La economía se basa en el estudio del transporte de energía necesario para satisfacer las necesidades humanas. Explora la relación entre los seres humanos y el medio del que forman parte que les permita subsistir bajo las condiciones prescritas por las leyes que dicta la naturaleza. Con este fin se hace necesario saber cómo es el funcionamiento de dichas leyes. Mediante el “ensayo y error” el ser humano va descubriendo los complicados mecanismos de ese funcionamiento y, en forma simplificada, forma un modelo que le sirva para prever los resultados a obtener de una interacción entre él y un objeto de sus alrededores. La repetición de estas interacciones y la constatación de los resultados obtenidos en la práctica le permiten constatar la veracidad del modelo y sus límites de aplicación.
Una de las ramas de la ciencia que busca comprender el funcionamiento del universo por medio de dichos modelos es la física. Veamos a qué resultados llega:
El contenido energético del universo es constante.
Todo intercambio energético que conduzca a un trabajo tiene una eficiencia menor que 1. Es decir que el valor energético equivalente al trabajo realizado es siempre menor que la energía “utilizada” para ello.
La diferencia entre la energía intercambiada y la del trabajo obtenido es la entropía, un tipo de energía de “menor calidad” cuyo último escalón es el calor.
Los intercambios energéticos sólo son posibles si existe un potencial que actúe por la existencia de una diferencia en los valores de una variable relacionada con aquel. Por ejemplo, la temperatura para transmitir calor. Esta energía es la que necesitamos para vivir, y aquí viene el dilema de la entropía. Si siempre producimos calor, llegará un momento en que la temperatura se hará uniforme y, por tanto, no podrá ser transferida (no hay diferencia de temperaturas). Esto significa la muerte.
Lo anterior tiene varias consecuencias:
Para minimizar el inevitable efecto destructivo de los intercambios energéticos debemos ser prudentes en su ejecución. Es lo que vox populi se conoce como “ahorrar energía”.
En virtud de que para poder subsistir debemos recuperar la energía invertida, pero entregamos menos, quien reciba el trabajo realizado deberá pagar en exceso lo recibido. Es decir, “tomar prestada” energía de la naturaleza para poder pagar. Tomar esa energía significa disminuir posibilidades de otro intercambio y aumentar la entropía y así sucesivamente, en una cadena de “utilización de energía”.
Es claro que esto último hace que el endeudamiento por “servicios prestados” sea impagable de por sí, pero se agrava enormemente si existen acumulaciones de energía por mayor exigencia de la intercambiada en el momento del “cobro” de esta, por cuanto desestabiliza el sistema y puede llevarlo a su destrucción. Es como si en un barco todos los pasajeros se acumularan en un costado; si el peso fuera tal que el centro de gravedad se desplazara lo suficiente, el barco se hundiría irremediablemente.
Solamente intercambios energéticos equilibrados garantizan un mayor período de vida del sistema.
Llevemos esto a la “vida diaria” y, empezando por atrás, comprobaremos que si existen acumulaciones (expresadas en unidades de dinero, por ejemplo), en función de que la energía es constante, es porque en algún lugar hay un agujero faltante de energía. Es decir, un acto injusto que desequilibra el sistema. Lo contrario es la actitud solidaria de repartir justamente los bienes. Pero al igual que en las leyes de Newton, las masas más grandes atraerán a las más pequeñas hasta integrarlas en una cada vez más poderosa. La entropía producida en estos intercambios se verá reflejada por su segundo significado de desorden. La energía quitada a muchos para enriquecer a pocos desequilibrará la sociedad y es posible que conduzca a revueltas para que los muchos recuperen lo que necesitan para subsistir y para tender a devolver el sistema a una situación más equilibrada.
Esta muy breve introducción al problema sugiere inmediatamente que las conductas solidarias son las que producen un sistema más estable, y que el comportamiento a seguir debe ser el de menor acumulación de bienes y mayor ahorro. Es evidente que eso significa eliminar la producción innecesaria de bienes materiales. Lo anterior deriva en que la subsistencia de la sociedad no está ligada al aumento de la producción per se, sino al mantenimiento de un sistema cuasi estacionario para mantener ciertas condiciones de vida aceptables.
La pregunta es si la izquierda está dispuesta a un cambio histórico de este tipo, saliendo de las viejas reivindicaciones de la época de las grandes chimeneas, para comprender que estamos en una situación de riesgo inminente por exceso de producción, porque ahora ya no sólo se corre el riesgo de regalar plusvalía, sino que lo que se juega es la vida del planeta. Y esto es una cadena entrópico-física (recalentamiento global), entrópico-social (migraciones por empobrecimiento local), entrópico-política (tratados internacionales leoninos acumulativos de capitales dominantes, reforzamientos de nacionalismos fruto de frustraciones con movimientos de izquierda que gestionaron y hasta impulsaron el capitalismo y el neoliberalismo, guerras imperialistas, etcétera).
Las nuevas reivindicaciones deben estar relacionadas, entre otras, con el trabajo como derecho humano, el derecho a la educación continua, el respeto al medioambiente, un sistema democrático de gobierno con una influencia mucho mayor de las organizaciones sociales, un sistema político que rechace todo tipo de dependencia del exterior y una concepción económica de cadenas de producción que no sólo elimine intermediarios, sino que sólo juzgue el valor del trabajo realizado por el esfuerzo hecho y no por conceptos elitistas derivados de la utilización de la “educación” recibida por el actor (por ejemplo, vale mucho menos lo que hace un recolector de basura que lo que hace un médico).
Nuestra izquierda en el poder, en mi criterio, copió el método de desarrollo europeo de los años 60, con las consecuencias nefastas para el medioambiente conocidas. Para lograr capitales no sólo continuó la instalación de un régimen que benefició a capitales extranjeros con contratos leoninos (acuerdos y tratados de inversión, inversión directa, zonas francas), sino que estos sirvieron en su mayor parte para instalaciones de carácter estrictamente extractivista, que siguieron produciendo la misma dependencia que vive nuestro continente desde 1492. La crisis estadounidense y europea superentrópica colaboró trasladando capitales cuyas ganancias fáciles pudieron salir del país por razón de las leyes anteriores, sin reinversión y sin aportes a investigación y desarrollo y con la consiguiente destrucción del medioambiente que pagamos los uruguayos. En todos estos casos se produjo un microboom que favoreció a gran parte de la población, que aumentó enormemente el consumo y que ahora debe despertar, porque la calidad del trabajo no le permitió a la gran masa incrementar su experiencia en diferentes disciplinas que le sirvieran como escape a la crisis que seguiría al microboom.
No cabe duda alguna de que los cambios sociales se corresponden con un gran cambio en el sentido de solidaridad con respecto al comportamiento de gobiernos anteriores de derecha, pero para el mantenimiento de medidas que colaboren con sostener dichos cambios se necesitan ganancias que deberían provenir de inversiones para producir bienes de alta calidad, que requieran poco material natural y mayor uso de la habilidad e inteligencia y que se potencien con investigación y desarrollo, sumado a una filosofía anticonsumista y de ahorro para los períodos de crisis.
El apoyo estatal a empresas autogestionadas por sus trabajadores puede ser un gran paso al necesario reparto de bienes para mantener un estado más estable de la sociedad, al igual que el apoyo a nuestras empresas públicas como fuentes de bienestar social y, naturalmente, a la enseñanza superior en su esfuerzo por aumentar los conocimientos científicos que requiere una sociedad moderna y justa.