Cerquillo caoba de canecalón, nariz ancha tucumana y labios rubí, abanico en una mano, caja bagualera en la otra, Susy Shock aparece primero proyectada en videoclip mientras suena la música del primer corte de su disco Buena vida y poca vergüenza, la receta de la abuela para atravesar la vida desde el goce, con el deseo como brújula.
De rojo y negro y tacos altos aparece después la Susy de carne, atravesando el público, enfrentando su propia imagen. Es aplaudida, tan querida, y ahora sí empieza el canto a capella de una zamba profunda con su voz encontrada, afinadísima, a lo largo de toda una vida. No hay voz como la de Susy Shock, porque no se parece a nada. Tiene los colores del folclore norteño y no hay simulación, no hay personaje ni envoltorio en ella. Da un golpe, dos golpes, tres golpes en la caja para interrumpir el encantamiento y exclama: “Para dar luz… hay que prenderse fuego”. La parte del fuego la grita con el público, que es cómplice. Y ahora sí, empezó el show.
La fiesta de su Poemario transpirado, que mezcla coplas, candombe, zamba, tango queer, rock alterado y textos de su libro Relatos en canecalón (que va por su segunda edición), dura más de dos horas y se repite todos los meses desde hace seis años. Además de eso, Susy, la “artista trans sudaca” que cultiva el “género colibrí”, como se define cuando le preguntan -y le preguntan mucho-, participa en peñas, ciclos de varietés y escribe para distintos medios. Novela de folletín incluida. “Me dijeron de la editorial que es la primera novela travesti de la historia universal. Yo les creo porque me gusta como suena”, dice la Susy entrevistada, que también agita un abanico.
Su activismo por los derechos de las y los trans la llevó a militar, desde su lugar de artista, la Ley de Identidad de Género, acompañando a las organizaciones que la convocaran. Y ella fue y va a todos lados, leyendo el manifiesto que escribió: “Yo, pobre mortal, equidistante de todo, yo DNI 20598061, yo primer hijo de la madre que después fui, amazona de mi deseo, perra en celo de mi sueño rojo, yo reivindico mi derecho a ser un monstruo, ni varón, ni mujer, ni XXY ni H2O”.
Susy nació como Daniel Balzán Lazarte, tiene 46 años y hace más de 30 que está vinculada al teatro. Hija amada y estimulada de tucumana con pampeano, creció entre folclore en el cemento de la capital porteña. Fue en un show de varieté donde encontraría el nombre Susy Shock para convertirse en una de las figuras centrales del arte trans argentino, abriendo caminos con talento e inteligencia, poniendo un cuerpo que tiene mucho para decir.
¿Hubo una transición hasta llegar a Susy Shock?
-Creo que hay una transición pero yo soy una privilegiada. Tuve una infancia feliz. Si sostuviéramos todas las infancias para que todos y todas pudieran transitar por sus búsquedas y contradicciones, idas y venidas, creo que nunca habría closet. Habría un fluir. Yo no reniego de Daniel porque Daniel ha sido un niñito abrazado. No tengo nada para negar, sino todo para sumar. En mi casa encontrás las fotos de toda mi vida. Si una compañera trans quema las fotos de su infancia no está quemando la infancia, está quemando eso que le dolió, eso que fue castigo, eso que fue violencia. Si fluyéramos, quizá nuestros empoderamientos femeninos, símbolos, podrían llegar a ser otros. Pero insisto, yo soy una privilegiada. Además, me ayudó ingresar a un ambiente como el artístico a los 14 años.
¿Cómo fue eso?
-Empecé bailando folclore de chiquita, porque mi familia es muy de bailar. Y cuando empezó el secundario había una profe que armaba el baile del 9 de julio y después la obra de teatro. Pero terminó el 9 de julio y me fui, porque yo con teatro nada que ver. Me moría con ese ojo gigante que es la mirada del otro. Pero la profe era una visionaria y me dijo: “Vos tenés que hacer teatro”. Y me convertí en esa cosa rara que hacía teatro, y eso me dio poder. Cuando me subí al escenario por primera vez el miedo dio paso a una sensación muy poderosa que es la que sigo buscando cada vez que me subo a uno.
¿A qué se parece esa sensación?
-Es sentir que es tu lugar. Es como si todo el tiempo yo hubiera estado en la tierra y era del agua. Y ahí me zambullí. A mí el teatro me dio la voz, pero una voz social. Porque yo en casa estaba amparada, era afuera el problema. Vivía en una cajita de cristal en plena dictadura.
