En los últimos días causaron un importante revuelo algunas declaraciones del alcalde del Municipio E de Montevideo, Francisco Platero. En concreto, en el programa radial En perspectiva el alcalde manifestó que la desigualdad social debería entenderse partiendo de la base de que “las personas somos genéticamente distintas, [y] aunque estuviéramos todos en igualdad de condiciones las diferencias volverían a salir”. También justificó sus dichos apelando a la parábola bíblica de los talentos, haciendo una interpretación literal que más de un teólogo podría escuchar con sorpresa.

Estas declaraciones suscitaron una ola de críticas de muy diverso origen, que fundamentalmente pretendieron poner en cuestión la relación entre genética y desigualdad postulada por Platero. Quizá por efecto de estas críticas, el alcalde sintió la necesidad de aclarar el sentido de sus palabras, saliendo nuevamente a hacer declaraciones públicas. Leo en Montevideo Portal que Platero aclara: “Cuando yo hablo de integrar, hablo de mejorar, hablo de tratar de igualar pero para arriba, no está dentro de mi intención decir ‘vamos a sacarle a éste para darle a aquél’. Porque aparte no creo que resolver el problema de los asentamientos sea solamente un tema de darles algo; hay gente que lleva ahí [...] años de vivir de la misma forma, sin responsabilidades, sin trabajo, sin estudio, sin nada”.

Sobre estas expresiones cabría apelar al refrán popular, “no aclare que oscurece”, alcalde. De todos modos, como aporte a lo que creo que debe ser una puesta en discusión de ciertos planteos que muchas veces circulan desde un supuesto “sentido común”, me inclino a sugerir a los lectores unos breves comentarios.

El alcalde del Municipio E confunde la diferencia (que es un derecho) con la desigualdad (que da cuenta de derechos no gozados). Desde allí sostiene que somos desiguales porque somos diferentes. Es un argumento muy comúnmente escuchado en exponentes de la derecha política, que pretende naturalizar la desigualdad haciéndola pasar como un diferencia.

Ante esta ofensiva de naturalización de las desigualdades sociales, es necesario contraponer la afirmación de que todos tenemos derecho a ser diferentes en opciones, gozando -a la vez- de los mismos derechos. La desigualdad va contra la posibilidad de ser. Por eso uno de nuestros más grandes filósofos y educadores populares, José Luis Rebellato, sostenía que igualdad significa “generar las condiciones para el florecimiento de las diferencias”.

En tiempos en que se escucha con insistente repiqueteo un discurso que sostiene que las ideologías han muerto, que ya no hay derecha ni izquierda y que los problemas públicos se resuelven con gestión y no con política, el alcalde Platero nos ofrece una formidable lección en el sentido de que las ideologías gozan de muy buena salud. Su curiosa, pero no por ello novedosa, relación entre desigualdad social y genética lo expone con toda claridad.

La paradoja en todo este asunto reside en que, durante la campaña electoral previa a las elecciones municipales, los partidos que sostuvieron precisamente la candidatura de Platero insistieron en que lo que estábamos dirimiendo no era un tema político sino uno de gestión. Paradoja: en sus primeras declaraciones públicas el alcalde nos ofrece una dosis de ideología en estado puro.