino que más nos acerque a nuestro deseo de conocer la verdad, y en el error afirmar nuestros pasos para proseguir en nuestra búsqueda. A la vez, la nebulosa en la que nos encontramos no permite negar otros caminos de búsqueda como posibles conductores a la resolución de nuestra inquietud: siempre la duda.
Puesta la cuestión en este contexto, y aunque la descripción del piso de arriba a tapiar y destruir para que prevalezca en paz el piso de abajo parezca correcta y hasta simpática para algunos, para mí, ateo superconsecuente, crítico de las religiones por su uso como arma destructora, defensor del método científico, esa descripción es en sí irreconciliable con la propia intención del autor. Al igual que los monoteístas, él tiene “la solución” del problema, y si él la tiene y en esa forma avasallante, entonces, en acuerdo con él, no dudemos, no seamos críticos y obedezcamos sus instrucciones.
Claro está que una actitud de ese tipo no ayuda, porque por el principio de acción y reacción llamamos a una fuerza contraria, en lugar de buscar una que nos apoye en el sentido deseado, y esto es lo fundamental.
¿A qué me refiero? Pues a lograr evitar que nuestras dudas sean utilizadas como debilidades por aquellos que, en diferentes formas, consiguen que esas dudas se conviertan en miedos que nos lleven a buscar su “protección”, y por ende nuestra dependencia. El uso de simbologías aparecerá como útil. Y así, para la guerra falta muy poquito.
Sin duda la laicidad es un buen camino para eliminar asperezas y conducir a una sociedad solidaria con un buen grado de estabilidad. Pero eso no significa negar lo que nos es imposible negar (por aquello de la duda): la existencia de un dios. Y aquí viene el problema cuando esa figura está unida a nuestra sensación de vida, que es al fin y al cabo lo que nos mueve, y que al igual que a la “santa madre” del tango defenderemos con las armas que tengamos a mano, porque también la “bronca” existe y, con carácter general, lo irracional es mucho más poderoso que lo racional en nuestras vidas, y cuando se desata es como cuando un barco se inclina demasiado, nadie lo para.
No sé si Rafael nunca se enojó por algo que le hayan dicho; si lo hizo, debería comprender por qué ciertas bromas (y, para tocar el tema de Charlie Hebdo, ciertas críticas) no se deben hacer. No crean que no soy partidario de la libertad de prensa y de la libertad de expresión. Es sólo que tengo que respetar sentimientos ajenos, aun cuando provengan de mentes que piensan en forma diferente a la mía, y especialmente si fueron inducidas a pensar así. Porque, por razones elementales, si queremos que nos oigan, no debemos ofender. ¿Podemos aquí recordar a nuestro prócer?
Para terminar y volver a lo ácido: ¿quién se enojaría con Quino y su dulce Mafalda?