Una vez, la humanidad se encontró en medio de una espectacular batalla entre civilizaciones muy, pero muy avanzadas. No podemos describir, ni siquiera imaginar, las sofisticadas armas allí utilizadas. Es mentira lo que nos dice el cine, que lo más lejos que se puede llegar en la carrera armamentística consiste en esos ridículos haces de luz que parecen viajar, además, a una velocidad suficientemente lenta como para que uno piense “se podría haber corrido y no le embocaban”, y que curiosamente encuentran suficiente interferencia en el vacío del espacio como para que podamos verlos, como al haz de un faro en una noche de niebla. Ciertamente, sería un gran avance lograr una “luz lenta”, aunque seguramente no sería ésa la aplicación más apreciable. No tengo noticias de luces lentas en relatos de ciencia ficción.

Tal vez los estrategas militares con vocación de futurólogos, y cierto apego a la fantasía, se dediquen, en sus ratos de ocio, a imaginar cómo serán las guerras del futuro lejano (porque en las del futuro cercano también piensan, pero lamentablemente no como parte de su ocio). Acaso esa gente, muy informada y especializada, tenga más elementos para entrever borrosamente lo que podría ser una guerra, digamos, dentro de un siglo o dos. Pero en ningún caso mucho más allá de eso. Las civilizaciones que estaban en pugna en este caso andaban por los mil millones de años de edad. En nuestro planeta, hace esa cantidad de años, apenas había unicelulares simples.

La batalla no ocurrió en una época o lugar precisos. Esos conceptos, para civilizaciones tan avanzadas, son cosa del pasado. O lo serían, si no fuera porque la idea de “pasado” también es cosa del pasado; o lo sería, si no fuera porque... ta.

Sin embargo, ciertos aspectos de esas bélicas acciones determinaron fluctuaciones del espacio-tiempo habitado por humanos. Es a lo que se refiere el principio de la primera frase: “Una vez, la humanidad se encontró en medio de...”.

Un optimista podría decir “es imposible que civilizaciones tan avanzadas se dediquen a hacer la guerra, ya que evidentemente tienen que haber aprendido a convivir en paz”. No sé de dónde sale ese tipo de idea; me hace acordar a las narraciones de extraterrestres que viajan años luz para dejarnos mensajes pacifistas. Que yo sepa, desde el mono que usaba un hueso como garrote en 2001... hasta nuestros días, el belicismo no ha disminuido una poronga, y en cambio es claro el aumento insolente de la capacidad de hacer daño. Más allá de lo que pensemos, supongo que las civilizaciones futuras van a hacer con sus vidas lo que tengan ganas, sin preguntarle a una persona del siglo XXI si cada paso que dan es correcto o no.

De todos modos, uno supone que, aun considerando un posible enlentecimiento del avance de la ciencia, el nivel al que se puede llegar en mil millones de años es inimaginable. Todo lo que pasa en las películas de Harry Potter será un juego de niños, una antigualla tecnológica absurda, como ahora nos parece vieja y extraña la escritura cuneiforme sobre tablas de arcilla. (Ahora que lo pienso, en esas películas también estaban en guerra permanente los buenos contra los malos). Entonces, sí, cabe preguntarse si realmente necesitarán hacer guerras, ya que se supone que tendrán energía más o menos ilimitada, espacio suficiente para lo que deseen, etcétera; las causas habituales de las guerras no existirían. Si es que dichas causas lo son realmente, y no excusas para expresar quién sabe qué instintiva necesidad insoslayable. Pero, por los mismos motivos que descartamos la hipótesis moralista, debemos hacer lo mismo con ésta. No tenemos la menor idea de cuáles pueden ser las necesidades de una cultura multimillonaria en años. Probablemente no pasen por la alimentación, la conquista de nuevos territorios o el control de las rutas comerciales. Vaya uno a saber si se alimentan, si usan algún territorio para algo, y si practican el comercio. No estamos hablando de cinco o seis mil años, sino de mil millones. Es demasiado; tal vez debí elegir un número algo menor, pero ya está, ya tienen esa edad, y no se puede cambiar la historia. Sabemos por lo tanto que se trataba de dos civilizaciones inimaginablemente avanzadas. Tal vez decir “avanzadas” no haga justicia a su grado de avance, pero no me preocupa, pues sencillamente no tenemos palabras en ningún idioma para describir tal estado de cosas.

Tan avanzadas eran, que la humanidad no sospechó jamás que había estado en medio de ese lío. Concretamente, las escaramuzas que provocaron tales fluctuaciones en el sector del universo en que está la Tierra, sucedieron hace algún tiempo: a medidados del siglo I a.C. Del mismo modo -y por la misma época-, las bacterias que habitaban el suelo nororiental de la península ibérica nunca se enteraron de que sobre ellas combatían fieramente los ejércitos de César y de Pompeyo; sin mencionar las estrategias y tácticas utilizadas, o cómo terminó la batalla.

Ahora que pienso, yo tampoco tengo la menor idea.