Una vecina de la Ciudad Vieja que se presentó a denunciar el robo de un celular denunció abuso de autoridad por parte del oficial a cargo en la Seccional 1ª de Montevideo. Ocurrió durante la noche del miércoles. Lourdes bajó del ómnibus en la esquina de Cerrito y Pérez Castellano y se encaminó al supermercado que queda a menos de una cuadra. Allí, cuando dejaba la mochila en el casillero, descubrió que estaba abierta y que le faltaba el celular. La comisaría del barrio queda cerca, por 25 de Mayo, así que resolvió ir a presentar la denuncia. Pero cuando estaba llegando recordó que ahí mismo funciona el Centro de Control y Visualización de Ciudad Vieja, que monitorea las cámaras del Ministerio del Interior. Se le ocurrió entonces que podría ver las filmaciones, porque el robo acababa de producirse y el tramo de Pérez Castellano que había recorrido está cubierto por la videovigilancia. Pero la funcionaria que le había tomado la denuncia le dijo que los registros no se podían ver.

Lourdes pidió para hablar con un superior y lo consiguió, pero no por eso tuvo suerte. El uniformado se limitó a decirle que las cosas no funcionaban así y se retiró, dejándola con la palabra en la boca. Ella se quejó de estar siendo destratada; dijo que los funcionarios policiales están para proteger a los ciudadanos y que ella acababa de ser víctima de un robo, y avisó que las cosas no iban a quedar así, que iba a presentar una queja.

Entonces se le complicó el panorama: en un instante se vio rodeada por tres policías (dos hombres y una mujer) que le comunicaron que estaba detenida por desacato y la condujeron a un cuartito en el que se le tomaron los datos. Poco rato después, estaba en un patrullero, rumbo al servicio médico en el que debía ser revisada para constatar que no había sufrido apremios. Alrededor de las 22.00 estaba de regreso en la comisaría. Otra vez al cuartito. Cumplida la formalidad del control médico, escucha que un agente le pregunta a la policía mujer si iba a “pasar revista” y la agente dice que no. Lourdes sabría poco después que “pasar revista” significaba desnudarla antes de meterla en el calabozo. Pero no llegaron a tanto. Escuchó que la iban a pasar “a la reja” y dijo que no, que ella no era una delincuente y que a la reja no iba. Y que no y que no. La agente consultó al superior y finalmente se resolvió dejarla en el cuartito, pero acompañada todo el tiempo. Así estuvo casi hasta la medianoche, cuando llegó la orden del juez que ordenaba liberarla “con apercibimiento de conducta de evitar hechos similares”.

Lourdes hizo la denuncia por abuso de poder por medio de la línea 08005000 (no es posible hacerla personalmente) y le dijeron que más o menos en 15 o 20 días puede volver a llamar para saber en qué quedó el asunto. Su reclamo quedó registrado con el número 102-598. Pero no le parece suficiente. A las horas vividas en una comisaría “sucia, inmunda, con un olor horrible”, al ambiente enloquecedor lleno de los gritos de los otros presos, al nerviosismo por el intento de suicidio de un detenido, se suma la sensación de haber estado desprotegida desde el primer momento, de no haber encontrado la menor contención en la institución que debe cuidar a los ciudadanos. Además, no se explica cómo se pudo haber dedicado ese esfuerzo (varios agentes, un traslado en patrullero, el trabajo del juez, el tiempo de una agente que no se despegó de su lado) a mantener detenida a una mujer que, sencillamente, se presentó a denunciar un robo. No entiende, dice, la torpeza del encargado de manejar la situación.