Bianca tiene cuatro años. En el umbral de su cuarto, como si dijera cualquier otra cosa, dice:
–Yo tengo tres papás.
Los nombra:
–Son Guille, César y Álvaro… que está en la cárcel.
Tres años antes de decir esto, desenvuelta, en el umbral de su habitación, Bianca –que en realidad tiene otro nombre– estuvo bajo riesgo de muerte, internada durante cuatro meses en el hospital Pereira Rossell. Ahora vive en una casa con un jardín, con una casita de madera, hamacas, y juguetes desparramados en el arenero. Su cuarto está colmado de detalles: pegotines, cuadros enmarcados que ella misma pintó. Sobre su cama hay una cartelera donde aparece un despliegue de fotografías de Bianca, Guille y César en la playa, en un cumpleaños, montando a caballo.
Bianca se ríe y pide y reclama y dice “papá César” y dice “papá Guille”. Sin embargo, legalmente no es hija de ellos. Para la ley es hija legal de una mamá muy joven y de un padre que cayó preso y que, por el momento, sólo la vio en fotografías. Bianca llegó a esta pareja por medio del programa del Instituto del Niño y el Adolescente del Uruguay (INAU) Familia Amiga, diseñado para que familias interesadas cuiden a niños de forma transitoria mientras su familia de origen no puede hacerse cargo de ellos. De todas formas, en este caso, y por disposición del juez, se consideró mejor que la niña continuara con ellos. Legalmente, ellos son sus cuidadores, aunque, con certeza, no saben hasta cuándo.
Guillermo –biólogo– y César –decorador de interiores– están en pareja desde hace seis años. Viven con Bianca desde hace tres. Hace un año se casaron. Entre los cientos de fotos del casamiento, hay una que registró el momento en que entraron al salón: aparecen los dos de traje y en el medio, de la mano de ambos, está Bianca, sonriendo, impecable, vestida de blanco. “Ella decía que era el casamiento de nosotros. De los tres”, recuerdan ahora.
César trae algo en sus manos. “Esta carpetita se la hicimos cuando estaba en nivel 2. Fue la primera historia de ella, porque en el colegio se la pedían. En ese momento hacía unos meses que vivía con nosotros”. César y Guillermo dibujaron, pegaron fotos, escribieron los nombres de cada integrante de la familia. Aparecen ellos, pero también la familia biológica de Bianca. En todo momento, dicen, intentaron apoyar el vínculo de la niña con su madre, con su bisabuela y con su hermana, un año más grande. Hablan por teléfono, se ven de vez en cuando.
Un día, poco antes de su cumpleaños, Bianca les dijo que quería invitar a su mamá y a su hermana a su fiesta, que quería tener una foto de toda la familia. Ahora, en su casa, la foto está enmarcada. “Esta foto es muy importante para ella, porque ve que sus familias no están en contraposición, sino todo lo contrario. Eso habla bien de ellos, también. Ellos nos han aceptado pila, es como si tuviéramos una buena relación de padres divorciados”, asegura Guillermo.
Como familia nunca se sintieron discriminados. Nadie les demostró desacuerdo con respecto a lo que estaban haciendo. “Nadie ha osado decírmelo; si alguien lo hace, tenés cientos de argumentos”, dice Guillermo. “De hecho, Bianquita tiene su papá y su mamá heterosexuales y con esa familia casi se muere. Es drástico, pero es así. El papá nunca la conoció, a la mamá se le fue de las manos la situación, y por algo la Justicia se la sacó. Esa utopía de que haya un papá, una mamá y que vivan todos en armonía no es la realidad de la familia uruguaya. Es utopía versus realidad”.
Cuando Bianca empezó la escuela, Guillermo no conocía a las demás familias. Sin embargo, sabía que la clave estaba en no esconder quiénes eran: “Yo llegué y dije: ‘Yo soy Guillermo, tengo mi pareja gay, estamos cuidando a esta nena que es del INAU. Ésta es nuestra familia’. Ésa es la carta de presentación, para que no se preste ni al cuchicheo. Planteás las bases bien sólidas para la crianza de la nena. Los nenes comentan y preguntan por qué tiene dos padres. Bianca y los papás se lo explican. También es un acto político de evangelizar, de generar tolerancia”.
Legalmente existe la posibilidad de que, si la familia de Bianca puede volver a cuidarla, deje de vivir con ellos. César dice que, de todas formas, la experiencia de estar con la niña la viven desde la felicidad: “No hay que vivir con esa angustia, sino con una proyección de futuro positiva, pensando que si vamos a estar juntos, vamos a apoyarnos entre nosotros para darle a ella lo más que podamos”.
