La gran mayoría de los uruguayos disfrutamos cotidianamente de nuestras costas como un espacio recreativo, y no sólo en la temporada estival. De hecho, sólo en Montevideo tenemos más de 24 kilómetros de ramblas que bordean la ciudad y que aseguran un acceso, uso y goce democrático de estos espacios para toda la ciudadanía, algo poco usual en nuestro continente.
Pero a la hora de pensar acerca del uso “productivo” que les damos, tenemos una muy pobre discusión como sociedad. Pocos son los que se detienen a pensar que allí se instalan nuestras principales plataformas portuarias que, día a día, los 365 días del año, las 24 horas, son protagonistas de la inserción del Uruguay en el comercio mundial y, por tanto, de nuestro desarrollo económico como país.
De acuerdo a la Organización Mundial del Comercio, las cifras de las últimas dos décadas permiten señalar la estrecha relación existente entre el Producto Interno Bruto (PIB) mundial y el comercio global de mercancías. Según el Instituto Nacional de Logística, “en las últimas dos décadas el comercio mundial ha aumentado su participación en el valor del PIB, pasando de 20% en 1995 a 30% en 2014”.
Sabido es, además, que el 90% del comercio internacional se desarrolla por la vía marítima, por tanto, hablar y discutir sobre el avance de nuestro sistema portuario es también hablar de nuestra estrategia de desarrollo y de nuestro proyecto país, y de cómo nos insertamos, inteligentemente, o no, en la región y en el mundo.
Precisamente en el día de hoy se cumplen 100 años de la aprobación de la ley por la que se creó la Administración Nacional del Puerto de Montevideo, que una década y media más tarde se transformaría en la actual Administración Nacional de Puertos (ANP). Hablar de la ANP es referirse también al Puerto de Montevideo, a su proceso de modernización, a nuestra propia historia e identidad como país, en fin, a nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro. Porque las instituciones, en definitiva, son hijas de sus tiempos.
El proceso de modernización del puerto de Montevideo, cuya obra comenzó en 1901 y culminó en 1909, y su posterior estatización, no fueron hechos aislados en el Uruguay de aquella época, sino que se enmarcaron en un proyecto político con una visión nacionalista, estatista y de futuro mucho más amplia, que incluyó cambios en la esfera social, política y económica.
Sin entrar en un análisis minucioso del proyecto batllista y de las reformas implementadas, que no es lo central de esta reflexión, no podíamos obviar esta mención, por el gran legado histórico que nos dejó. Y, sobre todo, no podemos obviar esa visión de un país a futuro, sobre la que se construyó aquel modelo, porque una parte importante de nuestro patrimonio institucional actual comenzó a forjarse en aquellos años, y tampoco resultó tan sencillo construir los consensos y voluntades políticas para la ejecución de ese proyecto a largo plazo.
Pensar hoy en un proyecto país y en los desafíos de la ANP para los próximos 100 años está necesariamente relacionado con la inserción productiva y comercial en un mundo cada vez más globalizado. Por tanto, necesariamente debe ir atado al desarrollo de las diferentes plataformas marítimas del Uruguay, aprovechando las ventajas que nos ofrece la estratégica ubicación geográfica de nuestro país, que lo coloca como el centro logístico de distribución por naturaleza de la región.
Cabe destacar que solamente los países que integran el Mercosur representan más de 70% del territorio de América del Sur y albergan a 70% de su población. El bloque se ubica como la quinta potencia económica mundial, es uno de los mayores productores agrícolas y el primer productor mundial de carne bovina y posee más de 20% de las reservas petroleras. Además, dentro de su territorio se encuentran las tres principales cuencas hidrográficas de América del Sur: Del Plata, Amazonia y Orinoco. Sin dudas tenemos una gran deuda histórica en el desarrollo de las vías navegables al interior de nuestro continente.
Trabajar en este sentido se hace necesario si pensamos en aumentar el comercio intrarregional, en profundizar la integración y en aumentar la competitividad de un bloque que, como señalamos, cuenta con todo lo necesario para hacerlo. El desarrollo de la hidrovía Paraná-Paraguay, de la que nuestras costas aparecen como punto clave de salida, necesariamente debe estar presente con fuerza en la agenda regional de desarrollo.
Por otra parte, nuestro país es un país pequeño, con una potencial producción agrícola-ganadera que supera ampliamente su escaso mercado interno. El desarrollo de un Uruguay productivo está íntimamente ligado con el desarrollo de nuevos mercados internacionales y con las oportunidades que brinda un mundo en franca expansión demográfica para un país productor de alimentos. Sin duda que la visita del presidente Tabaré Vazquez a China, programada para los próximos días, tiene que ver con esta idea.
Pensar en el Uruguay del futuro implica ampliar nuestra mirada en el horizonte y tomar decisiones hoy, pensando también en el mañana. Y es en este sentido que, de alguna manera, se vuelven a reeditar las mismas discusiones de hace 100 años en torno a nuestro sistema portuario.
Si bien resulta de vital importancia modernizar las actuales instalaciones, y el puerto de Montevideo entre ellas, no podemos abandonar la discusión en torno a la construcción del Puerto de Aguas Profundas en las costas oceánicas de Rocha. No sólo para atender las necesidades productivas nacionales del hoy, que sin duda son cada vez más amplias y a las que cada vez nos va a costar más dar respuesta desde nuestro principal puerto, sino para animarnos nosotros también a pensar con una mirada estratégica hacia los próximos 100 años, como se atrevieron a pensar y soñar los que hace 100 años eran catalogados de aventureros.