El doctor Teodoro Madureira, aburridísimo segundo marido de la doña Flor de Jorge Amado, tenía en su farmacia un cartel preciso. “Un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar”. Amante tímido y mediocre, don Teodoro no logró jamás estar a la altura de su joven esposa, formada en las libertades amatorias del inefable Vadinho.

El frenteamplismo gobernante padece de madureirismo extremo por estos días. Esto se evidencia apenas disponemos de un momento para realizar el viejo ejercicio de leer un texto, compararlo con otro. Y con tomarse la libertad de ver los hechos como discurso, como texto en el cual se pueden leer, si no intencionalidades políticas (vivimos épocas en que la atribución de intencionalidad política es casi una acusación de herejía ante el Santo Oficio), al menos efectos posibles de una conjunción. Para ello, el frenteamplismo en el gobierno es una fuente invaluable, productora de hechos un día sí y otro también.

Veamos estos últimos diez días. Por un lado, se aprobó un decreto por el cual el Ministerio del Interior puede llamar en su auxilio a otros ministerios para desalojar las calles cuando estas sean ocupadas por algún piquete o manifestación, impidiendo así el libre tránsito. Al respecto, la columna de Soledad Platero en la diaria del viernes resulta clarísima, por lo que no abundaré en ello.

Lo que propongo como segundo texto es el lanzamiento, también el viernes, de la segunda edición del programa de voluntariado promovido por el Ministerio de Desarrollo Social (Mides). Allí, sin bombos y platillos, pero sí con la presentación de videos hechos por diversos artistas nacionales, se lanzó una edición que dice haber convocado “Más de 4.000 personas de todas las edades y puntos del país”(1) que brindarán su trabajo voluntario en 35 organismos bajo el lema “participar para transformar”.

La retórica del evento, a cargo de la ministra de Desarrollo Social, la subsecretaria del mismo ministerio, el director nacional de Políticas Sociales, el intendente de Montevideo y el director del Plan Ceibal, tuvo una tónica de elogio de la participación y enfatizó en el hecho de que movilizarse tiene una enorme capacidad de transformación de las realidades.

Así, por un lado Daniel Martínez felicitó al Mides por la iniciativa y expresó que “este es un camino que apunta a dar una batalla cultural contra el encierro y el aislamiento”, mientras que Matías Rodríguez aclaró que en el proyecto siempre hay lugar para “esa participación que se remanga y quiere ser parte de las respuestas”.

El contraste entre prohibir tomar las calles y llamar a la batalla “contra el encierro y el aislamiento” es llamativo. Uno podría leer allí una flagrante contradicción... o hacer funcionar ambos textos juntos. Entonces, quizá -y solo quizá- la oposición entre ambas ideas resulte ser apenas aparente. A la fuerza política en el gobierno le interesa mucho la participación, y la promueve. Le interesa mucho generar movilización, claro que la desea profundamente. Una participación y movilización estandarizada, ordenada, prolija, en actos partidarios con discursos que hablen de cuánto nos enamora el socialismo a la uruguaya. Haciendo tareas voluntarias en organismos del Estado, cubriendo espacios que el propio Estado aún no logra cubrir -incluso cuando algunos son espacios determinados por sus propios fines-. En el mismo gesto, señala lo que se busca evitar, incluso con el amedrentamiento burdo del último decreto. Lo que no tolera el frenteamplio-gobierno es esa suerte de participación espontánea, más bien ligada al malestar que provoca la vida en un sistema capitalista, al sur del Ecuador y en un país netamente dependiente. Es un gobierno que quiere participantes “remangados”, y “dando respuestas”, no haciendo preguntas.

Lo que no parece adecuado para la fuerza de gobierno (y aquí lo que cuenta es el decreto, y no las declaraciones más o menos altisonantes que algún sector haga para marcar un perfil un tanto menos gorilista que el decretado) es que cierta energía social tome las formas más o menos espontáneas de cierta ira, de un hartazgo multiforme, de una convocatoria a salir a decir que así no queremos (tanto da para el caso que se trate de una manifestación multitudinaria como la convocada por organizaciones de mujeres el 8 de marzo o el corte puntual de una calle ante el cierre de una casa como La Solidaria).

Incapaz de enamorar, perdido el encanto, el frenteamplismo gobernante busca disciplinar, pura y llanamente. Entonces, da las órdenes necesarias para que no se tomen las calles (como si viviéramos un escenario en que cada día hay algún violentísimo piquete en algún lugar del país) y en el mismo gesto, desde otro lugar, hace llamados a “participar para transformar”, agregando que la consigna se plantea “como un símbolo de una forma de participación que ‘no es neutra’ y que tiene que ver con una postura ‘jugada’ ante la realidad”, tal como se dijo fuerte y claro el viernes en el salón Azul de la Intendencia de Montevideo.

Lejos de la izquierda histórica (aquella que dicen que se reunió un 26 de marzo de 1971 para un acto masivo), lejos de un liberalismo batllista, sin neutralidad alguna, buscando acallar críticas -a las que conjura con el apotegma de “derecha retrógrada de los 90”- al frenteamplio-gobierno le vienen quedando llamados voluntaristas a una participación reglada, uniformada, y una retórica que cuando se pone a funcionar contrastada contra sí misma suena hueca y carente de encanto. Falta que nos pidan que nos quedemos recostados, quietos y sin iniciativa, de ojos cerrados, esperando su llegada al éxtasis, como hacía el médico aquel que pretendía que hubiera un lugar para cada cosa, y que cada cosa estuviera en su lugar.

(1) Las citas entrecomilladas aparecen en la página oficial del Mides, recuperado el 28/03/17.