En la tercera luna del planeta Malvón habitaban unos seres que no tenían nada que ver con el resto de la flora y fauna del sistema, conformado por el planeta mencionado, sus cinco satélites habitados (había otros sin vida) y el planeta vecino Calumnia. Calumnia y Malvón poseían órbitas notablemente cercanas alrededor de la estrella Estrella (así se llamaba). Esto provocaba que cuando Malvón (que ocupaba la interna) rebasaba a Calumnia en su movimiento de traslación, se generaban en ambos planetas espantosas mareas, huracanes y terremotos. Ahora bien, todos los seres que poblaban el sistema estaban, obviamente, muy acostumbrados a estos procesos catastróficos periódicos; tanto, que si por algún motivo hubieran dejado de ocurrir, probablemente se habría generado una crisis de la que no todos habrían salido bien parados.

Ahora bien, decíamos que había unos seres extraños en la tercera luna de Malvón. El resto de los moradores del sistema eran parientes, como ocurre con todos los seres vivos de la Tierra, que comparten casi incambiadas algunas características ancestrales, especialmente su código genético.

Algo similar ocurría con los seres vivos de Malvón y Calumnia. Calumnia había sido, de hecho, poblada con vida importada de Malvón, llevada hasta allí por la raza de los malvonícolas, animales-planta inteligentes que exploraron bastante bien su propio sistema solar, aunque nunca llegaron mucho más allá.

La población de seres vivos de la tercera luna consistía en tres orugas (por llamarlas de algún modo), de unos 15 centímetros de largo, que reptaban permanentemente por el astro, sin que se les conociera algún otro tipo de actividad. Nunca se las vio comer, ni descansar, ni nada. Los conocimientos sobre su biología se limitaban a especulaciones, porque eran muy difíciles de agarrar -como explicaré más adelante- como para que los especialistas pudieran realizar algún tipo de análisis o estudio.

Se desconocía su edad (o sus edades), aunque desde su descubrimiento, siglos atrás, no habían sufrido modificaciones visibles, como crecer o envejecer. En todo este tiempo no habían estado nunca a menos de varios kilómetros de distancia entre sí, por lo que tampoco se sabía si interactuarían de algún modo en caso de que sus caminos se cruzaran.

Se suponía que absorbían la energía de la estrella Estrella, pero ni siquiera esto era muy seguro, ya que eran capaces de mantenerse en la noche durante años, sin asomarse en absoluto a la luz. Lo mismo a la inversa. Los científicos habían dispuesto una amplia red de sensores por todo el satélite (que era bastante más chico que nuestra Luna), y varias cámaras robot seguían sus movimientos permanentemente. Las orugas recibían los nombres de Primera, Segunda y Tercera, de acuerdo con el orden en que fueron descubiertas. Tras muchos años de búsquedas, y especialmente después de la instalación de la red y las cámaras, se llegó a la conclusión de que no existía una cuarta. Sus desplazamientos eran aleatorios, tanto en dirección como en velocidad, aunque, como ya dije, no llegaban nunca a detenerse. La única reacción conocida a un estímulo externo era, tal vez, la más extraña de ellas: si se intentaba capturarlas, desaparecían, y aparecían en cualquier otro punto de la luna un instante después, para seguir con su eterno reptar inconducente. Existía toda una rama de la biología malvonícola dedicada al estudio de las tres orugas. Una disciplina muy peculiar; creo que es innecesario aclararlo. Había numerosos y gruesos tratados al respecto, pero muy poca información tangible.

El cambio ocurrió una noche del otoño del hemisferio habitado de Malvón. Un estudiante de la licenciatura en orugología observaba distraídamente la pantalla que mostraba a una de las orugas, cuando notó que el animal trepaba a una roca y empezaba a realizar extraños movimientos con su cabeza. Miró de reojo las pantallas que mostraban a las otras orugas y estaban en la misma actitud. Pronto se dio cuenta de que lo que cada una hacía era emitir una especie de seda que iba envolviendo su cuerpo en un capullo iridiscente.

La noticia conmovió los ambientes científicos y la sociedad toda de Malvón. Se emitían informes cada media hora que detallaban los avances en la construcción de los capullos. Una semana después, sus paredes eran tan gruesas que no permitían ver si la oruga los seguía construyendo o ya había terminado.

Así permanecieron un par de semanas. El día 15, tres seres completamente renovados emergieron de sus respectivos capullos. No eran exactamente mariposas, porque en vez de alas tenían una especie de vela (en el sentido náutico), que se fue hinchando a medida que pasaban los minutos. De pronto las tres “mariposas” remontaron vuelo, probablemente impulsadas por el viento solar. Se elevaron, se siguieron elevando, se reunieron a una altura de unos cien kilómetros, y se perdieron de vista con rumbo desconocido. Nunca más se supo de ellas. La vida en Malvón y Calumnia fue más triste desde entonces, para siempre.