“Creo que España necesita un gobierno estable”, dijo el filósofo español Mariano Rajoy. No vi que nadie lo comentara; se ve que están todos tan acostumbrados a sus frases pintorescas que ésta les pareció trivial. No deja de ser llamativo, sin embargo, que tenga esa duda. ¿Podría España necesitar un gobierno inestable? Tal vez sí, pero no creo que su gobernante lo anduviera diciendo, en todo caso. Si yo fuera presidente de algo, supongo que desearía la mayor estabilidad posible. Aunque claro, a la larga puede resultar aburrido. Y no hay cosa más aburrida que el aburrimiento no buscado. La gente puede aspirar a ser presidente para mejorar la situación de su pueblo, para demostrar la validez de sus ideas políticas, para enriquecerse lícita o ilícitamente, para beneficiar a su clase social, para vengarse de sus enemigos, o para saborear, simplemente, las mieles del poder. Pero nadie se presentaría a una elección para aburrirse. Hay infinidad de métodos mucho más productivos para ello. El principal, estudiar una carrera que a uno no le guste. Si las que le gustan resultan aburridas, no quiero imaginar lo que será una que no. Notariado, odontología... pah. Me asusta imaginarlo. Bueno, cada cual tendrá las suyas. Otra manera, menos sacrificada, es ir seguido a ver fútbol uruguayo. No cuando juega Uruguay por las Eliminatorias, sino ir, cada fin de semana, a seguir a un cuadro cualquiera. Sobre todo si te gusta el fútbol, porque si no te gusta, bueno, automáticamente tratarás de entretenerte escuchando a los vendedores que recorren las tribunas, o lo que le grita la gente al juez. Pero si sos futbolero, intentarás comprender la estrategia, las intenciones de técnicos y jugadores, disfrutar de la plasticidad de una jugada colectiva bien coordinada, o encontrarles el lado artístico a los movimientos imprevisibles de los habilidosos. Es claro que todo eso puede llevar a la frustración y al hastío.
Pero hay más maneras. En estas épocas, las fiestas tradicionales son un modo casi obligado de aburrirse. Sobre todo cuando a uno le viene sueño a una hora inapropiada, y tiene que aguantar estoico hasta la hora del brindis de Nochebuena o Año Nuevo. Sin embargo, a veces no resulta, y hay que tener una actitud proactiva. Una forma de aburrirse seguro es dejar que todos tomen bastante mientras uno se mantiene sobrio. Es curioso cómo los chistes de los demás pierden su gracia, y los discursos emotivos, su emotividad. Siempre se puede reforzar el sentimiento sentándose al lado de la persona más aburrida de la reunión y buscándole charla. Digamos, poniendo todas nuestras energías en hacerla decir algo interesante. Otro ejemplo en que la frustración tiene una participación importante en todo este proceso. Podríamos estar en los albores de una nueva teoría del aburrimiento. Pero dejemos ese asunto por aquí; intentar profundizar en él podría llegar a ser divertido.
Una manera arriesgada pero interesante de aburrirse es hacer balances del año. Lo digo en plural, porque debe ser hecho grupalmente, si bien cada balance será individual. No hay nada más aburrido que ver qué metas cumplió la gente y cuáles pospone para el año entrante. Suelen ser muy similares a las del año anterior, y a las del otro, y del otro. Claro, capaz que hacerlo con las metas propias es más aburrido aun. El secreto es que cuesta acordarse de qué metas se había propuesto uno exactamente un año antes, y entonces termina inventando sin ganas, sólo para decir algo, y las metas de todos terminan adquiriendo una temeraria neutralidad. Pero al principio hablé de riesgo; ciertamente, hay gente que puede llegar a confesar metas sumamente curiosas, en una narración entretenida cuya escucha nos termine haciendo pasar un buen momento.
Algo que es infalible para aburrir a mucha gente a la vez es sacar temas espinosos y peliagudos cuando no hay ambiente para ello, y ponerse a discutirlos en voz alta y con vehemencia con alguien que nos siga el tren, o se vea obligado a hacerlo. Eso puede no ser aburrido para uno, pero tiene el valor de lo altruista, de la renuncia a un bien para ofrendárselo a los demás. Conozco personas que, utilizando este método, llegan a acercarse a la santidad. Una reunión se puede ir rápidamente al carajo si los participantes no encuentran una forma civilizada de deshacerse del orador.
En fin, tal vez Rajoy tenga razón, a pesar de todo. Quizá no esté de más dejar una puerta abierta a la inestabilidad, sin la cual el aburrimiento parece estar asegurado, y las cosas seguras no se disfrutan como las que son logradas a fuerza de trabajo y tesón.