El 1º de marzo de este año, en su ceremonia de asunción, Tabaré Vázquez homenajeó los 30 años de democracia que gozamos en Uruguay recordando el primer gobierno que presidió Julio María Sanguinetti. El gesto tuvo su valor, ya que las fechas redondas siempre permiten una evocación y un balance de lo ocurrido en un período largo de tiempo. En este caso, aunque lo evocado es muy relevante, la reflexión pública sobre el asunto ha sido escasa. Lo cierto es que aquel momento fue fundamental para entender varias de las claves de nuestra democracia contemporánea.
La democracia que se comenzó a construir en 1985 fue muchas cosas (entre ellas, inestable, débil, conflictiva), pero mirada desde la perspectiva histórica, parece necesario remarcar un atributo: fue nueva. Guardaba muchas distancias respecto de aquel sistema benefactor y clientelista de los años 50 y de aquella democracia polarizada y con toques autoritarios de fines de los 60. Aunque algunos la quisieron disfrazar de restauración del orden previo a la dictadura, la democracia que se comenzó a construir a partir de 1985 resistió ese intento. Contra la voluntad de varios de sus principales actores vinculados con aquel orden anterior, lo que se terminó armando fue inevitablemente nuevo.
En relación con el sistema partidario, la nueva democracia terminó de consolidar la existencia de un tercer partido que iba a ser una de sus piezas sustanciales. Ya no hubo un sistema bipartidista, como durante gran parte del siglo XX, sino uno de tres partidos, que en el nuevo siglo parece habilitar la creación de un bipartidismo de nuevo tipo.
Otra novedad fue que los partidos ya no tuvieron su vieja centralidad. Esta nueva democracia ya no sería sólo de los partidos: los movimientos sociales se ganarían un espacio relevante. El poderoso y diverso movimiento social que se constituyó en la lucha antidictatorial iba a tener múltiples implicaciones en las décadas por venir, incidiendo en los propios partidos y en la agenda pública mediante variados recursos.
La segunda
Esta columna del historiador Aldo Marchesi es la segunda de una serie de notas que vamos a publicar sobre los 30 años del retorno de la democracia. Estos artículos se publican en el marco del evento Expectativas y disputas en torno a la nueva democracia, una actividad organizada por la Universidad de la República, que se llevará a cabo entre el 14 y el 16 de abril en la Intendencia de Montevideo. El programa completo está disponible en este link.
Es cierto que todo lo nuevo de la experiencia no alcanzó su cenit instantáneamente. Gran parte de esos movimientos tuvieron sus idas y venidas, alcances y limitaciones, logros y fracasos. Varios de los jóvenes que se habían involucrado en la movilización social y política sintieron, a fines de la década del 80, que ese impulso se había frenado y que el país de la restauración había triunfado. Sintieron que era poco y decepcionante lo que se había logrado con la nueva democracia.
Un ejemplo claro lo representa el movimiento de derechos humanos. La lucha por la amnistía a los presos políticos y, luego, la demanda de verdad y justicia articularon sentidos acerca de lo que representaba la nueva democracia que tuvieron variados impactos en diversas áreas de la sociedad. Se logró una importante victoria con la liberación de los presos dos semanas después del retorno de la democracia, a diferencia de lo ocurrido en Chile y Argentina, donde esa demanda se terminó de concretar recién al final de las primeras presidencias democráticas, pero la contracara fue la derrota del voto verde, que le dejó un sabor amargo a un movimiento social generado en la lucha antidictatorial y que ciertamente se retrajo luego de 1989. Sin embargo, la experiencia del voto verde, ya fuera por su estrategia o por sus contenidos, marcó múltiples luchas sociales del período y posteriores.
El desarrollo de movimientos sociales amplios con representantes de todos los partidos y apuesta al trabajo social surgió como una metodología generada por la comisión del voto verde y se replicó de múltiples maneras en una infinidad de movimientos sociales, cuyos ecos llegan hasta la reciente experiencia de la comisión por el no a la baja. El recurso del referéndum también apareció como una estrategia recurrente que, por ejemplo, habilitó a frenar las privatizaciones en 1992.
Asimismo, la idea de defensa de los derechos humanos, inicialmente relacionada sólo con las persecuciones políticas cometidas por la dictadura, habilitó a pensar otros asuntos en los que los derechos estaban en juego y que no habían sido discutidos en la democracia previa a la dictadura. Gran parte de lo que en los últimos cuatro años se ha llamado la “nueva agenda de derechos” tiene sus orígenes en debates originados por diversos movimientos sociales y culturales en los 80.
Fue en esos años que ciertos movimientos juveniles, junto con algunos académicos, por primera vez comenzaron a cuestionar las políticas prohibicionistas acerca de ciertas drogas, a hablar abiertamente de la marihuana y a enfrentar las políticas de seguridad que en aquel tiempo se expresaban en las razias. Fue en los 80 que diversos colectivos homosexuales reivindicaron el derecho a expresar su sexualidad libremente y cuestionaron las políticas represivas contra ellos. Fue en aquella década que las mujeres, por medio de múltiples organizaciones, reclamaron con renovada fuerza su espacio en la política y sus derechos frente a la violencia estatal y privada (aborto, violencia doméstica, etcétera).
Además de contribuir a las luchas por la democratización política, la noción de los derechos humanos fue un camino que habilitó a ampliar la idea de quienes serían los ciudadanos en la nueva democracia. Desde los 80 la democracia, además de ser un régimen político electoral, estuvo muy vinculada con ciertas nociones de derechos que fueron ampliándose en algunas áreas y reduciéndose en otras. Ése fue el punto de partida desde el que diversos movimientos lograron ir construyendo demandas que son hoy parte de nuestro sentido común. Lamentablemente, la defensa de derechos sociales vinculados con aquel Estado benefactor de los años 50 intentó reaparecer en los 80, pero no tuvo tanto éxito.
En el sentido que estamos considerando, lo nuevo de esta democracia no sólo tuvo que ver con el primer gobierno de Sanguinetti y su plantel de ministros (varios de los cuales, no todos, tuvieron un fuerte carácter restauracionista), sino también con las maneras en que el nuevo orden social se fue construyendo. Varios de los aspectos vinculados con la novedad echaron sus raíces en esa década tan rica y poco transitada por la memoria colectiva que fueron los 80. Revivirla, repensarla y discutirla seguramente nos puede ayudar a evaluar dónde estamos ubicados hoy en esa inacabada y conflictiva construcción social que es la democracia.