Sería un error pensar que todos saben lo que significa.
Hay quienes ni siquiera conocen esa sensación producida por la indignación, el dolor, el tiempo perdido; hay quienes no han escuchado sus nombres, hay quien no sabe lo que es recorrer -con la frente en alto o mirando los pies cansados, con el pecho doliendo- ese lomo tan negro, esa avenida de 4 carriles, de luces y sombras habitada de historias.
Es una marcha de silencio, de ausencias, del eco profundo de la impunidad que no deja de retumbar, de esa impunidad que nos explota en la cara cada minuto que pasa sin que se diga la verdad, sin que se repare a la víctimas.
Nada nos salva que eso no vuelva a repetirse.
¿Dónde están? Preguntaba el poeta, preguntan los familiares, preguntamos los que queremos preguntar. Pero la indiferencia de muchos es todavía la sólida hebra del dogal que se ciñe alrededor de nuestras aspiraciones de justicia.
Caminamos entre pancartas, rostros capturados en fotografías desgastadas por el tiempo y sus inclemencias, en 2015 recorrimos las calles con un otoño tibio que acompañaba cada voz que los nombraba, que los hacía presentes.
El viento acariciaba suavemente los rostros de los que estábamos, de los que nos faltan. Me da escalofrío cada nombre, cada voz que dice presente, cada suspiro que se cuela entre los pasos de los que no se cansan, de los que resisten. Siento esas palmas que no dejan de golpearse, esa fuerza colectiva que ya no impulsa lo suficiente las conciencias de quienes prometieron liberarnos del abismo de nuestro pasado reciente.
Pero la vigencia de las marchas, el paso de los años y la indiferencia ingente de algunos, nos lacera a todos. Corremos el riesgo de “banalizar el bien”, de conformarnos con salir a la calle ese día y de escuchar una y otra vez que “hay que superar los fantasmas del autoritarismo; la amenaza del exterminio”, que “se ha hecho hasta lo imposible y que las comisiones, los grupos de trabajo algún día van a funcionar”; que el Poder Judicial dejará de ser ese negador empedernido del acceso a la justicia y capaz en 10 o 20 años más logren redimirse de su pasado autoritario, de sus códigos inconfesables.
El escudo para salvarnos esta anclado en la reconstrucción de una memoria que no se traicione a sí misma, que no nos mienta, que no quiera que nos convirtamos en aves que no vuelan, valientes e ilustrados pero que meten la cabeza en el pozo para negar su historia, avestruces orientales que supieron respaldar a un gobierno que a pesar de todo no ha hecho lo suficiente.
Hoy marchamos de vuelta, con la decisión consciente de no olvidar, como demanda ética y como resistencia pero sabemos que no es suficiente.