Finalmente, luego de un año y medio en el Parlamento, fue aprobado el miércoles el proyecto de ley integral para garantizar a las mujeres una vida libre de violencia basada en género. Un nombre largo y tal vez algo voluntarista, pero claro y descriptivo. Y aunque no faltan los que ven detrás de la norma el avance de la tiranía feminista, es necesario decir que no habría tal proyecto si no hubiera tal violencia: una violencia específica y que atraviesa todos los ámbitos de la vida en sociedad.

Pero los argumentos en contra de la ley fueron variados, y algunos deberían llamarnos la atención ya no sólo por la perspectiva conservadora a la que responden sino, y sobre todo, por la ignorancia y la incultura que dejan en evidencia. Dicho de otro modo, el Parlamento es el lugar en el que las distintas concepciones de la vida en común se ponen en debate, y también es un ámbito propicio para chicanas y trampas, para enredos retóricos y para despuntar perfilismos; eso no debería sorprendernos: el juego político partidario está hecho de esos materiales. Lo inquietante es que haya parlamentarios incapaces de comprender un texto, ignorantes de lo que es la representación o dispuestos a no considerar las leyes que no les gustan. Quien haya seguido la discusión habrá podido escuchar –entre un amplio disparatario que incluyó advertencias porque algunos ciudadanos temen que se les prohíba a los niños jugar a la pelota o a las niñas jugar con muñecas– quejas porque el texto de la ley usa palabras difíciles o “fuertes”, como patriarcado, transversal o empoderamiento. O afirmaciones sobre la mala fe de las mujeres a la hora de aconsejar a sus congéneres que abandonen el nido, o sobre las avivadas que denuncian a un pobre hombre porque tiene acento rural, entre otros casos paradigmáticos de la aparente maldad de las féminas empoderadas. También se oyó a una diputada argumentar en contra de la ley porque a ella no la representa, como si las leyes estuvieran ahí para representarla a ella, o a cualquier otra persona en particular, y no para contemplar el bien común. Y no la representa, entre otras cosas, porque admite la interrupción voluntaria del embarazo, algo que la diputada sabe que es ley, pero, explica, “yo insisto en no considerarla”.

Las jornadas de martes y miércoles fueron largas, y además de los disparates mencionados, atribuibles, supongo, a la incultura cívica de buena parte del plantel legislativo (que no es sino una muestra de la incultura cívica general, porque el Parlamento es un recorte de la sociedad), hubo también observaciones que merecen cierto detenimiento. El diputado Jorge Gandini, por ejemplo, se mostró preocupado por la creación del delito de abuso sexual. No estaba preocupado Gandini, hasta ahora, cuando la figura de abuso no existía. No se preocupó por los niños y niñas que pagaron por esa ausencia jurídica. No se preocupó nunca por las mujeres que fueron manoseadas, por las que soportaron chistes humillantes en el trabajo, por las que fueron destratadas en las comisarías. No le pareció inapropiado que la legislación contemplara el honor del padre o del marido, ni levantó la voz cuando se ignoró la voluntad de la mujer. No se mostró preocupado por la cantidad de mujeres asesinadas por sus parejas o ex parejas, pero tiene miedo, ahora, de que la figura de abuso sexual pueda incomodar a “cualquiera que aplique una conducta” que pueda ser malinterpretada.

El diputado Gerardo Amarilla, por su parte, teme que la imagen de la Sagrada Familia sea prohibida por transmitir estereotipos indeseables, pese a que la práctica de censurar imágenes y comportamientos tiene su más larga historia entre las colectividades religiosas. La diputada Graciela Bianchi se quejó de que se hable de patriarcado salvaje cuando las mujeres hemos gozado, en este país, de fantabulosos privilegios desde el siglo pasado, tales como el voto, el divorcio o la participación en política.

Es posible que la ley aprobada esta semana tenga capítulos perfectibles, y es posible, claro, que de la incorrecta interpretación de alguno de sus incisos pueda derivarse alguna injusticia. Ocurre con todas las leyes, me temo. Pero es bueno recordar que si se llegó a una ley integral para comenzar a revertir la asimetría de poder entre hombres y mujeres no es porque hay organizaciones que nos mueven como a marionetas, sino porque hay asimetría de poder entre hombres y mujeres.

Y hay varias asimetrías, es verdad. Y hay violencias de todo tipo. Pero esta en particular ha sido suficientemente estudiada y sabemos por dónde empezar. Y estamos en eso.