El departamento de Extensión y Relación con el Medio de la Facultad de Química realizó una nueva presentación de su ciclo “Charlas química y sociedad”, esta vez centrada en los riesgos que conlleva la alta medicalización de los problemas sociales, sumada a la prescripción casi automática de pastillas para solucionarlo todo. Dado que en esa casa de estudios funciona la carrera de Químico Farmacéutico, lo que tiene para decir la academia merece ser escuchado. Y lo que se dijo es alarmante.

El salón de actos de la Facultad de Química estaba casi colmado, mayormente por estudiantes de la carrera y algún que otro curioso que fueron recibidos por las palabras de la decana María Torre. “El uso y abuso de los medicamentos es un tema complejo”, señaló, al tiempo que expresó su deseo de que el encuentro fuera “la semilla inicial para comenzar a hablar de este tema, que si bien se viene tratando, no se hace ni con la profundidad ni la interdisciplinariedad que amerita”. Y por si alguien estaba desatento, Torre fue bien directa: “Los químicos farmacéuticos no podemos estar ausentes de ninguna instancia en la que se definan políticas de medicamentos”.

Así planteado el tema, llegó el turno de varios expositores. Marta Vázquez, química farmacéutica y profesora titular de Biofarmacia y terapéutica, habló de la gravedad del tema: según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), 30% de los recursos de la salud son destinados a medicamentos, 50% de los cuales se recetan, dispensan o venden de forma inadecuada, y en países como Estados Unidos, donde hay un registro al respecto, los medicamentos son la tercera causa de muerte (luego de las enfermedades cardiovasculares y el cáncer). También dio datos de Cataluña, que al parecer, además de la independencia, tiene también otros problemas urgentes que atender: de 5.100 fracturas de fémur al año, 1.100 son consecuencia del abuso de omeprazol, un protector gástrico, que también presenta un consumo problemático en Uruguay. “El problema es que el omeprazol se indica pero no se retira. Y su uso crónico puede producir fracturas”, señaló Vázquez, y explicó otra de las consecuencias del mal uso de los medicamentos: “casi no hay vías de desprescripción de los medicamentos”. El estudio de los catalanes también indica que de esas 5.100 fracturas de fémur al año, otras 745 se originan en el uso de sedantes, ansiolíticos o hipnóticos, y 440 se deben al uso de antidepresivos. “Eso quiere decir que en Cataluña, y sólo hablando de fracturas de fémur, 44% tiene como causa el mal uso de un medicamento”. Vázquez advirtió sobre las fracturas en un país como el nuestro, que presenta población envejecida: “En los adultos mayores, los ansiolíticos y sedantes provocan fracturas de cadera al día siguiente”.

Presentado el panorama con los pocos datos que se tiene de países que al menos cuantifican la problemática –hay consenso sobre la falta de información de cuánto, a quiénes y cómo se medica en Uruguay–, Vázquez apuntó a lo que sería una constante durante toda la jornada: la vida se ha medicalizado, lo que resumió con la frase: “Un problema, una pastilla”. Todo se trata con medicamentos: la tristeza, la pena, la menopausia, el parto, la inquietud, la frustración, el fracaso. Y las consecuencias son “interacciones indeseadas, hospitalizaciones, falta de adherencia y mortalidad”. Por otro lado, Vázquez señaló que “muchas veces no se tiene en cuenta que la respuesta al fármaco varía por factores como la genética, la edad, la dieta, el sexo, los ritmos circadianos, entre otros”.

Juntos son dinamita

Vázquez apuntó a que hoy se produce el fenómeno de la polimedicación: pacientes que recurren a varios fármacos, que tal vez no necesiten, para enfrentar distintas situaciones. En esas instancias, las interacciones son muy relevantes. Puso ejemplos. La codeína, un analgésico bastante potente ya que el organismo lo convierte en morfina, pierde su eficacia si se lo administra junto con la fluoxetina, un antidepresivo de uso extendido. También hay medicamentos que, si se toman junto con leche o yogur, disminuyen su eficacia. La catedrática incluso alertó sobre el uso de plantas medicinales en esta era de polimedicación: se estima que 85% de los pacientes no informa al médico acerca del uso de plantas medicinales, y en los yuyos reside gran parte de la sabiduría química de la naturaleza. Un ejemplo concreto: el guaco, presente en yerbas y tés, contiene cumarina hasta en 11%. La cumarina es un anticoagulante natural. Si un paciente al que se le receta warfarina para prevenir trombos y émbolos consume mucho guaco, el efecto anticoagulante se verá aumentado en formas que el médico ignora.

