Una vez que egresan de los centros psiquiátricos, los usuarios de los servicios de salud mental tienen que emprender alternativas para mejorar su calidad de vida. Por ejemplo, veamos la experiencia de estos dos grupos de ex pacientes del hospital Vilardebó: unos apelan a la autonomía por medio del trabajo y la vivienda digna; otros transitan la formalización de una cooperativa a fuerza de compañerismo, solidaridad y ricas empanadas.
Según el usuario Ernesto Santos, cuando un paciente egresa del Vilardebó el único seguimiento que tiene es la consulta con un psiquiatra cada diez días. “No hay más alternativas para rehabilitarse”, sentenció. De todas formas, él, como otros usuarios que conoce, está en un proceso avanzado de rehabilitación. “No somos una carga para la sociedad”, concluye. Mauro Motta, en tanto, estuvo internado en el Vilardebó durante un mes y medio, en 2008. Luego tuvo varias experiencias en residencias asistidas, que funcionan bajo la órbita de la Comisión Honoraria del Patronato del Psicópata, del Ministerio de Salud Pública (MSP). Mauro está diagnosticado con esquizofrenia, aunque ya hace algunos años que no se medica, algo que le ha permitido estar “más lúcido y claro que nunca”.
Mauro y Ernesto no están de acuerdo con el cierre del hospital Vilardebó, como sugieren organizaciones sociales que militan por un nuevo paradigma en salud mental. Pero sí con que se mejore la asistencia. “El hospital tiene que existir como un lugar de achique para cuando estamos en crisis”, argumentó Ernesto. Tampoco concuerdan con que los pacientes psiquiátricos se internen en hospitales generales, como indicó el psiquiatra jubilado Ángel Valmaggia en la última edición del Día del Futuro.
Otra capacidad
Ernesto y Mauro son integrantes del colectivo Ayllu, un término quechua que significa “comunidad”. Hace diez años trabajan para formar una comunidad que apunte a la autoconstrucción de viviendas ecológicas y la implementación de proyectos terapéuticos y productivos. En setiembre de 2014 lograron plasmarlo en un proyecto. Sus integrantes resaltaron que Ayllu se diferencia de otros proyectos de rehabilitación porque fue creado por los mismos usuarios, en base a sus necesidades, y no por técnicos. Coinciden en que las residencias asistidas y los centros de rehabilitación no apuntan a la autonomía ni a una inserción laboral eficiente. Sin embargo, destacaron la labor del centro diurno del hospital Vilardebó, donde ambos realizaron actividades de rehabilitación.
Ayllu cuenta con 30 integrantes egresados del Vilardebó en avanzado proceso de rehabilitación. Como la mayoría de los usuarios de los servicios de salud mental, tienen dificultades para conseguir trabajo y vivienda. “Fortalecer la autoestima por medio de la autonomía” e “incursionar en un proyecto laboral sostenible y sustentable” son parte de sus objetivos. Ernesto contó que la conformación del proyecto fue difícil, ya que recibieron “críticas de todos lados”. Actualmente, tienen el aval del Ministerio de Desarrollo Social, que aportará los materiales para la construcción de las casas, y de la Organización de las Naciones Unidas en Uruguay, que financiará aspectos técnicos. A pesar de este avance, esperan la aprobación del MSP, que todavía no ha contestado las solicitudes del colectivo.
El proyecto apunta a la construcción de 12 viviendas con el sistema de ayuda mutua, utilizando técnicas de bioconstrucción. “Aparte de vivir en comunidad, construir algo propio y en barro es terapéutico”, contó Mauricio Garolfi, integrante del equipo técnico del proyecto. También van a desarrollar horticultura, fruticultura y panadería. Los resultados de la huerta orgánica se destinarán para consumo de los integrantes, y el excedente para elaborar productos que, con la venta de los panificados, serán el sustento económico de la comunidad. Para la comercialización de los productos cuentan con las redes de la organización social Asamblea Instituyente. Como psicólogo, Mauricio realiza el seguimiento del grupo, trabajando en la resolución de problemas que afectan a la vida y al trabajo en comunidad. El equipo técnico también está conformado por una psiquiatra que trabaja con la terapia grupal psicodrama; un técnico en huerta; y otro en construcción en barro. El colectivo quiere instalarse en Sauce, Canelones; el predio será de cinco hectáreas mínimo, y 300 metros cuadrados destinados para cada vivienda, que estarán dispuestas en semicírculo.
