Lourdes sonríe a la cámara desde su silla de ruedas. Está en la rampa de la playa Malvín, de brazos abiertos como queriendo volar. Junto a esa foto que publicó en Facebook el 11 de febrero escribió: “¡Por fin se me dio! Tres horitas de playa”. Desde 2008 no pisaba ni la arena ni el mar. La pasó “genial” aunque ese día, por cuestiones médicas, no se pudo bañar y Marcelo, su compañero, le tiró agua con una botella. Es que no podía volver a su casa sin tocar el mar. Nunca tuvo una silla adecuada para ir a la playa. Ahora con la del programa de la IM, de ruedas anchas, cumplieron un sueño: caminar juntos de la mano en la arena, luego de ocho años de estar en pareja, contó Lourdes a la diaria, y recordó el poema de Antonio Machado: “Al andar se hace camino”. Hace 22 años tuvo un accidente de tránsito que le causó una paraplejia completa de miembros inferiores por lesión medular.

Conoció el programa por Vanessa, que tiene parálisis cerebral y es usuaria de la piscina N° 7. Por eso la IM la invitó. Desde el 19 de enero de este año asiste al programa Playas. Recuerda la fecha con claridad. Es que fue “lo más lindo” que le pasó “en la vida”, dice. Para el traslado cuentan con la camioneta de la Comisión Nacional Honoraria de la Discapacidad (CNHD) de Pronadis, pero ayer, lunes de Carnaval, no tuvieron acceso a ella. Lourdes, Vanessa y tres personas más de Covimp II (Cooperativa de Vivienda de Impedidos, ubicada detrás del parque Rivera, iban a contratar otra camioneta), pero las demás se dieron de baja y ellas dos solas no podían costearla. Al no tener ómnibus accesible rumbo a Malvín ni quién la acompañara, Lourdes se quedó sin playa. Sin embargo, para Vanessa no fue un impedimento. A las 6.00 ya estaba despierta. Por tanta ansiedad, explicó Norma, su mamá, que la acompañó. Los taxis cobran “lo mismo que gastás en comida”, aseguró. Por eso marcharon las dos a pie para que su hija tocara el mar. El viaje duró una hora, pero “la cosa es venir y disfrutar de esto que se nos brinda”, dijo Norma. Para ella es un “orgullo” ver a su hija nadar. “Cuando empezó en la Plaza N° 7, en abril de 2014, y hacía ejercicios en la piscina con la profesora, yo me tapaba los ojos porque me daba miedo, me ponía nerviosa verla tanto tiempo abajo del agua”. Y por si fuera poco, hace dos semanas, comenzó a hacer surf en la Escuelita de Mar (Malvín). “Es increíble cómo le gusta y cómo le agarró la mano”, agrega su madre, feliz, al tiempo que Vanessa asegura que ni el surf ni el mar “le dan miedo”. Le fascina luchar contra las olas. Ella pide más, dice Norma. Nunca se achica. La de ayer no era de las mañanas más calurosas, pero para su hija el mar “¡estaba divino!”. El aire fresco, al salir, no alcanzó a erizarle la piel.

Al agua, pato

Norma se siente segura cuando Vanessa queda en manos de los docentes de Educación Física de la Secretaría de Deporte de la IM. “La cuidan bien”, sostuvo. Vanessa pone lo suyo: cae en el agua, rebota y “sigue olímpica”, como si nada. Los docentes, según Norma, son un grupo con “mucha energía” y “buena onda” que transmiten a todos.

El programa Playas comenzó a implementarse en 2004 en Pocitos, con tan sólo dos docentes que asistían a alrededor de 200 personas con discapacidad. Actualmente son 12 que, de acuerdo a las propuestas que surgen, se van acoplando, explicó la coordinadora del programa, Bettina Greppi. La atención a usuarios con discapacidad la brindan de lunes a sábados de mañana en las playas Malvín, Pocitos y Cerro y en las piscinas de la Plaza de Deportes N° 7 de Paso Molino y la del Parque Deportivo de FUECYS, en Parque Batlle. A estas últimas asisten cerca de 80 personas con discapacidad que no pueden tomar sol, y va una gran población de niños autistas, dijo Greppi.

El programa de verano que se extiende en las playas tiene dos aristas: por un lado, “a puertas abiertas” se asiste a todas aquellas personas que se acercan por su cuenta, como Lourdes y Vanessa; por otro, a las personas con discapacidad de diferentes instituciones públicas y privadas, tanto escuelas como clínicas.

La playa es un espacio democratizador y gratuito. Acceder a ella debería ser fácil y habitual para todos los montevideanos. Sin embargo, no lo es para estas personas. Las que tienen discapacidad motriz, por ejemplo, dependen de los docentes para trasladarse en una silla de ruedas accesible a la arena o el agua. “Llegar a la playa, tener infraestructura, un docente y una propuesta pedagógica es un estímulo que implica un nivel de motivación importante”, dijo a la diaria Sebastián Fernández, integrante del programa. Greppi considera que el programa no es del todo accesible. Lo es “en el horario en que estamos, pero si alguien quiere ir de tarde no hay programa alguno”, manifestó, al tiempo que aseguró que la extensión docente es limitada por la falta de recursos humanos.

