La cárcel Nº 5 queda al oeste de Montevideo, donde el barrio Colón se termina y la ciudad empieza a dejar de ser ciudad. Lo primero que se ve desde la avenida Garzón son las torres y, más cerca, los alambrados y los rulos de alambre de púas. Una vez adentro, se escucha la cumbia que se cuela entre los barrotes de las ventanas, de donde cuelgan también ropa mojada y cortinas. Pero el bullicio más grande viene del cuarto de los cinco pisos, donde las reclusas que integran el colectivo Está Sonando preparan maquillaje y afinan tambores. En un costado del salón hay un cuadro de dos metros de alto pintado como la fachada de un conventillo de la calle Ansina que formará parte de la escenografía de la comparsa Integración, de Barrio Sur, que este febrero participará en el Concurso Oficial de Llamadas.

El panorama inusual de ayer en la cárcel de Colón, que aloja a 360 reclusas, se debía al lanzamiento del programa Rehabilitándonos en el Carnaval, que funciona desde 2012 en varias unidades del país y que en años anteriores incluyó la confección de carros alegóricos y vestimenta hechos con materiales que donó Emaús. “La construcción de escenografía moviliza muchas cosas: el trabajo en equipo, compartir opiniones”, valoró Mónica Molina, psicóloga y subdirectora técnica del penal. Leticia Salazar, la directora del establecimiento, contó que el programa es uno más en un gran número de actividades: deportes, talleres de manualidades y de carpintería, pero también trabajos de limpieza y cocina, por los que les pagan un sueldo que va a parar en 60% a los familiares y 40% a un fondo del Instituto Nacional de Rehabilitación (INR) que se les entrega a las presas cuando salen.

En el salón grande, tres reclusas hacen sonar un chico, un piano y un repique, mientras otras diez bailan. Algunas se mueven al ritmo y otras le erran, pero la que lleva la batuta las va corrigiendo. “Soy candombera de toda la vida”, explica ella, Marianela, que además de ordenar el baile se encargó de que sus compañeras mantuvieran la conducta. “Si hacemos relajo nos estamos cerrando las puertas”, dice, con brillantina en la cara, parte del maquillaje que las reclusas idearon y que incluye dibujos de grietas de pared, con ladrillos a la vista, en los cachetes de algunas. Marianela es una reclusa activa: participó en el programa Barrido Otoñal y se recibió de la carrera de Refrigeración de la UTU con 7 de promedio. “No le deseo a nadie estar en la cárcel, pero acá tenés más tiempo para estudiar. Yo terminé la escuela y nunca imaginé que fuera a hacer una carrera acá adentro, en vez de estar acostada las 24 horas del día. Con estos talleres liberás la cabeza, y además te juntás con gente de otros pisos”, dice; la cárcel está separada en tres niveles de seguridad, desde el máximo -donde están la mitad de las presas- hasta el de mayor confianza, en el que hay mayores libertades para participar en tareas y talleres. “Vienen de diferentes lados, con diferentes historias y delitos, pero aprenden que se puede lograr un trabajo en equipo”, valora la directora del penal.

John Texeira es el educador a cargo del taller. Trabajó en escenografía para varias comparsas y en el Museo del Carnaval, pero además estuvo preso en la dictadura. “Me pareció bueno volver y devolver algo a las presas”, cuenta. Desde 2006 da talleres en varias cárceles, y eligió el carnaval porque nuclea diversas disciplinas: música, costura, carpintería, baile, herrería, electricidad, artesanías. El plan de este año era hacer otra vez un carro alegórico, pero no llegaron a conseguir materiales: John cree que se precisa mucho más que las donaciones de Emaús, y que los vecinos y las empresas privadas podrían tener una participación mucho mayor.

La directora de la cárcel opina en esa dirección. Cuenta que el presupuesto no alcanza y que se necesitan donaciones de todo tipo: madera para el taller de carpintería que funciona en el subsuelo, materiales de limpieza, pintura y artefactos para la cocina, que está sacando 1.200 platos de comida por día con el trabajo de diez operadores, 50 reclusas y con el horno roto.

El patio es una fiesta. La comparsa Integración llena el predio de tambores, gramilleros, mamas viejas. Presas, operadores, jerarcas, policías, psicólogos y enfermeros miran de cerca, disimulando en grados distintos las ganas de moverse. Pero los tambores se apagan y las reclusas vuelven a sus celdas, cada una a su piso, a su nivel de seguridad.

Pronto, en el correr del año, la unidad El Molino se va a transportar al mismo predio, al ala que hoy ocupan los salones dedicados a los talleres. Cuando se terminen las reparaciones tendrá su propia área de ingreso, su propio personal, su propia seguridad externa. La idea no conforma a algunos de los operadores, pero la presentación del programa candombero dejó un buen ambiente en el aire. La escenografía se va a poder ver el 26 de enero cuando Integración se presente en el Teatro de Verano.