La austeridad de José Mujica también estuvo presente el viernes, en su acto de despedida y “homenaje al pueblo uruguayo”. Mientras que la mayor parte de la superficie de la Plaza Independencia estaba ocupada por el enorme escenario y gradas para el discurso de asunción de Tabaré Vázquez, Mujica dio su discurso de despedida desde encima de los escalones de entrada a la Torre Ejecutiva. Desde temprano en la tarde, la gente comenzó a instalarse en la plaza para acceder a un lugar preferencial. No se sabía con claridad en qué consistiría el acto de despedida, apenas se había difundido que el presidente recibiría el pabellón nacional que flameaba en la plaza y que habría “sorpresas”, pero pese a no saber nada acerca del programa del acto, miles de personas se acercaron a despedirlo.

Poco antes de la hora señalada para el inicio, ya era mucha la gente que se amontonaba detrás de las vallas para intentar ver. Estacionado a un costado de la plaza también se encontraba un camión, devenido carro alegórico, que en la parte de arriba llevaba una escultura del Fusca celeste de Mujica con la cara del ex mandatario en una de sus ventanas. Como no podía verse mucho, cada movimiento del otro lado de la valla generaba la expectativa de que Mujica apareciera. Una mujer que estaba en primera fila con una camiseta del Movimiento de Participación Popular (MPP) todas las veces que veía llegar un auto oficial comenzaba aplausos que los de más atrás continuaban hasta que notaban que el entonces presidente seguía sin aparecer. La mujer también gritaba “el pueblo te ama, Pepe”, y fue la que inició la ovación cuando el ministro del Interior, Eduardo Bonomi, se acercó a saludar junto con su esposa, Susana Pereyra. “Bonomi no se va”, terminó gritando la mayoría del público.

Quienes se acercaron a despedir al presidente también llevaron pancartas con mensajes de agradecimiento, muchas de ellas de beneficiarios del Plan Juntos, y también banderas, entre las que predominaban las del Frente Amplio (FA), las del MPP y las de Uruguay, pero llamaba especialmente la atención una de Argentina que tenía grafiteado “te necesitamos Pepe Mujica 2015”.

En escena

Cuando por fin apareció Mujica acompañado de la senadora Lucía Topolansky, explotó la ovación más esperada de la tarde, acompañada del grito “olé, olé, olé, Pepe, Pepe”. Inmediatamente se alzaron al cielo centenares de celulares y cámaras que buscaban registrar el momento. Quienes estaban más atrás igual filmaban o sacaban fotos a la pantalla gigante, porque fuera como fuera querían algún registro de esa tarde.

Como en uno de los sectores de la plaza apenas se escuchaba el audio que salía de los parlantes, varios empezaron a pedir silencio para intentar escuchar al presidente. Se generó un clima de extremo silencio que erizaba la piel aunque no pudiera escucharse con claridad lo que Mujica decía. Enseguida de calzarse los lentes, el presidente avisó que “para no aburrir” iría contra su estilo y leería un discurso que anotó en un papel. En todo momento se refirió al pueblo en estilo directo y singular, igual que en su discurso después de triunfar en las elecciones de 2009, que inició preguntando: “¿sabés una cosa, pueblo? Es el mundo del revés, en el estrado tendrías que estar vos y nosotros aplaudiéndote”.

En su discurso, Mujica realizó un paralelismo entre su vida y la historia reciente del país. Comenzó hablando de su “huérfana niñez”, que desembocó en la adolescencia “cuando se callaban los cañones de la Segunda Guerra Mundial” y de a poco se daba cuenta de que “dejábamos de ser la Suiza de América para ser latinoamericanos”. También hizo referencia a sus años de lucha armada como tupamaro y dijo que “nuestra democracia empezó a enfermar porque nada había para repartir”, pero “entre nostalgias y Maracaná no podíamos verlo”. También habló de los “años de utopía” en los que “sufrimos e hicimos sufrir”, de lo que dijo ser consciente, y por lo que tuvo que pagar “precios enormes”. La adversidad le dejó la enseñanza de repensar “toda la vida como una entrega y con la vida como valor por encima de todas las cosas”, reflexionó, lo que le permitió volverse “mucho más humilde y republicano” porque le “quedó incrustado que nadie es más que nadie”.

El último día

La caminata matutina con Lucía, trabajar con el tractor en la chacra y recibir al cineasta serbio Emir Kusturica -que por estos días completa su documental “El último héroe”- fueron las actividades del mandatario saliente, José Mujica, horas antes de entregarle la banda presidencial a Tabaré Vázquez. No estaba nervioso, sino “igual que todos los días”. “Ustedes no entienden, no pueden entender -dijo ante los medios-. El día más emotivo de mi vida fue cuando me trasladaron de Paso de los Toros a la cárcel, porque ahí me di cuenta de que la dictadura se estaba derrumbando. Esto es un poroto al lado de aquello”.