¿En qué momento sentiste ese afuera por primera vez?
-La primera vez fue con la violencia máxima que te puede dar un Estado, que es hacer la colimba. La colimba fue el mandato de transitar una masculinidad obligatoria, y todo era violento, aunque estuviéramos en democracia. Ahí dejé de fluir. Fue un año de suspenso en el que me enseñaron que había un mundo que no tenía nada que ver con el mío. Fue una exigencia y con la anulación de toda mi mariconería, de todos mis deseos. Mi mirada del mundo se anuló por un año por decreto constitucional. Y yo dije: “Esto no”. Siempre me acuerdo una vez que salí y me paré en un kiosco para comprar unas pastillas y me di cuenta de que estaba parada en posición firme. Se hacen dueños de tu cuerpo. La segunda vez fue cuando trabajé en un supermercado y de tanto pasar la mercadería con códigos me los había aprendido de memoria. Y una vez afuera del laburo alguien te pasa azúcar y vos pensás el código. Y dije: “No voy a laburar más de lo que no me gusta”. Tomé la docencia, animé fiestas, todo lo que tenía que ver con los alrededores del arte, hasta llegar a hoy, que vivo de eso, de las funciones, de vender los discos, los libros. De viajar y tocar. Ésos fueron mis primeros no.
¿Por qué el nombre Susy Shock?
-Capaz que me llamaba de otra manera, pero medio que así me bautizó el público. Después fueron decisiones políticas; cantar folclore llamándome de esta forma. Primero: ¿por qué hay que llamarse Azucena del Valle para cantar folclore? Se trata de frenar la idea preconcebida, de seguir jugando libremente, que es lo que me gusta. Y segundo, porque soy de la generación del Nunca Más. Cuando descubrí que los milicos decían “la Susanita” para referirse a los electroshocks, me dije: “Me quedo con este nombre, que está hablando de muchas cosas”.
¿Cómo te llevás con el mundo académico? Acabás de llegar de Bahía, del congreso Defazendo Gênero, con invitados como Judith Butler...
-A mí me invitan de muchas universidades, pero no las instituciones, sino personas que quieren construir espacios diferentes ahí adentro. Vi un buen debate en Brasil ahora, que va de a poco. Creo que en Argentina se han logrado muchas cosas y quizá también ahora estemos como adormecidos. Hay cierta mirada desde el privilegio que dice: “Bueno, ahora que tienen el documento, ya está”. Pero a la hora de hablar, se sigue hablando en nombre de, y no está la voz propia. Eso es parte de la violencia. Que nos dejen hablar, aunque tartamudeemos, aunque no nos salga. Ahora viene Judith Butler a Buenos Aires y de todas las activistas e intelectuales invitadas no hay ninguna mujer o varón trans. Y tenemos grandes pensadores. Y aparte hay una realidad: los varones y las chicas trans no están en la universidad. La mayoría sigue parada en la calle sin otra posibilidad, porque no está el acceso al laburo. El acceso a la salud recién ahora se promulgó… La realidad sigue siendo otra. La violenta es la sociedad, con sus complicidades cotidianas. No se trata sólo de Videla.
En tu espectáculo hablás de la ciudad. Decís: “Nosotras estuvimos siempre en las catacumbas y tenemos que hacer tribus”. ¿Cómo son esas catacumbas?
-Las catacumbas son lugares donde hay espacio para todo lo marginado por este sistema. Los que no tenemos la fiesta, los que nunca la tuvimos. Es un lugar donde se manifiesta el deseo, sobre todo. Los seres que deseamos estamos ahí. Porque yo no soy ese cemento. Porque el cemento termina construyendo seres cemento, ideas cemento, vínculos cemento. Yo ya estoy pensando que hay que sembrarlas en otro lado. Estoy pensando en armar un proyecto con amigas y amigos de toda la vida para comprar unas tierras y decidir cómo nos imaginamos viejas. Y buscar lo autosustentable. Pero también hay que ir a lugares donde no hay trans y mezclarnos. Como lo que pasa en la peña. Yo hablo de ideología, hablo de seres, porque no es cuestión de pensar que por ser trava va a pensar igual que yo. Pero de todas maneras, aunque la trava sea facha, le falta todo. Por eso siempre voy a abrazar más a la trava que a otra persona que lo tuvo todo.