César y Guillermo dicen que, más allá de las futuras decisiones de los jueces, Bianca mejoró cada día que estuvo con ellos. La consideran y la tratan, todo el tiempo, como a su propia hija. Después de todo, son conscientes de cuál hubiera sido el escenario alternativo: que estuviera en un hogar y no con ellos, que estuviera en un hogar y no en su cuarto, con su cartelera de fotos, aferrada a sus muñecas o riéndose en las hamacas del frente.
¿Qué es una familia?
Hasta hace algunos años, asumirse homosexual y formar una familia parecían ser caminos contrapuestos. Antes los homosexuales no tenían, ni siquiera, la posibilidad de plantearse algo así. Hoy en día existen distintas alternativas para que parejas del mismo sexo puedan formar una familia. Dependiendo de si son hombres o mujeres, podrán alquilar un vientre, recurrir a la fertilización artificial o incluso conseguir un hijo por medio de una relación heterosexual. Otra opción es recurrir a la adopción.
En el pasado, las personas homosexuales podían adoptar legalmente, pero sólo presentándose de forma individual. Hoy en día, tienen los mismos derechos que las parejas heterosexuales. En este tema Uruguay es un país de vanguardia: en 2009 se convirtió en el primero de América Latina en aprobar la adopción homoparental. Actualmente, los países que permiten la adopción conjunta de parejas del mismo sexo son menos de 30. El precursor fue Holanda, en el año 2000. Desde 2009, por la Ley 18.590 sobre adopción, todos los ciudadanos se encuentran en igualdad de condiciones, sin que importe su identidad sexual. Se prioriza el bienestar del niño, más allá de que el adoptante sea una persona soltera, una pareja de hombre y mujer o una pareja del mismo sexo.
En Uruguay las adopciones, ya sean nacionales o internacionales, sólo se pueden realizar por intermedio del Departamento de Adopciones del INAU. Actualmente existen más de 5.500 niños y adolescentes que viven en hogares o familias de acogida. Sin embargo, los niños que están en condición de ser adoptados son poco más de 100. Esto quiere decir que su familia sufrió una ruptura o un desgaste grave que impide que los pueda cuidar, incluso en un futuro cercano.
Beatriz Scarone es directora, desde hace 13 años, del Departamento de Adopciones. Remarca que existen dos aspectos fundamentales para evaluar a las familias que quieren adoptar. Por un lado, deben aceptar el origen diferente del niño, ya que esto es clave para que el adoptado pueda desarrollar su identidad. Por otro lado, las familias deben demostrar capacidad de cuidar a ese niño.
El proceso de adopción, que suele ser largo y extenuante, es, a grandes rasgos, así: primero las parejas concurren a una entrevista informativa; luego, si lo deciden, se inscriben para iniciar el proceso de adopción y participar en talleres de prevaloración con los equipos del INAU; el siguiente paso es concretar entrevistas de evaluación y, si el resultado es positivo, las parejas ingresan al Registro Único de Aspirantes. Antes de que un niño se integre a una nueva familia se realizan talleres de preparación y, una vez que el niño está en su nueva casa, se hace un seguimiento a la tenencia provisoria que, un año después, suele convertirse en adopción.
Durante 2009 y 2010 el Departamento de Adopciones recibió
consultas telefónicas de parejas del mismo sexo, pero recién en 2013 familias homoparentales comenzaron con el proceso de adopción. Entre 2013 y 2015 se anotaron ocho parejas, mayormente de varones, que todavía continúan el proceso de adoptar un niño. La mayoría de esas parejas ya pasaron por los talleres iniciales de prevaloración y esperan ser evaluadas por los equi- pos técnicos.
Ante la posibilidad de que ciertos prejuicios sobre los modelos de familia se cuelen en las evaluaciones de estas parejas, Scarone explica que el trabajo en equipo ayudaría a detectar eventuales situaciones de este estilo. Menciona también la importancia de la supervisión externa que reciben, y además confía en el criterio del propio profesional para hacerse a un lado en aquellos casos que le cueste manejar.
Los modelos de familia tradicionales no sólo excluyen a las parejas del mismo sexo: también, en cierta forma, dejan afuera a las personas solteras interesadas en adoptar. Scarone se pregunta respecto de la visión de la sociedad: “¿Qué es lo que estamos viendo? ¿Estamos viendo capacidad de cuidado o estamos poniendo preconceptos en relación con los modelos?”.
En Uruguay existen casos de tenencias compartidas por parejas del mismo sexo o de adopciones por parte del cónyuge (esto ocurre cuando una persona adopta el hijo de su pareja). Sin embargo, aún no se ha concretado una adopción homoparental de un niño del INAU.