A las 11.00 se dirigió hacia Plaza Independencia en su Fusca celeste, aunque él no condujo. Hizo el traspaso de mando y, antes de retirarse, pidió al pueblo uruguayo “que haga todo lo posible” para apoyar al nuevo gobierno. Ante la prensa, declaró: “Es un día de unidad nacional, de mi parte muchas gracias por lo mucho que me ha dado el pueblo uruguayo. Algunas cosas hicimos y otras no, vendrán otros que serán mejores y así sucesivamente. Mi vida refleja que los que no se entregan, los que no bajan la guardia, siempre tienen algún reconocimiento y alguna compensación”.

De vuelta en Rincón del Cerro, Mujica comió un asado en el quincho de Varela, acompañado por Kusturica y su equipo de producción, durmió la siesta y recibió al rey Juan Carlos.

Cierre y más

La mayor ovación del público llegó cuando Mujica dijo que “la lucha que se pierde es la que se abandona”, frase a la que después de una pausa agregó su certeza de que “no hay ningún final sino el camino mismo”. En el tramo más emotivo del discurso, el mandatario dio las gracias al pueblo por sus “abrazos”, “críticas”, “cariño” y “sobre todo” por su “hondo compañerismo” cada una de las veces que se sintió solo “en el medio de la presidencia”. “Si tuviera dos vidas, las gastaría enteras para llevar tus luchas, porque es la forma más grandiosa que he podido encontrar en mis casi 80 años. No me voy, estoy llegando, me iré con mi último aliento. Donde esté estaré con vos, porque es la forma superior de estar en la vida. Gracias, querido pueblo”, cerró Mujica.

Después del acto, Braulio López cantó “A don José”, y cuando retiraron las vallas mucha gente corrió hacia la Torre Ejecutiva para ver si alcanzaba al presidente. Otros prefirieron esperar a que se descomprimiera la situación y lentamente emprender la retirada. Cuando todo parecía que concluía, nadie sabe muy bien desde dónde se empezó a avisar que partiría una marcha rumbo a la Intendencia de Montevideo (IM), donde minutos después Mujica daría un discurso en el marco del seminario “Izquierda y proyectos políticos en la región”, organizado por el Frente Amplio, la Fundación Liber Seregni y la Fundación Friedrich Ebert en Uruguay.

A ritmo de batucada empezó la procesión. En una clara demostración de cómo funciona la psicología de masas, nadie sabía muy bien qué era lo que pasaría en la IM, pero todos seguían la música y el vehículo que iba cortando el tránsito por la avenida 18 de Julio. Al llegar a la explanada de la IM era fácil constatar la presencia de decenas de extranjeros que también se habían acercado a presenciar el fenómeno Mujica, más que conocido y admirado fuera del país. Una señora que venía caminando despacio con la cara pintada y dos banderas en su mano se quejaba de que se había querido acercar a saludar al presidente y uno de los funcionarios de seguridad sin querer le había pisado una chancleta y la había hecho caer al suelo. Como respuesta, la señora le dijo que era un violento y lo amenazó con que después del lunes se apersonaría en la chacra de Mujica para informarlo de la situación.

Adentro, en el salón Azul, Mujica brindó su última conferencia magistral como presidente, donde habló del capitalismo y las contradicciones de decirse de izquierda y vivir bajo las reglas del sistema. Sostuvo que es necesario dejar de creer en Lenin pero después de haberlo leído varias veces, en alusión a que es necesario tener en cuenta a los clásicos pero también regirse por las ideas de cada tiempo. Dijo que el hombre nuevo “no es una utopía de llegar un día a un arco de triunfo y que esté todo arreglado, el hombre nuevo es el camino por ser menos porquería de lo que somos”, y aseguró que sólo “el cultivo y la predisposición a enfrentar nuestro egoísmo nos dan condiciones para crear un hombre mejor”. Reivindicó la importancia de los partidos políticos y visualizó a la izquierda del futuro “como una herramienta educadora que da combate en los rincones de la sociedad”. “Sólo avanzamos colectivamente y nuestra marcha es la velocidad de los más lentos, no [la] de los que están al frente”, afirmó. Además, explicó que mientras el egoísmo se necesita para sostener a los seres más cercanos, la solidaridad funciona en defensa de toda la especie humana, y también sostuvo que para la izquierda es imprescindible dar una batalla “en el campo de la cultura”, porque sin cambios en esa dimensión sería inútil un cambio en las relaciones de propiedad. Estas reflexiones se suman a las muchas que largó durante sus intensos años como presidente, y también a las decenas de frases que no necesita patentar para recordar que son suyas. Algún día los libros de historia lo juzgarán.