-En una entrevista anterior (ver la anuaria del 27/12/2013) planteaba que el ejercicio del derecho a la privacidad se había visto afectado después de los atentados en Estados Unidos, el 11 de setiembre de 2001. ¿Existe riesgo de que ese derecho se vuelva a ver afectado luego de los atentados en Francia?

-En Europa tenemos una cultura de la privacidad desde hace años, a diferencia de América del Norte. Para ellos no hay problema en que el Estado no la regule y en dejarlo en manos del mercado: si hay un problema se resuelve en las cortes. En Europa, mientras tanto, es un derecho humano, entonces es imprescindible. Nosotros hemos perseguido la idea de proteger la privacidad, y esto toca otro dominio lateral, que es la protección de datos. La privacidad es una cosa, y otra es la trazabilidad de estos datos, el destino de los datos de una persona durante toda la vida y hasta después de su muerte. Con lo que está pasando con los atentados, el gobierno tiene la tentación de la seguridad, que siempre intenta restringir la privacidad y la libertad de expresión. Pero como teníamos ya la experiencia de lo que pasó en Estados Unidos, hemos conseguido que en Francia el acto de seguridad no acabe con la vida privada de los individuos y los medios. Las nuevas leyes, recién aprobadas, dejan estos dos dominios fuera de la seguridad. La influencia de las reacciones latinoamericanas fue interesante: haber creado el hábeas data, el pensamiento latinoamericano sobre el tema nos sirvió también a los europeos, y ahora hemos conseguido tener un delegado especial en la Organización de las Naciones Unidas [ONU] sobre privacidad.

-¿Cómo evalúa el rol que juegan los prestadores de servicios en internet como Google o Facebook, que, cada vez más, ofrecen también servicios de infraestructura de internet?

-Mark Zuckerberg dice de manera muy clara que para él la privacidad ha sido un error histórico de los últimos 25 años. Para ellos, que hacen su dinero y su monetización por medio de la privacidad, es importante que Estados Unidos no aplique las leyes internacionales de derechos humanos. Por eso se rigen por la ley californiana, que los protege muchísimo. Ellos van a ir adelante, van a dar unas cuantas garantías a los gobiernos, pero de esa forma se autorregulan, para estar seguros de que los gobiernos no van a mirar lo que están haciendo. Ahora en Estados Unidos hay un movimiento muy fuerte para aprobar leyes sobre privacidad. Pero está en proceso, y los estadounidenses están muy divididos sobre eso. El interés de Facebook y de Google es el de aclimatar a los jóvenes para que den sus datos lo más pronto posible. Hay una pelea en este momento, porque Facebook quiere bajar a ocho años la edad mínima para registrarse, para que a los jóvenes les parezca totalmente legal y natural dar sus datos. Pero hay un movimiento, por el otro lado, de familias y asociaciones que sostienen que en vez de que el mínimo siga siendo 13 años habría que subirlo a 16, para dejar por lo menos a los niños el tiempo de racionalizar y entender todo lo que está en juego antes de presionar el botón que dice “te dejo utilizar mis datos hasta la eternidad”. La falta de regulación hace que estas fuerzas de plataformas transnacionales se apoderen de tus datos por la vida eterna. Hay que mostrar una fuerza del gobierno para proteger a sus propios ciudadanos. Eso no quiere decir que no haya una economía de los datos ni que no haya que utilizarlos de manera interesante. Ahora estoy en un movimiento que plantea que tenemos que movernos del big data (usos de los datos personales de manera muy anónima por terceras partes que no tienen nada que ver con la persona que ha puesto los datos) a lo que llamamos la self data o la small data (que una persona se guarde para sí todos los datos que quiere guardar y que sólo los entregue cuando le interese hacerlo, por su salud o lo que sea). La buena noticia es que hay plataformas que no hacen trazabilidad de datos y que toman en cuenta la perspectiva europea. Creo que más y más gente se va dando cuenta del peligro y del abuso, y que hay alternativas.