Michelle Suárez, doctora en Derecho y Ciencias Sociales, teoriza sobre por qué la cifra de parejas que se presentan a adoptar aún es limitada: “El empoderamiento de los derechos es un proceso que va en paralelo a la aprobación de normas y que tiene sus propios tiempos. Una cosa es que esté el derecho y otra cosa es que las personas se empoderen”. Con respecto a los argumentos en contra de este tipo de familias diversas, opina: “Los argumentos medianamente racionales caen. Lo que nos queda es, en el mejor de los casos, el miedo: el miedo a algo que durante mucho tiempo se trató de mantener bajo la alfombra y que ahora se convirtió en derecho. Y en los peores de los casos, queda una verdadera enfermedad: la homofobia”.
Quienes se oponen a la adopción homoparental plantean varios argumentos. En muchos casos, hacen alusión a motivos de origen religioso. Consideran que tener padres del mismo sexo no es un hecho natural y subrayan la importancia del rol femenino y masculino para el desarrollo psicológico del niño. Están también quienes asumen que los niños que crecen con padres del mismo sexo tienen una predisposición mayor a desarrollar tendencias homosexuales. Otros, en la televisión, en los bares, en los comentarios de internet, expresan su indignación ante la posibilidad de que los niños puedan utilizarse como instrumento para reivindicar derechos de la colectividad homosexual. Otros hablan de la crisis de la familia, de la muerte de un modelo.
Si bien la percepción general es que la aceptación social hacia la adopción de parejas homosexuales ha aumentado, hace años que no hay datos al respecto. Por otra parte, la producción académica en torno a este tema es escasa en Uruguay. Sin embargo, en el resto del mundo, las investigaciones han demostrado que no existe relación entre la orientación sexual de los padres y el desarrollo psicológico del niño. Por el momento no se han encontrado diferencias decisivas entre niños criados en familias heterosexuales y aquellos que lo hicieron en familias homosexuales. En todo caso, los hijos de parejas homoparentales parecen mostrarse más tolerantes ante lo diferente.
Según datos de 2011 del Instituto Nacional de Estadística, sólo una minoría de los hogares uruguayos se adecua al modelo de familia tipo: hay únicamente 28,3% de hogares biparentales con hijos de ambos padres.
Hoy en día, los homosexuales que tienen la posibilidad de criar a un niño suelen ser más cuestionados que sus pares heterosexuales respecto de su capacidad de ser buenos padres. De fondo, está una serie de preguntas: ¿qué es ser un buen padre o una buena madre?; ¿influye la orientación sexual en la capacidad de criar, de querer, de cuidar a un niño?
Madre no hay una sola
Desde hace siete años, Valeria Rubino vive con su compañera y con la hija de ella, ya preadolescente. “No vivís igual que otras familias, porque tenés que pensar cosas que los demás no piensan. Cuando hace amigas nuevas, vos siempre pensás “qué van a decir”, “qué van a pensar los papás”; siempre estás alerta respecto de esas cosas”.
Valeria, integrante del colectivo Ovejas Negras y trabajadora social, destaca una diferencia clave de la sociedad uruguaya con respecto a otras: en Uruguay, el peso de la religión no es demasiado fuerte. Considera que, en general, nadie se opone a la conquista de nuevos derechos. De todas formas, cree que aún hoy, una pareja del mismo sexo suele ser considerada una rareza, y dice también que, al fin y al cabo, luchar contra la discriminación es luchar por el derecho a la indiferencia.
Ante la pregunta de si un niño con una familia menos tradicional va a ser más discriminado, responde: “Puede que sí y puede que no. En la escuela, venir de un hogar del INAU es peor. Te lo digo porque convivo con una niña que hizo la escuela pública y que tuvo compañeritos de un hogar. No sufrió bullying basado en que tuviera dos mamás y, sin embargo, sus compañeritos que venían del hogar sufrieron una serie enorme de discriminaciones, con las que tratamos de lidiar nosotros y ella”.
También pone en cuestión al único modelo de familia que se presenta en el jardín, la escuela y el liceo. Nombra el caso más cercano: el de la niña que vive en su casa. “Es una gurisa que todo el mundo sabe que tiene dos mamás, y nadie, durante su escolaridad, habló de familias diversas. Jamás”.
