Edificios amplios y adaptados a las necesidades de todos, diferentes materiales para poder trabajar, juegos inclusivos, libros en braille e intérpretes para poder comunicarse mejor son algunos de los planteos que hicieron más de 120 niños que se reunieron el viernes en Durazno, para pensar cómo hacer inclusiva la educación.

Durante todo el viernes delegaciones de 22 escuelas públicas del país se reunieron en el primer Congreso Nacional de Niños y Niñas por la Educación Inclusiva, desde la mañana hasta la tarde. En cada escuela los niños habían trabajado, junto a los docentes, temas relacionados a la inclusión, los derechos, la convivencia, la participación y la autonomía, como forma de preparar el congreso. Cada escuela estuvo representada por 12 personas: siete niños –con y sin discapacidad–, maestros, directores y representantes de las familias. Las escuelas integran la Red de Escuelas y Jardines inclusivos Mandela, un programa del Consejo de Educación Inicial y Primaria (CEIP), UNICEF y el Instituto Interamericano sobre Discapacidad y Desarrollo Inclusivo (IIDI), que busca generar prácticas de convivencia en las escuelas y respalda a los docentes para que estas puedan sostener esas prácticas inclusivas.

En la mañana, los niños se dividieron en 12 subgrupos que trabajaron, con diversas técnicas y en formato de taller, sobre distintas barreras para la inclusión: por qué todos los niños tienen que ir a la escuela, cómo debería ser la escuela para que todos los niños puedan estar, convivir y aprender, cómo debería evaluarse a los niños, qué deben hacer los adultos para que los niños puedan aprender juntos, qué deben hacer los niños y qué actividades les gusta realizar junto a sus compañeros para conocerse más. Hubo obras de teatro, de títeres, narración oral, el armado de una maqueta, de un robot, y el trabajo con las emociones. Por ejemplo, uno de los grupos, que tuvo que trabajar en una maqueta colocó un elevador para que los niños con discapacidad motriz puedan meterse en la piscina, y los niños del grupo que trabajó con las emociones colocaron espejos en pequeñas cajas, según explicaron, “porque si queremos cambiar algo, tenemos que empezar por cambiar nosotros”.

Después de que cada grupo llegó a sus conclusiones, todos las compartieron en una sesión plenaria que se llevó a cabo en la tarde. En ese ámbito se votó la proclama del congreso que, entre otras cosas, asegura: “En la escuela tenemos que estar todos porque es importante para la vida”. Planteando las dificultades que implica la forma de evaluar a niños con distinto nivel de desarrollo, aseguran: “Creemos que los niños debemos ser evaluados por nuestro esfuerzo y de acuerdo a nuestras capacidades, observando los avances de cada uno, porque todos somos diferentes. Ayudándonos entre todos, con atención, paciencia, respeto y cariño, todos podemos aprender. Para ayudarnos a aprender junto a nuestros compañeros, los adultos deberían escucharnos, atendernos, hablarnos con dulzura, observarnos y ayudarnos, incluyéndonos a todos, entendiendo que somos iguales en derechos y que no hay niños ‘especiales’”, asegura el texto aprobado por los niños.

En paralelo a la actividad desarrollada por los niños, la socióloga del IIDI, Jesshie Toledo, trabajó con los familiares temas como la convivencia y la no discriminación, el bullying, la evaluación y la comunicación con el docente. Los maestros y las directoras tuvieron también un trabajo con la inspectora nacional de Educación Especial del CEIP, Carmen Castellano, y Sergio Meresman, coordinador de proyectos del IIDI. En ese marco intercambiaron experiencias que llevan adelante distintas escuelas de la Red Mandela.

Cómo avanzar

Héctor Florit, consejero del CEIP, estuvo presente durante la sesión plenaria del congreso y en el cierre del trabajo. Valoró que se haya podido reunir a delegaciones de escuelas comunes y especiales para reflexionar “sobre las barreras que tiene la inclusión”, y consideró que el sentido de este primer congreso “es ir generando espacios de muestra de que la inclusión es un camino posible, que se hace al andar”. Antes de llegar a Durazno, Florit había visitado una experiencia en Treinta y Tres, donde se encontraron niños de la escuela artística y de la escuela especial para llevar a cabo actividades musicales en conjunto. En Treinta y Tres y en Trinidad, Flores, se está trabajando para que las escuelas artísticas trabajen en conjunto con las escuelas especiales. “Obviamente que hay convenciones internacionales. Hay legislación nacional, están los derechos del niño y hay mucha reflexión, pero al final, el partido se juega si construimos espacios donde las personas compartan actividades relevantes, significativas para ellos”, señaló Florit, y consideró que “se están encontrando caminos concretos que muestran la inclusión como una experiencia que se desarrolla en las aulas, de convivencia”.

La matrícula en las escuelas especiales ha disminuido desde cerca de 9.800 estudiantes a la salida de la dictadura a cerca de 5.500 niños en la actualidad (y muchos de ellos tienen doble matrícula, van a la escuela común y también a la especial). Florit consideró que esta disminución de los “niños segregados” “no quiere decir que no haya mucho más para avanzar”, aunque opinó que “no todos los niños están en condiciones de asistir a una institución regular: la medida de la inclusión sería: tan integrado como sea posible y tan segregado como sea inevitable”.

A modo de balance, consideró importante la formación en educación inclusiva que ha promovido el CEIP para los maestros de apoyo (hubo una primera edición de un posgrado conjunto entre la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales y UNICEF, en la que se formaron 250 maestros, y se aspira a llegar a 400 con una segunda edición que se va a lanzar a mediados de noviembre), pero consideró que para “abatir el prejuicio y las resistencias, que siempre son más de los adultos que de los niños”, la mejor forma es con “actividades basadas en vivenciar la inclusión”. Reconoció que el área de la accesibilidad física de los edificios es un tema en el que la tarea “recién se inicia”. “Es un tema que nos preocupa, y queda mucho por trabajar. Baños accesibles, rampas, ubicar razonablemente los servicios generales en la planta baja en los edificios de dos plantas. Eso se viene haciendo, pero queda mucha tarea por delante”, sostuvo.

Otras de las apuestas concretas que promueven las experiencias de convivencia son las escuelas que comparten espacios. En Río Branco la escuela especial comparte el predio con un jardín de infantes, en Tranqueras están juntas una escuela especial y la escuela común, y en Colón están contiguas la escuela especial y la escuela común. En estos complejos los niños comparten actividades como algunos recreos y también algunos almuerzos o meriendas, lo que permite explorar las prácticas de convivencia.

Florit mencionó “dos grandes desafíos” en torno a la educación inclusiva: cómo fortalecer los espacios compartidos y promover la inclusión, y cómo asegurar la continuidad educativa y la inserción sociolaboral, ya que en muchos casos las personas no egresan de las escuelas especiales porque “no tienen adónde ir”.