Hay que reconocer que la renuncia de Raúl Sendic dejó un vacío importante en la cantera de temas urticantes, y no está resultando fácil mantener el indignómetro en rojo. No es que falten mezquindades ni injusticias en el mundo, pero para que la indignación valga la pena y el fuego se extienda por las praderas no hay nada como pescar en el balde de la política. En esta oportunidad le tocó arder a la diputada salteña Manuela Mutti, que tuvo la desgracia de tentarse mientras leía en sala una propuesta de la Comisión de Educación y Cultura para que la escuela 105 de Salto tomara el nombre del ingeniero civil Pedro Benito Solari. Seguramente ya todos han visto una y otra vez la secuencia de imágenes: la diputada está leyendo, se equivoca en una palabra, se ríe por el error y ya no puede detenerse. Nada que no le haya pasado a cualquier persona y que no forme parte de los miedos con los que carga cualquier tímido que tenga que hablar en público. Sin embargo, la risa de Mutti se transformó en tema durante varios días, y la andanada de disparates llegó a extremos como el del inefable pastor Jorge Márquez, que disparó en su cuenta de Twitter que la salteña había ido drogada al Parlamento. El pastor se disculpó por la misma vía poco rato después, pero ya el daño estaba hecho: el video de Youtube que registra el ataque de risa de Mutti dice en su descripción “La diputada del Frente Amplio Manuela Mutti - MPP (partido del ex presidente José Mujica) sufre ataque de risa luego de presuntamente haber fumado marihuana en el Parlamento de Uruguay”.

Un detalle curioso de todo este asunto es que la indignación por lo que algunos consideraron un comportamiento irreverente de la diputada encontró su mejor expresión en la mención al salario que cobra por el cargo que ocupa. Es que nadie quiere quedar como un amargo por andar reclamando solemnidad, así que rápidamente apareció el punto de legitimación para tanto enojo: ¡le pagamos casi 15.000 dólares por mes y no puede leer un texto sin reírse!

No voy a repasar acá los adjetivos que fueron usados para describir a Mutti, los diagnósticos espontáneos que aparecieron a partir de su error al leer “conchilla” en lugar de “cochinilla”, la violencia inaudita con que se abordó un hecho tan sin importancia como un ataque de risa. Lo que me interesa es destacar que, en este mundo tan falto de certezas en común, siempre podemos confiar en los salarios de los servidores públicos. Es lo que Mutti gana como diputada lo que nos da derecho a burlarnos de su tentación, lo que nos habilita a exhibirla en las redes, a acusarla de estar drogada, a desmerecer su trabajo político y a poner en duda su capacidad para el ejercicio del cargo (que es electivo, por cierto).

Llegado este punto, quiero ser cuidadosa. Lo que estoy diciendo es que no siempre podemos indignarnos masivamente por cuestiones injustas. Ya no es tan claro que esté mal, por ejemplo, explotar a las trabajadoras domésticas o a los peones rurales. No es tan claro que la pobreza sea un problema colectivo. En materia de definiciones éticas o políticas las certezas son cada vez más escasas y los acuerdos suelen ser efímeros, así que es importante encontrar algo que a todos nos resulte comprensible y compartible. Y sí, adivinaron: el valor universal común es el dinero, y lo único que nos hermana sin género de duda es la sensación penosa de ser los pichiruchis que pagan de su bolsillo la buena vida ajena. Y tan limitada es nuestra voluntad de comprender el funcionamiento de la economía capitalista que estamos dispuestos a no pensar que le pagamos el sueldo, por ejemplo, al gerente de Coca-Cola, pero sentimos que sale de nuestros bolsillos cada céntimo que va a parar a un salario público. Usted y yo, que no pagamos más impuestos que los de puerta y los que gravan el consumo, sentimos que el sueldo de la diputada Mutti, que se ríe con desparpajo en sala, nos sale del bolsillo. Y eso, señor, señora, hace calentar a un muerto, ¿o no?

Lo peor de todo este episodio de indignación es la miseria moral y política que deja en evidencia. No sabemos muy bien quién es ni qué hace Mutti, pero sabemos que le estamos pagando un platal y ella va y se tienta.

Francamente, tanta indignación merecería mejor causa. Ese enojo podría orientarse a la injusticia y a la expoliación, y, eventualmente, podría incluso servir para cuestionar el sistema político representativo. Podríamos exigir que se conocieran todos los salarios –públicos y privados– y también la rentabilidad de las empresas, las exoneraciones tributarias, los subsidios, los premios y beneficios de todo tipo. Podríamos reclamar menos desigualdad y hasta pensar en otras formas de organizarnos. Pero no. Eso ya sería mucho esfuerzo, y nadie nos paga para hacerlo.