Las distintas edades también presentan diferentes problemas. Los adultos mayores son especialmente vulnerables, porque en ellos coexisten múltiples patologías, lo que lleva a la polimedicación, pero también debido a prácticas hiperprescriptoras de los médicos, muchas veces llevados a complacer a los pacientes “que piensan que el médico que no les receta nada no es bueno”, y una atención fragmentada, en la que el adulto mayor consulta a diversos especialistas que les indican medicamentos sin que nadie vigile el panorama global. Por otro lado, los niños también son vulnerables: “La ritalina es usada por 15% de nuestros menores”, dijo Vázquez, que luego se preguntó si está bien pretender que los niños se adapten al sistema educativo o si no convendría más que “el sistema pedagógico sea el que se adapte a nuestros menores”. Para la farmacéutica, la respuesta es clara: “La vida no es una enfermedad. No se debe medicalizar cualquier situación. Ante un examen perdido, ante el desamor o un resfriado, no se debe recetar un ansiolítico, un antidepresivo o un antibiótico”.

Para tener en mente

Cecilia Maldonado, doctora en Química y también profesora en la Facultad, coincidió en el diagnóstico macro del problema: “Es un tema que afecta a todo el mundo. Tenemos una tendencia a ser cada vez menos tolerantes a los problemas y a pensar que la solución viene de afuera. Eso significa que no somos capaces de lidiar con una problemática nuestra, interna. E incluso lo hacemos con los problemas de los demás: recetamos ritalina porque no sabemos lidiar con nuestros niños”. Su ponencia se centró en los psicofármacos; por ejemplo, dijo que “la fluoxetina fue un antidepresivo estrella. Hoy la vedette es el citalopram, que sale de la farmacia como si fuera caramelo u omeprazol. ¿La depresión ha aumentado su prevalencia? No, lo que sucede es que se recurre a medicamentos ante cosas que deberían solucionarse por otro lado”. Señaló que la principal dificultad con los antidepresivos es que “una vez que se entra, nunca se sale. Se receta el antidepresivo pero luego nunca se desprescribe”. Y eso trae varias consecuencias: “Los antidepresivos producen riesgos cardíacos, prolongan el intervalo QT, que puede provocar arritmias, tienen consecuencias en la coagulación, hipocoagulan, producen la bajada de iones y además producen interacciones múltiples con otros medicamentos”. Por otro lado alertó: “En adolescentes, el uso de forma inadecuada de antidepresivos aumenta la tasa de suicidio. Antes de que un adolescente o un niño sea administrado con un antidepresivo, debería ser evaluado con cuidado”.

Maldonado también alertó sobre las benzodiazepinas, recetadas por sus efectos sedantes o ansiolíticos. “En adultos aumentan el riesgo de caídas. Pero el mayor problema es que provocan síndrome de abstinencia. Los pacientes que tratan de dejarlas sufren porque no les dicen cómo hacerlo”. En cuanto al metilfenidato, comercializado como ritalina, recordó que la OMS “nos tiró de las orejas porque multiplicamos por 20 la importación, de 900 gramos hasta 20 kilos”. Señaló que hay estudios recientes que indican que las personas medicadas con ritalina durante largos períodos “tienen más tendencia al uso y abuso de sustancias”. Sin embargo, se preguntó: “¿Pero eso es por el metilfenidato, o porque al niño lo estigmatizan desde pequeño, y a la larga le bajan la autoestima y por eso luego cae en consumos problemáticos?”. Para ella, las palabras del médico austríaco Iván Ilich siguen marcando el rumbo: “En los países desarrollados, la obsesión por una salud perfecta se ha convertido en el factor patógeno predominante”.

Aldo Sgaravatti, profesor adjunto del Departamento de Geriatría y Gerontología de la Facultad de Medicina, señaló que 90% de los adultos mayores consumen fármacos, y que ese consumo represente entre 40% y 50% del consumo total de fármacos mundial. Por otro lado, 30% de los ancianos se automedica. Sgaravatti advirtió de forma categórica: “La peor discriminación en nuestra sociedad es hacia la vejez. Las políticas de salud están orientadas a niños y mujeres porque dan resultados a cinco años y, casualidad, hay elecciones cada cinco años”. La charla cerró con la participación de Graciela Borthagaray, doctora en Clínica Farmacéutica, que apuntó sus baterías al peligro que enfrentamos ante el mal uso de los antibióticos: “La regla es que cuando se comienza a utilizar un antibiótico, más tarde o más temprano surgen bacterias resistentes”, dijo, y alertó: “Nos aproximamos a una era preantibiótica debido a la resistencia bacteriana”.

El futuro

Ante el problema del uso y abuso de medicamentos, hay que tomar acciones. Para Vázquez, los químicos farmacéuticos tienen que formar parte de los equipos de salud: “No nos preparamos para contar cajas y fijarnos en vencimientos. Somos los que sabemos de fármacos, de su acción e interacción. Y podemos aportar para evitar errores”. En su opinión, la solución pasa por un uso más racional de estos fármacos. Además dijo, en referencia a los antibióticos, que “la sensación es angustiante, porque estamos ante una situación de no poder contar con sustancias para enfrentar infecciones graves”. Uno se va de la charla reflexionando, y la frase “el remedio es peor que la enfermedad” le repiquetea insistentemente en la cabeza. Pero lo sé: no voy a tomar nada para que deje de hacerlo.