Es consciente de que se precisarán varias generaciones para que las parejas del mismo sexo se asuman, verdaderamente, en igualdad de condiciones que las heterosexuales. “Lo mejor es vivirlo con orgullo, con felicidad, como cualquier familia, pero eso es un ejercicio. Dejar de lado el miedo es un ejercicio cotidiano, y con los hijos te da miedo todo. Eso le pasa a todo el mundo que tenga hijos, pero [en el caso de los homosexuales] en esos miedos pesan todas esas cosas que te metieron toda la vida en la cabeza, de que había algo que estaba mal en vos”.
Camilo, 19 años después
Un día de 1996, un hombre que trabajaba para Rubén y Mario -que en ese entonces tenían 39 y 35 años- les contó que había dejado embarazada a una mujer. Les confesó, también, que no pensaban quedarse con ese hijo. Sin haberlo imaginado, sin haberse preparado para algo así, Rubén y Mario decidieron hacerse cargo del niño. Una mañana, meses después, esperaban en el hospital el nacimiento de Camilo. Desde allí lo llevaron a su casa, donde el abogado comenzó a hacer los primeros papeles. “Nosotros podíamos haber ido y haberlo anotarlo como hijo mío, pero queríamos hacer todo de ley”, cuenta Rubén.
Hoy en día, ambos tienen una clínica veterinaria en su casa, en la ciudad de Mercedes, donde perros propios y ajenos se alborotan en el patio. Hace 24 años que están en pareja, y se casaron el primer día que se habilitó el casamiento igualitario en Uruguay, en agosto de 2013.
Siempre fueron cuidadosos: para asegurarse de que todo iba bien, al año y medio llevaron a Camilo a Estados Unidos para hacerle una evaluación psicológica. Aseguran que los resultados fueron excelentes. Cuando empezó la pubertad también quisieron evaluarlo: contrataron a un psicólogo que trabajó con Camilo durante meses. El resultado también fue positivo. Mario y Rubén siempre sintieron que su vida era un examen permanente, sabían que siempre eran observados. “Hoy tenemos el orgullo y la dignidad de tener respuestas para todos aquellos que auguraban catástrofes maritales, niños monstruosos y pervertidos, cosas de ésas”, resume Rubén.
Después de dos años de tenencia -la madre lo podía reclamar durante ese período-, Rubén pudo adoptar a Camilo de forma individual. El tiempo pasó, y en 2009, aprovechando la ley de la unión concubinaria, pidieron la adopción conjunta. Sin embargo, la jueza de Mercedes entendió que los legisladores no eran lo suficientemente claros en la redacción de la ley y que ella no podía fallar a favor. Ellos apelaron y, tiempo después, el Tribunal de Apelaciones de Familia emitió un fallo favorable, por unanimidad. Hoy aseguran que todos esos trámites no los hacían por ellos, sino por él. Ahora Camilo es un hijo legítimo. Antes de eso, entre Mario y él no existía un vínculo legal. “Yo tengo la jubilación profesional, que es la mejor. Si me moría él no cobraba un peso, porque no era nada mío”, dice Mario. “Yo me moría antes de que cumpliera los 18 y era como un extraño más, pero ahora tiene todos los derechos de un hijo”.
En una ciudad del interior, como Mercedes, todos conocían la situación de esta familia. En la escuela siempre se presentaron como los padres de Camilo. “Nosotros le pudimos haber dado mucho en lo económico, pero muchísimo más en amor, porque le dimos nuestro tiempo, nuestra presencia permanente. Hasta ahora estamos cuidando de todos los detalles de su vida, tratando de hacérsela lo más fácil posible y acompañando todas las acciones que va eligiendo”, asegura Rubén.
A Camilo -19 años, ojos verdes- no le interesa responder preguntas que no sabe cómo responder: si le hubiera gustado tener una familia más tradicional, si llegó a imaginar cómo hubiera sido su vida con una madre. “Yo crecí con ellos dos y para mí era normal. Todos mis amigos siempre eran ‘mamá, papá’ y yo ‘papá, papá’. Es lo que me tocó”, dice, y luego agrega que nunca se sintió discriminado. “Eso es lo que todos piensan, pero a mí no me dijeron nada en la escuela, ni cuando estaba en el jardín. Siempre me trataron como un niño más”, sostiene. Actualmente Camilo estudia en la Escuela Naval y está de novio, desde hace más de dos años, con una chica.
Antes de ese día de 1996, Rubén y Mario nunca hubieran sospechado lo que se venía: un niño desconocido que se convertiría, sin buscarlo, en su hijo, que llevaría, contra todos los pronósticos, el apellido de los dos. En ese entonces no podían sospechar que una familia -la de ellos- podía tomar esa forma. “No me lo imaginé. Nunca pensé que íbamos a lograr algo tan original”, concluye Mario.