-¿Los estados realmente pueden incidir?

-Yo creo que sí, que los Gafam, como les llamamos en Francia a Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft, necesitan a los estados. Hay que trabajar a dos niveles. Por un lado, a nivel nacional, y decir: si quieres entrar, hay un precio de entrada, que es tener cuidado con los datos de nuestros ciudadanos. También hay que trabajar dentro de la bestia, con las organizaciones civiles estadounidenses. Apoyar a los ciudadanos para que puedan tener incidencia en la ley. Como por el momento la ley de Estados Unidos de facto se vuelve la ley mundial, hay que ir allá; el gobierno actual es muy cuidadoso con esto, está atento y se da cuenta de que hay riesgos de abuso. Hay que tener varias estrategias; las alianzas siempre son más fuertes. Latinoamérica tiene que ser una alianza fuerte.

-¿Las decisiones sobre el diseño de internet siguen concentradas en Estados Unidos?

-Es el debate que tenemos en este momento en el Foro de la Gobernanza de Internet y en ICANN [Internet Corporation for Assigned Names and Numbers], la asociación estadounidense que da las direcciones web y controla el acceso a la infraestructura. ICANN está ahora en un proceso de internacionalización, se está viendo si puede volverse una organización de la ONU, donde cada Estado tiene un voto. Para Estados Unidos es difícil dejar el monopolio completo, pero al mismo tiempo se da cuenta de que tiene que dar un poco de terreno. De lo contrario, se va a volver una confrontación, o lo que ya está pasando con Rusia y China: se va a fragmentar internet, ciertos países van a desarrollar su sistema propio y esos países van a estar fuera del mercado. Y si China está fuera del mercado es un problema para Estados Unidos.

-¿Cuál es su opinión sobre los acuerdos educativos que Google sostiene con gobiernos, como el que se registró en Uruguay con el Plan Ceibal?

-Como a Facebook, a Google le interesa que la gente se acostumbre muy rápidamente a su oferta, que es una oferta de ubicuidad, de facilidad de uso. La educación se ha vuelto un mercado enorme, y las empresas privadas se dan cuenta de que los gobiernos están dispuestos a pagar mucho para pasar a la era digital, y que además no tienen mucha facilidad para reformar su sistema escolar. El riesgo es que el sistema escolar clásico público sea marginalizado y que se apoderen de toda la educación nueva. Hoy la industria informática tiene siete millones de empleos que no están provistos, su necesidad es enorme. Ellos hacen esto porque están reclutando los obreros que necesitan. Cada país que lo hace tiene una parte en la que se ve más empoderado, tiene acceso a esos elementos, pero el precio a pagar es que los que no están formados por Google están formados por Microsoft, y que esa formación se vuelve obsoleta en menos de cinco años, porque se enfoca en saber utilizar un sistema para determinada aplicación, pero el mundo de las aplicaciones se está moviendo. No es una educación básica ni abierta, que dé un entendimiento global de lo que son las redes y la informática; es algo muy instrumentalizado que responde a necesidades a muy corto plazo y tiene legitimidad, pero los gobiernos tienen que manejarse con mucho cuidado con respecto a cómo negocian esto y lo que recuperan para la escuela. No veo eso por el momento.

-¿Las empresas cumplen los acuerdos en términos del uso de los datos?

-Es muy difícil para Google resistir a su propia lógica; tienen máquinas cuyo trabajo consiste exclusivamente en reclutar datos. Hay que ir con cuidado, por lo menos con algo como volver esos datos anónimos, que no pueda trazarse a una persona, que a las empresas no se les permita ver tendencias si queremos. La otra cosa que hay que poner en el debate público es la portabilidad de los datos: si quieres salirte de Google y de todo el entorno que te ofrece de aplicaciones, tienes que poder hacerlo e irte con tus datos, cosa que por el momento no es posible. Tengo que poder sacar todos mis datos, y eso la tecnología lo puede hacer. Al pensar el diseño hay que poner este derecho humano de la privacidad; ésa es la pelea.