Los argumentos de Mauro Berazategui (ver “El subsidio al pavimento”) son convincentes por ser científicamente comprobables. A lo afirmado vale la pena agregar algunas observaciones sobre la realidad del transporte ciudadano. Me he tomado el trabajo de controlar en diferentes partes de la ciudad cuántos pasajeros viajan en cada auto, para comprobar que entre 70 y 80 autos de cada 100 llevan un solo pasajero. Si suponemos ahora que el resto lleva cuatro pasajeros por vehículo, podemos calcular que necesitaríamos alrededor de 77 autos para llevar a 100 personas a destino. Esta es la cantidad que puede ser transportada por dos buses. Si cada auto mide tres metros y cada bus 15, con un metro de distancia entre autos, la cantidad de carretera utilizada es de 307 metros para los autos y 31 para los ómnibus: diez veces más. Y si calculamos la cantidad de gases de efecto invernadero llegamos a la conclusión de que en una hora de viaje los 100 autos emiten aproximadamente entre seis y siete veces la cantidad de anhídrido carbónico que emiten los dos buses.
Recuerdo que hace años, en una reunión en el Ministerio de Transporte y Obras Públicas, se planteó como un grave problema de la ciudad la presencia de tantos autos. Llamó la atención, en esa oportunidad, que el arquitecto Roberto Villarmarzo, director de Acondicionamiento Urbano de la Intendencia de Montevideo, presentara un proyecto que consistía en hacer de Avenida Italia una autopista con cinco carriles por dirección. En la discusión hice notar que dicha carretera no sólo atraería más autos al centro, sino que además dividiría la ciudad en dos partes: una de pudientes, a la orilla del río, y una de pobres, al norte. Antes de eso se había planteado la idea de poner en funcionamiento un tren por Avenida Italia, que uniera el Aeropuerto de Carrasco con Bulevar Artigas. Con el tiempo, por suerte para el primer caso y desgraciadamente para el segundo, ninguno de los proyectos se llevó a cabo.
Tiempo después, con enorme sorpresa, escuché que Fernando Nopitsch hablaba de la instalación de la carretera, aunque tuvo que aceptar que se podría discutir su utilidad. Ahora también Daniel Martínez anuncia facilidades a quien quiera construir en edificios abandonados grandes superficies para albergar automóviles particulares.
No paro de quedar admirado frente a tal sinsentido desde el punto de vista ambiental, pero es mucho peor si pensamos que existen miles de personas que viven en la periferia en condiciones infrahumanas, para las cuales se habla de integración pero no se promueve el uso de esos edificios que tienen la ventaja de la infraestructura que brinda la ciudad.
Quien pague finalmente las carreteras será Juan Pueblo. Y, por supuesto, en las horas pico se producirán embotellamientos de vehículos que impedirán el buen funcionamiento de los servicios de transporte colectivo. Claro, la excusa será que, dado que los ómnibus son tan lentos, la gente necesita un auto.