A su vez, planteó las dificultades que tienen las personas con discapacidad visual para dirigirse a la parada del ómnibus, ya que los semáforos no emiten sonidos para avisarles cuándo pueden cruzar. Acompañarlas a la parada del ómnibus forma parte del programa, subrayó. No obstante, la coordinadora considera que no debería ser así: “Yo como docente no tengo que cubrir lo que la ciudad no me da”.

Según Greppi, entre las playas y las piscinas se atiende a 602 personas con discapacidad. Las realidades de las playas son distintas. En Pocitos la gente pasa, rodea y curiosea, no se acerca demasiado; en Malvín, en cambio, la gente se integra y hasta felicita a los usuarios con discapacidad, relató Juan Pablo Abellá, uno de los docentes. El sábado, dijo Norma, mientras su hija surfeaba, un señor “se re copó” al mirarla.

Aún queda camino

Los cambios en la accesibilidad son visibles en los espacios urbanos. Hasta 2005 el único sistema de transporte que existía para las personas con discapacidad era el de la CNHD; en 2008 se incorporaron las primeras unidades de piso bajo, la línea CA1, y se estableció que en 2010, todas las unidades que se renovaran tuvieran condiciones de accesibilidad. Y así fue. De 2010 a 2014 ingresaron 100 unidades de todas las líneas (CUTCSA y cooperativas), aseguró Federico Lezama, de la SGSD de la IM, al tiempo que en 2015, adelantó, se llegará a 300 unidades con condiciones de accesibilidad, y se estima que los taxis con estas características se multiplicarán rápidamente (actualmente funciona uno desde hace dos años y en breve lo harán tres más), porque es una demanda tanto de los usuarios como de los servicios de residenciales y mutualistas. “Apostamos a que la materialización de un vehículo con estas características evidencie para el sector empresarial del taxi las ventajas que tiene”, agregó. Además de la accesibilidad con la que cuentan las avenidas 18 de Julio (en todo su recorrido) y 8 de Octubre (hasta Camino Maldonado), hay más de 20 espacios públicos con juegos inclusivos, y edificios emblemáticos como la Facultad de Derecho, la de Arquitectura y la Biblioteca Nacional, que se hicieron accesibles. En marzo, adelantó Lezama, se inaugurará el Parque de la Amistad en Villa Dolores, que será totalmente inclusivo. Todas estas transformaciones físicas de la ciudad, que han provocado un quiebre, están generando interpelaciones culturales que repercuten “en la cabeza de los montevideanos”, afirmó Lezama.

“En el momento en que te das cuenta de esa realidad, cambia tu accionar para poder entender mejor la situación del otro” y “no tener una actitud de discriminación ni prejuiciosa”, sostuvo el jerarca. En ese sentido, valoró que la IM y Pronadis han tenido un rol importante, junto con otras instituciones que han contribuido. Pero el motor de estos cambios han sido las propias personas que “tienen el coraje de salir a la calle y enfrentar la situación y de pelear con las instituciones públicas para que se pongan en práctica políticas de este tipo”, reconoció.

En la IM “quedan más cosas por hacer que lo que se ha hecho”, que son apenas avances, “no logros”, subrayó. Dijo que las grandes áreas a mejorar en accesibilidad son la salud y la educación. Pero por sobre todas las cosas, falta elaborar un “plan universal” de accesibilidad, es decir, empezar realmente a pensar que hay personas con discapacidades varias, más allá de poner juegos inclusivos, “que hay niños, adultos y adultos mayores, cada uno con sus necesidades e intereses distintos”. Por lo tanto, la planificación de la accesibilidad debe contemplar toda esa complejidad. Eso, explicó, se topará con aspectos urbanísticos de movilidad, pero también de cultura. Para Lezama es necesario crear una masa crítica y militante en torno a la accesibilidad, incluidos todos los partidos políticos que “jamás desarrollaron estrategias de inclusión para que las personas con discapacidad se vincularan a sus organizaciones”. A modo de ejemplo, citó: “Los sindicatos no incluían entre sus reivindicaciones la accesibilidad en el lugar de trabajo, los estudiantes no decían ‘accesibilidad en las facultades’ o ‘queremos que haya lengua de señas para que los sordos puedan venir a estudiar’”. Es necesario un cambio cultural y la supresión de la visión caritativa, que sigue siendo muy fuerte, indicó, en referencia a la Teletón, el acontecimiento más potente en términos de comunicación, que continúa dando un enfoque reforzador de la imagen caritativa: “Juntemos plata para los discapacitados es el mensaje más directo”, ironizó. Para Lezama el principal desafío que tiene el país es institucionalizar una política de discapacidad y erradicar, a nivel del gobierno y del Estado, el abordaje caritativo.