Previo a la construcción, el colectivo realizará talleres con sus integrantes durante tres meses. Allí recibirán capacitaciones en panadería, huerta orgánica y construcción en barro, incluyendo un prototipo de vivienda que instalarán en el predio del hospital Vilardebó. Los talleres comenzarán en setiembre y ayudarán a la selección de los 12 usuarios (y sus respectivas familias) que integrarán la comunidad. En primera instancia, el colectivo Ayllu construirá 12 casas, pero sus integrantes confían en que en el futuro serán muchas más. Cruzar de vereda
La especialidad de la casa son las empanadas de carne y las de jamón y queso. Los siete integrantes de la cooperativa Riquísimo Artesanal aseguraron que la materia prima es de muy buena calidad y que sus productos son exquisitos. Son egresados del hospital Vilardebó y transitan la etapa de formalización de la cooperativa. El presidente es Ricardo, quien durante la charla se levantó del asiento para mostrar su carné de manipulación de alimentos. El resto también lo tiene.
Riquísimo Artesanal nació a comienzos de 2012 como consecuencia de un proyecto de extensión de la Universidad de la República. Si bien por él han pasado muchos compañeros, el equipo actual es estable, lo que permite una mejor evolución del grupo. Dieron sus primeros pasos en la cocina del Sindicato Único Gastronómico Hotelero del Uruguay, donde hicieron una formación en panadería. Hoy cuentan con 50 recetas.
Se reúnen para planificar tareas una vez por semana en el Centro Cultural Latinoamericano, donde funcionaba la central de la ex Funsa. En la cocina del local van a preparar sus recetas una vez que terminen de acondicionarla con la ayuda de la Brigada Solidaria Agustín Pedroza del SUNCA. En dos semanas van a tener todo pronto para “salir al mercado a romperla”. En un principio van a cocinar dos días a la semana; cuando se acostumbren a la dinámica de trabajo aumentarán los días de producción, adelantó el psicólogo Nelson de León, uno de los referentes del grupo.
Juan, quien se presentó como “cooperativista ante todo”, definió la situación del grupo: “Hemos dejado la vereda de la enfermedad, para pasar a la del trabajo”. En cambio, a Gabriel lo que más le interesa es la gente que lo rodea. La cooperativa es su “sostén emocional”, lo ayuda a sacarse el miedo que le tiene a la sociedad, y a dejar el pasado atrás. “Apuesto a crecer y a no bajar los brazos”, contó.
El secretario es Fernando. Lleva las actas de la cooperativa, una tarea para la que ha adquirido destrezas en poco tiempo, según aclaró. Tiene una colección de 2.500 discos de pasta, y por eso son frecuentes las reuniones en su casa. “Lleva la música en el alma”, comentó Juan. Lo que Fernando valora de la cooperativa es “el compañerismo”. Además, el grupo rescató que la toma de decisiones es democrática, se dividen las tareas y se ayudan entre todos. Según De León, el grupo se ha ido interiorizando con el proceso de formalización de la cooperativa, que es bastante complejo por “el papeleo, las habilitaciones y las actas”. Se basan en la Ley de Cooperativas Sociales de 2006, que no contempla los emprendimientos de usuarios de los servicios de atención de salud mental, explicó el referente. “Falta adecuar la normativa para que estas organizaciones cooperativas puedan funcionar de manera más fluida”, agregó. Sobre la posibilidad de que sus integrantes dependan económicamente de los productos que comercialicen, De León opinó que éstos serán un complemento de la pensión por discapacidad que cada uno tiene. Sin embargo, Gabriel confía en que en un futuro podrán vivir de esto.