El entorno de los individuos en sus primeros años de vida -el ambiente social temprano- es crítico para el desarrollo saludable de su sistema nervioso. Evidencias provenientes de estudios en roedores y primates muestran que la deprivación y la inestabilidad del ambiente social temprano contribuyen en gran medida al origen de múltiples desórdenes emocionales y cognitivos.

Durante la etapa prenatal y los primeros períodos luego del nacimiento se establece el mayor número de conexiones neuronales, que luego se irán esculpiendo, refinando y especializando como parte del proceso de maduración del sistema nervioso. Se trata de un momento de gran plasticidad, en el que el cerebro es sumamente permeable a los efectos ambientales, tanto negativos como positivos, y, por lo tanto, su desarrollo depende de las condiciones que se den en ese momento de la vida. Dentro de lo que denominamos ambiente social temprano en los mamíferos, y por supuesto en los seres humanos, el vínculo con los padres -o los cuidadores principales- y los cuidados recibidos cobran singular importancia. El cuidado parental implica una serie de interacciones que trascienden la función alimenticia y que establecen un vínculo que modela fuertemente el desarrollo cognitivo y emocional de los individuos.

En estudios sobre roedores se ha visto que la separación maternal afecta la formación del vínculo madre-cría, produce elevados niveles de estrés en las crías y altera su desarrollo. Estos efectos generan consecuencias a nivel comportamental, neuroquímico e inmunológico que son detectables aun en la etapa adulta.

De forma similar, numerosas evidencias clínicas muestran que para los seres humanos un ambiente temprano protector y estimulante es necesario para el desarrollo saludable del sistema nervioso y la expresión de todo el potencial de las capacidades cognitivas, sociales y emocionales de los niños. La separación temprana o situaciones que afectan el vínculo parental, como el abandono, la negligencia o el abuso físico o emocional, aumentan la probabilidad de sufrir disfunciones cognitivas y enfermedades psiquiátricas, tanto en la infancia como en la edad adulta.

Estas evidencias acumuladas en las últimas décadas revelan que nuestro cerebro es un órgano social cuyo desarrollo depende de forma crítica de las interacciones con otros individuos desde etapas muy tempranas de la vida. Desde esta perspectiva, el grupo de investigación en neurobiología de los comportamientos afiliativos que funciona en la Facultad de Ciencias investiga y aporta al conocimiento de las bases biológicas del comportamiento parental -el primer vínculo social que establecen los individuos- y cómo éste influye en diferentes aspectos del desarrollo cognitivo, emocional y fisiológico de las crías.

Al estudiar variaciones en el comportamiento de las ratas madres demostramos que éste modula la fisiología de las crías y que las variaciones o “estilos maternales” se transmiten de generación en generación. Al mismo tiempo, las diferentes características y demandas de las crías determinan el comportamiento de la madre. Esto evidencia el carácter bidireccional del vínculo materno-filial y destaca el concepto de que tanto cuidadores como hijos son parte de una díada indisociable, que debe ser estudiada en conjunto.

A la vez, es necesario abordar el vínculo madre-cría considerando el ambiente en el que éste ocurre. En el laboratorio podemos, por ejemplo, variar la composición del “ambiente familiar temprano” durante los primeros días de vida. De esa manera, comparamos experimentalmente dos situaciones: en una de ellas las ratas madres conviven con una camada de crías de la misma edad; en otra, con crías recién nacidas y sus hermanos mayores de camadas anteriores. Esta última situación de “enriquecimiento social” induce cambios en el comportamiento de la madre y de los juveniles que comienzan a cuidar a sus hermanos. Este ambiente enriquecido también modifica el desarrollo de ambos tipos de crías e induce efectos duraderos; por ejemplo, estos animales muestran una menor respuesta hormonal de estrés cuando son sometidos a estímulos estresantes durante la edad adulta.

En muchos mamíferos el “ambiente maternal” es la principal fuente de estímulos para las crías durante los primeros días de vida. Es la madre, por medio de su comportamiento maternal, la que “traduce” la información del ambiente a las crías. En nuestro laboratorio demostramos que una situación de estrés social para la rata madre, como la presencia de un individuo extraño cerca del nido durante los primeros días de lactancia, genera respuestas de agresión hacia éste y altera el cuidado de las crías. Este ambiente maternal estresante induce en las crías la maduración precoz de áreas del cerebro involucradas en la respuesta de miedo, un factor de estrés normalmente ausente en crías pequeñas.

Estos resultados nos conducen a una de las preguntas que nos ocupan actualmente: ¿es posible prevenir o revertir el desarrollo precoz de las respuestas de miedo enriqueciendo el ambiente social donde se desarrolla la interacción madre-cría?

A partir de estos experimentos y de evidencia proveniente de otras investigaciones básicas, entendemos el desarrollo del cerebro como un proceso temporalmente dinámico que ocurre en un contexto social determinado. Por esta razón, en la planificación de intervenciones que intenten prevenir o revertir las “huellas” originadas por experiencias tempranas adversas, es fundamental considerar el cómo y el cuándo de éstas.

En este sentido, consideramos que las neurociencias tienen mucho que aportar al análisis crítico de los contenidos y formas de implementación de políticas públicas para la primera infancia y sus cuidadores, mediante investigaciones clínicas y en educación, así como por medio de investigaciones básicas como las que se realizan en la Facultad de Ciencias.

Sobre la autora

Uriarte Bálsamo es asistente del Laboratorio de Neurociencias de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República (Udelar). Es licenciada en Ciencias Biológicas (Udelar), realizó su maestría en Biología (Programa de Desarrollo de las Ciencias Básicas, Pedeciba) y se doctoró en Biología en la Universidade Federal do Rio Grande do Sul (Brasil). Es investigadora del Pedeciba e integra el Sistema Nacional de Investigadores.